A 45 años: más que nunca Salvador Allende

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Hace 45 años, un mismo martes 11 de septiembre de 1973, se ponía fin al proyecto popular de construcción del socialismo en “democracia, pluralismo y libertad” como el mismo presidente Salvador Allende lo caracterizara.

Dicho proyecto, definido como “vía chilena al socialismo”, se inscribió en un proceso de más largo aliento que supuso la constatación de  una sociedad profundamente desigual, y de un modelo de desarrollo agotado que, bajo la impronta de un capitalismo dependiente, no daba respuesta a las urgentes necesidades de las clases más desposeídas de nuestro país.

Fue sin duda un proyecto honesto, ambicioso, que colocaba todos sus esfuerzos en la posibilidad de alcanzar una sociedad radicalmente más justa, en donde diversos actores sociales fueran constructores del destino de Chile.

En esa  perspectiva, la figura de Salvador Allende adquiere un relieve particular. No sólo fue el puente que garantizó la más relevante unidad de las organizaciones populares y de avanzada, sino que además otorgó un cariz específico al proyecto que encarnara. El ejercicio democrático, el pluralismo de actores, la libertad de pensamiento, y la búsqueda de la unidad, como bases de una propuesta para construir una opción socialista eran parte de su ideario, y  lo fueron puesto que Allende también era parte de una tradición de izquierda no dogmática y libertaria  ligada al derrotero de su propio Partido, lo cual le permitía reconocer y diagnosticar valores  y características que eran propias de la historia patria.

De esta forma, Salvador Allende se inscribió como el gran socialista de la historia de Chile. Él supo encarnar los más altos ideales de la justicia social y de vida digna que demandaban millones de chilenas y chilenos. Y lo hizo comprendiendo a cabalidad la realidad que lo circundaba, siendo parte de los ideales de la gente sencilla, insertándose en las calles, en los barrios, conociendo cada rincón de la patria, acercándose a la vida concreta de quienes representó con ahínco y profunda convicción.

Luego de consolidado el Golpe de Estado, el “presidente mártir” se transformó en un verdadero símbolo de consecuencia y coherencia, sintetizados tanto en vida como en la decisión de quitársela. Fue una bandera que acompañó la larga noche que atravesó la resistencia dictatorial, transformándose en una figura de esperanza que abrazó las justas aspiraciones de un pueblo azotado por la represión más dura y sangrienta que Chile pueda recordar.

No queda claro en qué momento particular se le puede achacar a Salvador  Allende un aspecto distinto al recién expuesto, sin embargo parte importante de la Derecha, entre ellos Sebastián Piñera, insiste en una visión distorsionada de él como de su gobierno. Su paso como dirigente estudiantil, por el Congreso, como Ministro, militante, o como Presidente, dan cuenta justamente de una persona abocada íntegramente a los ideales que desde muy joven incorporó a su accionar político.

En virtud de lo anterior,  hemos asistido a “una vuelta de la historia” en la opinión pública, instalada por algunos sectores que buscan poner en tela de juicio algunos puntos clave de la historia reciente. Y en ese sentido, la memoria como una resistencia personal, pero también colectiva, de lo que fue el Golpe de Estado y la Dictadura cívico-militar cumplen un rol clave a la hora de la disputa por nuestro pasado. El terrorismo de Estado, el exilio, y la supresión de los derechos fundamentales, son una marca muy honda en la vida de cientos de miles de compatriotas que difícilmente será borrada.

Así tampoco será borrado lo que realmente significó el Gobierno de la Unidad Popular para millones de personas que abrazaron sus ideales: uno de los momentos en que mayormente se sintetizó la alegría y felicidad de poder tomar en sus propias manos sus destinos, de estar haciendo la historia.

A 45 años del Golpe de Estado y de la muerte de Salvador Allende, aún quedan muchas tareas por cumplir, una de ellas sin duda alguna es la urgente necesidad de justicia y verdad plena para las víctimas como para las familias de éstas.

No cabe duda de que el resguardo de la historia como de la memoria es absolutamente necesario para que nunca más ocurran los crímenes y violaciones a los derechos humanos perpetrados, sin embargo, mientras no se cumpla con ello, la posibilidad de recordar se transformará en una antorcha de esperanza y futuro en que los sueños más profundos del movimiento popular nunca se apagarán.

El proyecto que encarnó Salvador Allende probablemente es hijo de su tiempo. Pese a ello, es una lección que ha cruzado fronteras y las barreras de su época: ha sido estudiado y analizado, ha inspirado otros procesos culturales, políticos y sociales. Así también, sus lineamientos centrales continúan absolutamente vigentes, y deben ser la base de cualquier proyecto de transformación. Lo anterior, da cuenta del verdadero valor de la experiencia de la Unidad Popular, y el compromiso de un liderazgo como el de Allende para hacer valer la palabra empeñada.

Queda aún mucho por debatir acerca de la vigencia de la estrategia política del “allendismo” para los tiempos actuales, sin embargo, el sólo hecho de la revisión de su derrotero en la historia nacional, que aquí hemos retratado sucintamente,  persistirá en ser una lección moral y política para las futuras generaciones.

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