Exilio, convergencia política y renovación ideológica. Revista Chile-América (1974-1983)

A lo largo de su duración, entre los años 1974  y 1983 la revista Chile – América se transformó en una instancia de convergencia de diversos sectores políticos que conformaban la oposición a la dictadura de Pinochet. En un comienzo, la publicación reunió a reducidos sectores del ala izquierda de la Democracia Cristiana y a algunas personalidades vinculadas a los sectores moderados del MAPU – OC y de la Izquierda Cristiana. Este pequeño núcleo en un comienzo, dio tribuna principalmente a facciones de sus partidos de origen. Sin embargo, con posterioridad logró transformarse en un espacio de difusión  de amplios sectores de la izquierda socialista y de inspiración cristiana, junto con el grueso de la Democracia Cristiana.

Los fundadores de la revista, quienes compusieron su comité editorial, pertenecían a los grupos políticos recién mencionados. Así,  dos democratacristianos del ala izquierda, exiliados como fueron  Bernardo Leighton y Esteban Tomic, se unieron a Julio Silva Solar y José Antonio Viera-Gallo. Silva Solar pertenecía a la Izquierda Cristiana, aunque dentro de su propio partido había sido una figura crítica de la conducción  y había defendido tesis moderadas que apuntaban a buscar  la alianza con el centro político durante el gobierno de Salvador Allende. José Antonio Viera-Gallo pertenecía al MAPU-OC, partido que había intentado transformarse en puntal de la “Vía Chilena al Socialismo” y de las tesis moderadas al interior de la Unidad Popular. Todos ellos tenían un pasado común en el partido Demócrata Cristiano y específicamente en sus sectores rebeldes o terceristas. Al mismo tiempo, todos se encontraban vinculados al mundo católico y tenían en común redes sociales y experiencias educacionales similares, sólo con algunas diferencias generacionales.  A fines del gobierno de Eduardo Frei Montalva y durante la Unidad Popular, todos estos sectores, desde distintas trincheras, habían sido partidarios de buscar  un acuerdo entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular. Es más, ambos grupos tenían en común importantes aspiraciones programáticas, las que se expresaban  en el afán de profundizar la política de reformas estructurales. Fuera de los elementos recién mencionados, se unieron otras personalidades afines al proyecto de la Unidad Popular, pero sin militancias partidistas claramente definidas, quienes veían en el ejercicio de su independencia política una manera de protestar contra las actitudes sectarias que atribuían a los partidos políticos. Fue el caso del periodista y ex militante del Partido Comunista, Fernando Murillo Viaña y Fernando Bachelet, independiente cercano al mundo socialista. En este sentido, la experiencia del exilio rompió con las lógicas de la militancia y de la disciplina partidista que venían exacerbándose desde la década del sesenta y permitió crear un especio para concretar las aspiraciones unitarias que ya venían sosteniendo estos sectores. La necesidad de aunar fuerzas para derrotar a la dictadura y crear una alternativa de gobierno viable  reforzaron estas tendencias hacia la unidad.

La recién mencionada composición del equipo editorial, motivó un afán  por transformarse en voceros de amplios sectores unidos de la oposición. Es así como se preocuparon de dar cuenta a través de la revista, de las distintas posturas que estaban tomando las fuerzas políticas chilenas. Sin embargo, estos móviles inicialmente chocaron con las lógicas de camino propio que aún hegemonizaban a la mayor parte de las fuerzas políticas extragubernamentales, y especialmente, a la Democracia Cristiana. Es así como los militantes democratacristianos que participaban en la revista quedaron  aislados de las tendencias predominantes en su propia colectividad. Esto debido  a su clara y firme postura opositora, y sus llamados a la colaboración con la izquierda, tensionaban al anticomunismo histórico presente en la DC. Esta situación, derivo en reiteradas censuras por parte de la alta dirigencia democratacristiana a los militantes  que participaban en la revista. Sin embargo, el progresivo alejamiento que se produjo entre la dictadura y la DC permitió un acercamiento entre Chile – América y los dirigentes democratacristianos, a tal punto que la revista se transformó en una de las  tribunas para la expresión de sus planteamientos fuera de Chile. En el caso de las fuerzas de la Unidad Popular, sus relaciones con la revista fueron menos conflictivas. La publicación siempre dio cuenta de las posturas de todos los grupos que habían compuesto la Unidad Popular, destacando en un comienzo  una especial conexión con el MAPU- OC y la Izquierda Cristiana. Con posterioridad, los procesos de renovación y convergencia socialista expandieron los lazos de la revista hacia el Partido Socialista, especialmente con su vertiente renovada, y otras facciones de la izquierda de inspiración cristiana. Cabe destacar que los militantes del Partido Radical en el exilio siempre tuvieron buenas relaciones con los participantes de la revista y  mantuvieron un nivel relevante de publicación en sus páginas. En este caso, la cultura política radical, proclive al acuerdo y a la negociación, tenía importantes puntos en común con el espíritu de esta iniciativa, sobreponiéndose a sus diferentes orígenes sociales y educacionales, y a sus posturas en temas religiosos. Con respecto al Partido Comunista chileno, las relaciones fueron cordiales aunque nunca de abierta colaboración ya que la disciplina y rigidez ideológica  atribuida a los comunistas generaban resquemores en los miembros de Chile – América. Dado su carácter de punto de encuentro de amplios sectores de la oposición y su tendencia progresiva a ir incorporando nuevos elementos, resulta imposible adjudicar una línea de pensamiento única a la revista. Sin embargo, podemos detectar algunos lineamientos generales de renovación ideológica y cambios en la cultura política del grupo en cuestión.

Con respecto a las transformaciones ideológicas, es necesario aclarar que afectaron principalmente a los sectores provenientes de la Unidad Popular. En efecto, a través de las páginas de Chile – América podemos corroborar cómo los sectores provenientes de la Unidad Popular vivieron un importante proceso de renovación ideológica. Durante el periodo estudiado, estos sectores no abandonaron explícitamente las matrices ideológicas que habían defendido en el periodo previo al golpe de Estado: socialismo comunitario, en el caso de Silva Solar y marxismo, en el caso de Viera – Gallo. Sin embargo, la búsqueda de una democratización política y el respeto al pluralismo político, y las libertades públicas propias de un constitucionalismo liberal, fueron adquiriendo predominancia en el discurso de estos sectores. Es en este sentido, que buscaron interpretaciones heterodoxas del marxismo que fueran funcionales a sus nuevos objetivos. La obra de Antonio Gramsci jugó un rol fundamental en este aspecto. Su noción culturalista del marxismo permitía adaptarlo con mayor facilidad a una lucha política dentro del margen de las instituciones liberales – democráticas. Se trataba de una lectura algo acomodaticia del pensador italiano, pues permitía mantener una retórica marxista-revolucionaria en momentos en que se luchaba por objetivos democráticos – reformistas. En los debates que tuvieron lugar en las páginas de Chile-América, algunos de los involucrados, como fue el caso de Jorge Arrate, sostuvieron que las referencias a Gramsci eran un tanto forzadas, que en cierto modo se recubría de un léxico gramsciano ideas preconcebidas.  Sus comentarios no dejan de ser certeros: en nuestra opinión, se recurre a Gramsci como referente, debido a que representaba un marxismo menos mecanicista y capaz de incluir matices más amplios en su análisis. Por lo mismo –y al igual que en el lenguaje adoptado por el PCI en su política eurocomunista- serviría para dar un tinte revolucionario a aspiraciones que ya eran lisa y llanamente reformistas. Así, por ejemplo José Antonio Viera Gallo realizará llamados a   «la unidad del pueblo” para dar  “origen a un verdadero bloque histórico, capaz de realizar transformaciones democráticas», es decir, alcanzar una «hegemonía política y cultural» que vaya más allá de «derrocar la dictadura» y de las medidas de un «gobierno provisorio». Los grupos que deberían unirse en esa fuerza serían «todos, salvo la clase empresarial monopólica y los latifundistas a ella asociada».

Se vuelve necesario destacar como, esta situación fue posible debido a la especificidad del mundo político italiano, el ambiente en que se desenvolvieron los promotores de la revista. La política democratacristiana de apertura a la sinistra, y la búsqueda por parte del PCI de un nuevo compromiso histórico, en el que se revalorizarían las alianzas con los sectores democráticos de centro y se buscarían la democracia política como un bien y un fin por si mismos, creaban un ambiente especial, de estimulo a la renovación del marxismo y a la colaboración entre marxistas y cristianos. Al mismo tiempo, la independencia mostrada por el PCI con respecto a Moscú, fomentaban la búsqueda de alternativas políticas heterodoxas y respuestas de las especificidades nacionales de cada proceso político. Cabe destacar los importantes vínculos que los miembros de Chile – América mantuvieron con el movimiento socialdemócrata europeo. Estas conexiones incluso llegaron a expresarse en la recepción de ayuda económica por parte de esta corriente política. Sin embargo, y pese a las cordiales relaciones, los miembros de Chile – América provenientes de la Unidad Popular todavía buscaban identificarse con un marxismo revolucionario, antes que asumir posturas socialdemócratas, al menos en el periodo estudiado. Esto incluso es patente en el caso de Julio Silva Solar quien nunca se autodefinió como marxista, pero sí reivindicó el carácter revolucionario de sus aspiraciones de transformación social. Los sectores provenientes de la Democracia Cristiana no vivieron transformaciones ideológicas tan profundas en este periodo. Es más, la vivencia de la experiencia italiana, reforzó y dio sentido a sus afanes de unidad con la izquierda y superación del camino propio. El apoyo que el movimiento democratacristiano internacional dio a la causa de la recuperación democrática en Chile  – con la excepción relativa de la CDU alemana y más abierta de la CSU bávara  – dio nuevos bríos a estos sectores postergados al interior de la Democracia Cristiana y los impulsó  a continuar luchando por cambiar la política coalicional de su partido.

Otro de los cambios acaecidos dice relación con la lectura que se hiciera de las causas que llevaron al golpe de Estado de septiembre de 1973  y con la evaluación que se hiciera de la experiencia de la Unidad Popular. La mirada sobre los antecedentes que explicarían la actuación de las Fuerzas Armadas el día 11 de septiembre, suponen  una interpretación conspirativa por parte de las FF.AA, de los sectores económicos ligados al capital internacional y la acción de la inteligencia estadounidense. Esta evaluación se articula a través de una caracterización que supone que el nuevo régimen es un levantamiento de corte fascista  que representa  los intereses de los sectores más representativos y reaccionarios del capital,  y la derecha política. Se piensa que este nuevo régimen será de corta duración y que será rápidamente rechazado por amplios sectores de la ciudadanía, del empresariado nacional e incluso por parte de las FF.AA, obviándose y omitiéndose las señales que mostraban todo lo contrario desde un principio. La autocrítica en este sentido, tanto en el interior como en el exterior del país,  sólo apunta a errores de carácter táctico y al excesivo sectarismo que afectaba a la coalición socialista, dejando a un lado el cuestionamiento a los fines de la misma. Sin embargo, una vez en el exilio, la actuación de la Unidad Popular  y la falible respuesta de la colación ante el golpe de estado, comienza a ser cuestionada. Las  primeras críticas se refieren a  la falta de disposición a integrar a las fuerzas progresistas no marxistas y, en general, a la incapacidad para dar un lugar coherente, más allá de la mera instrumentalización estratégica,  a la clase media en el proyecto de transición al socialismo.

Estos cambios no pueden ser entendidos desde una perspectiva que considere exclusivamente los factores intelectuales e ideológicos. Es necesario también tener en cuenta los efectos que la vivencia del exilio tuvo en las culturas políticas de los grupos en cuestión. En efecto, la lucha por la sobrevivencia, la lejanía de cualquier posibilidad cierta de volver al poder y la necesidad de buscar ayuda, y establecer relaciones de cooperación con sectores ajenos a los partidos políticos de origen, hicieron que el exilio modificara las prácticas y las identidades políticas de los actores involucrados. Las militancias partidistas disciplinadas dieron paso a relaciones políticas informales, en las que los contactos personales se volvieron fundamentales. Así, las redes sociales superaron los marcos partidistas y las identidades políticas se volvieron más laxas, apuntando a aspiraciones comunes de carácter general y limando diferencias ideológicas específicas existentes en un pasado  reciente. De este modo comenzó a gestarse una lógica de la transversalidad, que se sobrepuso a la de la militancia, facilitando el surgimiento de una política de acuerdos.

La posibilidad de reconstruir una comunidad de lectores de la revista se vuelve esquiva al investigador. Podemos tener una aproximación parcial a ciertos grupos entre los cuales se difundió la revista, sin embargo no existen fuentes confiables y exactas sobre los reales alcances de su difusión. La memoria de los actores involucrados también es esquiva en estos aspectos,  tanto por el olvido como por la ausencia de información exacta en el momento en el que acaecieron los hechos.

Sabemos que la revista llegó a tener un tiraje de  4000 ejemplares, aunque desconocemos el momento exacto en que se alcanzó este número. También sabemos que la publicación tuvo una amplia difusión en el mundo universitario europeo, estadounidense y latinoamericano, y que se divulgó entre las comunidades de exiliados y sus organizaciones en Europa occidental y en América Latina. Incluso se publicaron ediciones especiales para el mundo italiano y francófono. Sin embargo, fuera del caso venezolano, no tenemos mayores datos exactos sobre quienes eran los subscriptores en cada país. Esta situación de desconocimiento se vuelve más patente en el caso chileno, donde la clandestinidad y la acción de la censura impidieron a los propios creadores de la revista conocer el alcance real de su difusión.

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