Ernesto Águila
El reciente caso de la «colusión del papel» tiene, a lo menos, dos consecuencias políticas importantes: permite a los ciudadanos observar el abismo que hay entre el discurso legitimador del libre mercado y el libre mercado realmente existente; y horada aún más el alicaído ascendiente intelectual y moral del gran empresariado, reforzando la pérdida de su capacidad de unir y conducir a la sociedad en torno a sus valores y proyecto.
Así como el premiado documental «Inside Job», que recrea la crisis subprime de 2008, pone en evidencia que los mismos que habían alentado la existencia de un sector financiero desregulado global en nombre de la libertad, luego abogaron por la pronta intervención del Estado en la nacionalización total o parcial de empresas y bancos, logrando con ello la masiva socialización de sus pérdidas; en nuestro escenario local quienes predicaban las bondades, incluso morales, de la existencia de mercados libres y competitivos, al mismo tiempo se confabulaban para cerrar mercados y realizar una fraudulenta «fijación de precios», asegurándose utilidades estratosféricas a costa de productos de primera necesidad. Nada de una “mano invisible” sino una mano interventora y sigilosa; ni atisbo de un “egoísmo moral”, sino egoísmo a secas.
La segunda consecuencia es la profundización del deterioro moral del gran empresariado y con ello su sostenida pérdida de ascendiente social. En esto ha influido -como lo han hecho ver con lucidez otros columnistas- el hecho de tratarse de la familia Matte, pieza clave del empresariado chileno como clase dirigente. Un grupo económico con la sofisticación suficiente como para haber logrado transformar el dinero en poder intelectual y ascendiente moral. Avalada por una obra educacional y académica respetable y rodeada por una religiosidad observante y conservadora (un catolicismo hecho a su imagen y semejanza a través del cual intentar pasar por el “ojo de la aguja”), la familia Matte representaba el paradigma de un empresariado capitalista maduro, ya ajeno a las tropelías de esa fase de «acumulación primitiva del capital» de los advenedizos o nuevos ricos. Por ello, su caída es equivalente a la de un pilar estructural que sostiene un edificio.
Aunque atenuada por la debilidad de sus adversarios, la derecha enfrenta en este momento una profunda crisis. Sus componentes: una derecha política casi inexistente y presa de una incapacidad endémica de pensar y actuar con autonomía de la derecha económica, y esta última, sumida en una de sus más graves crisis de legitimidad. Todo esto en medio de señales evidentes de disputas entre segmentos empresariales ya sea por cuotas de mercado o ajustes de viejas cuentas, lo cual llevará seguramente a que nuevos «secretos de familia» sean ventilados próximamente. Los ciudadanos, por su parte, contemplan el espectáculo con escasos o nulos instrumentos políticos y jurídicos para intervenir e impedir seguir siendo brutalmente abusados y esquilmados. Es el capitalismo del día a día, sin retórica.