Ernesto Águila
El plebiscito sobre la independencia de Escocia puede parecer algo ajeno a nuestra realidad política o un tema circunscrito al futuro del Reino Unido o la Unión Europea, pero hay en éste ciertas señales que pueden estimarse de interés general.
En primer término, a nivel internacional, es una de las pocas noticias del último tiempo favorable a la democracia. Cuando lo que prevalece es más bien una mirada escéptica y pesimista sobre ésta -se habla del «invierno de la democracia»- este plebiscito, convocado nada menos que para decidir la unidad política y territorial de un Estado, constituye un tónico inesperado para la cuestionada capacidad de la democracia de ofrecer, hoy por hoy, un espacio institucional válido en el cual los ciudadanos tengan real incidencia en la definición de temas trascendentes para su sociedad.
A su vez, este evento fortalece el plebiscito como mecanismo democratico. Sobre los plebiscitos suelen recaer variadas críticas y sospechas. En este caso, la concisión y transparencia de la opción a dirimir contradice la repetida crítica acerca de la imposibilidad de redactar preguntas plebiscitarias de manera no tendenciosa. A esto se agrega la validación del mecanismo plebiscitario como parte de una democracia madura y no como un procedimiento solo afín a regímenes populistas y/o autoritarios.
Por otra parte, cabe destacar el derecho a voto de los jóvenes de 16 y 17 años. Mientras en nuestro país hay quienes consideran que la política es algo «pecaminoso» que debe estar fuera de los liceos, la tendencia internacional va en el sentido opuesto. La posibilidad de adelantar la ciudadanía a los 16 años, redefiniría de manera drástica la relación entre juventud, ciudadanía y política.
Por su parte, llama positivamente la atención la inmediata renuncia del líder independendista y ministro principal Alex Salmond, no obstante que su derrota tenía bastante sabor a victoria. Puede ser muy anglosajón esto de entender que el paso por la política de «primera línea» –no por la política- no es una cuestión etaria, sino referida al éxito o fracaso del ciclo en el que le ha tocado participar a un político. Algo bien lejano a las longevas, e inmunes a las derrotas, “carreras políticas” locales.
Por último, el resultado de este plebiscito no debiera ser leído solo en clave nacionalista-romántica. Asistimos a un eclipse más global de los Estados nacionales (y de sus propios relatos unitarios, centralistas y nacionalistas), empujado por su creciente pérdida de soberanía económica y política. Ello ha favorecido la emergencia de viejos y nuevos particularismos identitarios y regionales, así como la búsqueda de nuevos encajes institucionales de tipo federativo y autonómico. Un tema en el cual reparar en el marco de nuestros propios procesos de diferenciación regional y de creciente autoconciencia pluricultural, lo que nos obliga a repensar nuestra «noción de Estado”, y la articulación de conceptos como democracia, regionalismo, comunidad, interculturalidad y autonomía.