Carlos Parker. Secretario Ejecutivo de Secretaria de RRII del PS y miembro del Taller Internacional de Igualdad.
Más allá de cualquier intento por matizar o relativizar, la reciente victoria de Ollanta Humala representa un claro triunfo para la izquierda peruana, aglutinada en torno al proyecto político que encarna la alianza Gana Perú.
La fuerza que ha logrado imponerse por estrecho margen y contra el viento y marea representada por la suma de todos los poderes fácticos e intereses creados en mantener el statu quo, constituye la expresión de una izquierda diversa y plural. Hoy completamente alejada de toda tentación voluntarista y fuertemente anclada en convicciones democráticas.
Como toda izquierda que se respete, la peruana proviene de distintas vertientes ideológicas, algunas más tradicionales y otras más renovadas. Toda ella, sin embargo, se reconoce como tributaria del pensamiento de José Carlos Mariátegui, el más alto y brillante exponente de la intelectualidad política peruana domiciliada en la izquierda.
Lo anterior debiera ser leído con cuidado y tomado como lección para una cierta izquierda chauvinista y auto-referente. Esa izquierda que no solo tiende al testimonialismo como norma de conducta sino que a demás gusta de hurguetear en las militancias pasadas de las personas. Es decir, aquella izquierda que carece de generosidad y a la que le sobra chauvinismo partidario y auto referencia, por lo cual opta conscientemente por perder, pudiendo ganar.
La izquierda peruana, luego de una larga y penosa travesía por el desierto, tras décadas de división y dispersión, de sucesivos intentos fallidos por reconstituirse como fuerza política decisiva y casi siempre colocada al borde de la irrelevancia política y del descrédito, ha logrado al fin encontrar su camino al Palacio Pizarro. Y con este triunfo, enfrenta una oportunidad única para hacer posible su unidad de propósitos y su recomposición en torno a un proyecto unitario de carácter nacional con vocación latinoamericanista.
Hay que convenir, no obstante, que la izquierda peruana llega al gobierno con un abanderado que no es propiamente un hombre de sus filas. Humala es, sin duda alguna un individuo de convicciones progresistas, pero es en esencia un político de vocación nacionalista y populista. Aunque con una voluntad transformadora derivada de su reivindicación de lo popular, a partir de lo cual intenta configurar un proyecto político que promueve la justicia social, la equidad económica y el respeto por las diferencias propias de un Estado diversamente constituido desde el punto de vista étnico y cultural.
Es decir, la izquierda peruana ha conquistado el gobierno de la mano de un líder que funda su discurso y su proyecto político en aquello que la intelectualidad progresista peruana denomina “la peruanidad”, definida como rasgo distintivo de una cierta entidad de sello étnico, histórico, social y cultural propio y característico.
Como se ha señalado, la circunstancia política peruana más actual, aquella que terminó enfrentando a Keiko Fujimori y Ollanta Humala en una segunda vuelta de vértigo se funda en el agotamiento, por la vía del descrédito, de la impotencia y el posterior estallido en pedazos del sistema político peruano de partidos.
Un sistema de partidos e incluso un sistema político que tuvo al APRA como eje dominante y casi sin contrapesos en el panorama político peruano por muchos años. Un APRA que hoy yace caído y en la bancarrota política y orgánica total e irrecuperable, no sin antes devenir desde el partido social demócrata de masas que un día fue, en una entidad hoy representativa de la centro derecha. Todo lo anterior, por obra y gracia de Alan García y sus adláteres.
El que la izquierda peruana optara por jugarse por la opción de alguien que no hace parte de su ADN más íntimo, no representa sin embargo una situación única ni excepcional en la política latinoamericana. Casos semejantes están representados por el presidente Rafael Correa en Ecuador, y por el presidente Mauricio Funes en El Salvador, respectivamente, los cuales encabezan sendas coaliciones de izquierda triunfantes, pero sin que los respectivos líderes hayan formado parte de las principales entidades políticas coaligadas que los llevaron al gobierno.
Lo anterior debiera ser leído con cuidado y tomado como lección para una cierta izquierda chauvinista y auto-referente. Esa izquierda que no solo tiende al testimonialismo como norma de conducta sino que a demás gusta de hurguetear en las militancias pasadas de las personas. Es decir, aquella izquierda que carece de generosidad y a la que le sobra chauvinismo partidario y auto referencia, por lo cual opta conscientemente por perder, pudiendo ganar.
El triunfo de Humala representa simultáneamente otro avance significativo para la izquierda latinoamericana en su conjunto. Hay que enfatizar que la izquierda latinoamericana, en sentido amplio, hoy gobierna por si misma o formando coaliciones como fuerza decisiva en Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Brasil, Venezuela, El Salvador, Nicaragua y Cuba.
Como consecuencia, en América del Sur la derecha solamente gobierna hoy en Colombia y Chile, y es indudable que este factor tiene su peso al momento de la conformación de las alianzas regionales y en la definición del contenido y la dirección política de las mismas.
El ex presidente Lula Da Silva lo acaba de decir. La izquierda crece porque ha entendido que su fortaleza reside en su unidad, y porque viene demostrando que es capaz de gobernar mejor que la derecha a la que viene derrotando democráticamente una y otra vez. La izquierda crece, ha dicho Lula, porque es capaz de ganar sin cambiar de bando, ni dejar ser fiel a sí misma en lo más esencial e irrenunciable.