Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL CLARIN (Chile) el día 20 de noviembre de 2020.
Un reciente estudio de la Fundación SOL realizado por sus investigadores Gonzalo Duran y Marco Kremerman – que se basa íntegramente en los datos que arroja la Encuesta Suplementaria de Ingresos realizada por el INE en 2019 – pone de relieve que el 50% de los trabajadores de este país ganan menos de 401.000 pesos líquidos al mes. No se trata del salario promedio, ni de la mediana, sino de la cifra máxima que se recibe por quienes se encuentran en ese 50 % de los peores remunerados entre todos los trabajadores chilenos. Esa masa de trabajadores corresponde a 4 millones 349 mil ciudadanos.
Si a esa cifra se agrega el hecho de que la línea de pobreza para un hogar de 4 personas estaba en noviembre del 2019 en 445.042 pesos, se llega a la conclusión de que para la mitad de los trabajadores de Chile el salario líquido que reciben mensualmente esta por bajo la línea de pobreza, lo cual significa – si solo un miembro de la familia trabaja – que con ese salario se ubican inequívocamente en el campo de los pobres. Distinto es el caso si dos o más miembros de la familia se ven obligados participar en el mercado del trabajo. Si es la mujer la que debe trabajar, además del marido, hay que tener en cuenta que las mujeres tienen, como promedio, salarios más bajos que los hombres, en casi la totalidad de los niveles y de los tipos de trabajo, por lo cual el salario de dos trabajadores – un hombre y una mujer, en un núcleo familiar – no es dos veces el salario de uno. En todo caso, si trabajan dos, se supone que el núcleo familiar se ubica por arriba de la línea de pobreza, y se podría decir, por lo tanto, que se ubican en la clase media. Se trata, en todo caso, de una clase media que fluctúa muy cerca de la línea de pobreza y que trata desesperadamente de no dar ese paso en retroceso. Además, se trata de una clase media que no puede acceder con facilidad a los grandes símbolos de las clases medias de décadas pasadas, que eran la casa propia, el auto y la educación universitaria para los hijos. Nada de eso.
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, decía en uno de sus escritos que : “…el 90% de los que nacen pobres mueren pobres, por inteligentes y trabajadores que sean, y el 90% de los que nacen ricos mueren ricos, por idiotas y haraganes que sean…”
Ese parece ser el caso de los pobres o de los cuasi pobres que se presentan en Chile, y eso parece tener mucha incidencia en los fenómenos políticos y sociales que caracterizan hoy en día a nuestro país. El sistema no les permite fácilmente hoy en día a los pobres salir de la pobreza, y obliga a los que han salido de esa condición en décadas anteriores a vivir muy preocupados por la posibilidad de volver a ella. Pero tener esperanzas de ascender en la escala social, de vivir en una casa propia que no sea de 50 metros cuadrados, y poder educar a los hijos en liceos de buena calidad, que abran una posibilidad cierta de poder entrar a la universidad y ser profesionales no de tercera, sino de primera, todo ello constituye una posibilidad muy remota. Las posibilidades son más escasas aun si sumamos en el paquete de las aspiraciones el poder tener atención médica en la calidad y en el momento adecuado – sin necesidad de tener que vender su alma al diablo – y el poder contar con una jubilación que permita vivir con dignidad en la tercera edad. Muchas de esas aspiraciones se cultivaban con realismo en otros momentos de la vida nacional, y para muchos esa situación correspondía a la realidad. Millones de chilenos salieron de la pobreza en los últimos 30 años y no han retrocedido nuevamente a esa situación, pero no han gozado de todo lo que el paquete de las aspiraciones contenía. No están contentos. Pero tampoco están resignados. Todavía tienen aspiraciones y están dispuestos a recorrer caminos inéditos e inciertos para hacerlas posibles. Es un pueblo que todavía cultiva esperanzas y que, por lo tanto, es un pueblo que está vivo.