Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL CLARÍN (Chile) el día 7 de agosto de 2020
Casi todos los sistemas tributarios del mundo civilizado se basan en el criterio de que los que tienen más, tienen la obligación ciudadana de aportar más a las arcas fiscales. Como criterio general, todos aceptan ese planteamiento. Como teoría está perfecto. Pero cuando llega la hora de la verdad – y hay que establecer tributos muy concretos a los sectores sociales y económicos realmente existentes – entonces la cosa cambia. Allí comienzan los planteamientos en el sentido de que está bien que tributen, pero no tanto; o que los tributos que ya existen son más que suficientes; o que los ricos no son tan ricos como se supone; o que si les ponen tributos muy altos, los ricos se van a enojar y se van a ir con sus millones a otro país. Hay otros argumentos más, pero todos van por el mismo camino: defender a los ricos y muy ricos para que no paguen tributos demasiado altos. Desde luego, los ricos y superricos no miran este debate desde la galería, sino que son parte activa de las acciones que se realizan y de las ideas que se difunden para efectos de evitar cualquier intento de elevar la tributación.
En el parlamento se ha iniciado la discusión de un proyecto encaminado a imponer, por una sola vez, un impuesto de 2.5 % al patrimonio de los ricos y super ricos que existen en este país, que son pocos, pero sumamente ricos.
Y para que el debate no sea un debate meramente teórico, hay que mencionar que en Chile hay 8.900 ciudadanos que tienen un patrimonio que se ubica entre los 5 y los 100 millones de dólares. En ese grupo, el promedio de lo que tiene cada uno es de 12.8 millones de dólares. Un millón de dólares es mucha plata. Doce millones de dólares es mucha más plata aún. Con esa cantidad de activos físicos y financieros alcanza para que el propietario de ese patrimonio, sus hijos y sus nietos tengan una vida bastante grata, sin carencias de ningún tipo, hasta el día en que se mueran de viejos.
Pero eso no es todo. También hay 263 personas que tienen un patrimonio que va más allá de los 100 millones de dólares. No hay equivocación de imprenta: son 263 personas. Mas de 100 millones de dólares. El promedio de los haberes de este grupo que se ha dado en llamar en la literatura como los superricos es de 572 millones de dólares per cápita. Eso es mucha plata. Nadie quiere que se la quiten y nadie quiere dejarlos en la calle. Pero se pretende que, en este periodo de pandemia y de grandes penurias económicas, ellos puedan aportar – sin quedar en la miseria, ni dejar de ser rico y superricos – un 2.5 % de impuestos a su patrimonio. Un impuesto de ese tipo arrojaría una masa de recursos cercana a los 6 mil millones de dólares, que ayudaría en alta medida a sostener a las familias que no han visto un dólar en toda su vida, y que hasta los vulgares pesos se les han perdido de vista.