Las notas que en adelante se exponen no pretenden dar cuenta del conjunto de reflexiones en que he participado y he leído u oído, sino dar paso y nombre a una percepción personal que me sigue y conmueve.
Hace un tiempo y a través de Carlos Ossandon pude acceder a algunos textos referidos a la vieja tópica organizadora de la reflexión intelectual en América Latina, en la disputa civilización y barbarie. El mismo nombre recibió en Europa la emblemática revista en que participaba Cornelius Castoriadis
La imagen del asalto de la barbarie como posibilidad, está subyacente a las interpretaciones que sostienen a la democracia y el Estado democrático como garante de la no pérdida de nuestra convivencia, frente a la amenaza de los intereses particulares jugados sin reglas que los contengan. Como resulta evidente, persiste en estas interpretaciones la noción de sujetos sociales determinados por historias particulares y colectivas, que se mueven armónica o conflictivamente desde el oykos, al Agora y la ecclessia, para referir a las clásicas distinciones griegas entre los espacios privados, privado/públicos y públicos.
El orden como producción social de condiciones de convivencia. Aquel que se reordena episódicamente, al ritmo del cambio de las formas sociales o de la organización de la vida en sociedad.
Individuos permanentemente contenidos en formas de relación que obligan a la legitimidad del otro. De un espacio público en el que se concibe la interacción como el espacio donde puedo estar, a condición de que otros también puedan hacerlo. Se me viene a la cabeza la imagen de jóvenes que en el espacio público se alinean y cruzan sus brazos para impedir que otros puedan avanzar y, al ser interpelados (apostrofados diría Cabrera Infante), responden que se trata de un espacio público, por ende, que ellos pueden hacer lo que les parezca. Un espacio público que pierde la condición de compartido y se constituye en el espacio para ejercer sin limitaciones aquello que inclusive en el doméstico les estaría probablemente vedado.
Pareciera que la discusión civilización y barbarie refiere siempre a sujetos diferenciados, fuerzas sociales que pugnan perenemente por el establecimiento de reglas compartidas y con capacidad conativa, versus quienes transforman el espacio social en uno de expresión plena de mi individualidad, sin coacciones.
Miro las noticias, ampliamente reproducidas por los llamados medios de comunicación de masas, que nos muestran el quiebre de la convivencia transversal en términos de estratificación social en las zonas de desastre, si bien no completamente, y escucho fluir múltiples interpretaciones. Primero, que se trata de la desigualdad que asalta el espacio colectivo con desafección de las reglas compartidas por la sociedad. El síntoma o causa es la ausencia de la fuerza represiva que resta fuerza a las reglas impuestas sin legitimidad pues se fundan en la desigualdad y la exclusión.
Al mismo tiempo observo otras interpretaciones que refieren a la misma causa pero enfatizan en las razones por las que no se convocó a las fuerzas de orden.
Otra línea de razonamiento parece apuntar a la existencia de un debilitamiento del ethos social, de esa amalgama o cemento social del que habla Jon Elster, que permite la existencia de un nosotros.
Todas las explicaciones que escucho y escuché refieren a la búsqueda de una mega explicación. La condición es la exclusión de las evidencias aportadas por otros y la validación excluyente de las propias. Una mega explicación que de cuenta del conjunto de lo observado, para ser tal, debe dar cuenta de la situación del quiebre de la convivencia como un movimiento unificado.
Es posible hablar de un hecho o es preciso hablar de una situación?
El concepto de situación se diferencia del concepto de hecho, en la medida que integra la subjetividad de quienes hacen parte de un determinado problema, calificado como tal por alguien y admite por tanto la existencia de más de una vivencia o “realidad” en un determinado momento y espacio. Los hechos tienden a referir a sucesos acotados en el tiempo y definibles con prescindencia de la perspectiva de quien mira. Es la apelación permanente de los “periodistas objetivos” y de ciertas formas de ciencia social que, pareciera, obvian que el lente es una teoría cristalizada, como diría Bachellard.
Desde la perspectiva de análisis de la situación, que adopto, quisiera hablar de una realidad con fronteras móviles y observada desde la perspectiva que pueden tener los actores que miran en la situación y a la situación. Los hechos rescatados por las diversas informaciones dan cuenta de:
• Población pobre que asalta comercio establecido para extraer productos (alimentos y bienes durables) sin la aquiesencia de sus propietarios.
• Población acomodada que asalta comercio establecido para extraer productos (alimentos y bienes durables) sin la aquiesencia de sus propietarios
• Autoridades que justifican vía medios de comunicación (radio) la apropiación de bienes con fundamento en el hambre de la población (Alcaldeza de Concepción y actual Intendenta de la Región de Biobio), por ejemplo.
• Ausencia de personal de las fuerzas armadas en función de control de las zonas de desastres durante un período extendido.
• Contexto de destrucción de barreras físicas que delimitan propiedad en algunos casos.
• Constitución de grupos de “saqueadores” que “amenazan con atacar propiedades privadas y grupos poblacionales de viviendas”
• Reacción de constitución de grupos de vigilancia por parte de algunos grupos de población.
• Medios de comunicación que “informan” de declaraciones de personas respecto de amenazas, sin confirmar la veracidad de los dichos.
Si miramos con atención algunos de estos hechos, del punto de vista de los actores que los protagonizan, veremos que ciertas conductas como las primeras dos anotadas fueron compartidas por segmentos sociales diversos. Una explicación única de su comportamiento resulta estéril, si se considera que su situación determina posiciones diversas en el juego social. De allí que la existencia de esta conducta compartida supone, para quienes intentan esta figura explicativa, buscar el elemento común que sería, por ejemplo la combinación de la pérdida de la capacidad coactiva de las “fuerzas de orden” y un contexto de incertidumbre sobre la satisfacción de las necesidades básicas en los próximos días.
Revisemos un poco aquello.
Cuando la actual Intendenta sostiene que la población tiene hambre, la afirmación resultaría más adecuada si hablara de apetito, puesto que el hambre supone una dilatada exposición a la ausencia de alimento, la que no se alcanza a las 4 horas de sucedido el terremoto. Sin embargo la afirmación si genera consecuencias para quienes la escuchan por radio como una legitimación de conductas que generalmente no serían aceptadas.
Las diferencias sociales anotadas constituirían aspectos limitados en la expresión de conductas como las observadas, persistiendo una condición compartida que haría que ante la ausencia de capacidad coactiva, las personas desarrollan las conductas que estarían contenidas por la disuasión. Sin embargo, la extensión de los “saqueos” si bien comprometió a más de un segmento social, no fue desarrollada por el conjunto de la población, de donde sería posible identificar dos grupos sociales: a) aquellos que respetan las reglas sociales por adhesión, y no requieren coacción para su cumplimiento y b) aquellos que respetan las reglas sociales cuando anticipan consecuencias negativas de no hacerlo.
Esto nos permitiría concebir una explicación basada en alguna característica compartida por los segmentos de pobres o miserables y por quienes contando con recursos económicos aprovechan cualquier oportunidad para acceder a lo que quieren, sin adhesión a las reglas sociales salvo cuando éstas los protegen. Es interesante preguntarse cuántos de quienes saquearon, luego constituyeron comités de vigilancia para evitar ser saqueados por otros.
Así, pareciera existir en nuestra sociedad una suerte de personas Jekyll y otras Hyde como los estereotipos de Robert Louis Stevenson, dos caras de nuestra vida social que se expresarían, saliendo del mismo lecho, dependiendo del contexto. Civilización y Barbarie conviviendo como posibilidad al interior del mismo espacio social.
Sin embargo, es difícil aceptar que personas tan diversas y con situaciones tan disimiles en términos de qué ganar y perder, respondan de la misma forma o por las mismas razones a un mismo estímulo. Los testimonios recogidos me hablan de grupos de pobres que “fenotípicamente y actitudinalmente” no se reconocían como parte del “nosotros” de algunas de las comunidades en que se observaron conductas de saqueo.
Este reporte me resulta particularmente interesante. La pobreza y la miseria se diferencian en la forma de vestir, de hablar, de moverse y, en sociedades como las nuestras, en cierto fenotipo, lo que en conjunto permite construir un “otro” con el cual no compartimos identidad. Concedamos que se veían distintos y se movían distinto. Estos grupos que estaban en algún lugar, previo al terremoto, emergieron para aprovechar la oportunidad que abría la ausencia de control. Y sin embargo previo a esto comían y transitaban por algún espacio que no veíamos, se vestían accediendo a ropa que seguramente no producían. Es decir se integraban por alguna vía a los circuitos de intercambio. Pero no los veíamos. Dos hipótesis pueden levantarse para dar cuenta de ello. No teníamos ojos para ellos o bien circulaban por la zona gris respecto del resto de nosotros o directamente eran delincuentes. En todo caso, cualquiera de estas últimas razones conlleva una pregunta. ¿las reglas sociales que defendemos ofertan una mejor opción para ellos que las que proporciona la ruptura de estas?. Cuál es el nivel de integración que proveemos a segmentos de población que está en el límite cotidiano de delinquir o permanecer viviendo en la parte angosta del embudo?
Es en este segmento donde puede observarse masivamente la sustracción no solo de alimentos sino de electrodomésticos y otros productos. No es el hambre señora alcaldesa sino la exclusión. No es la necesidad sino la rabia.
Y entonces ¿que mueve a quienes están en la parte ancha del embudo a desarrollar las mismas conductas?
Pareciera que no sirven los mismos argumentos para comprender su conducta. Que hace del acomodado profesional un delincuente cuando emerge la oportunidad? Son acaso situaciones de aprovechamiento de oportunidades, (el comportamiento propio de un emprendedor) lo que define su conducta?. ¿Queda definida la oportunidad como la ausencia de control?. ¿Es equivalente al comportamiento de quienes, sabiendo que se generan consecuencias negativas, botan desechos en lugares públicos con la condición de que no sean afectados por la contaminación?.
¿La consideración del espacio público como el de nadie y la valoración corta de las consecuencias personales por sobre las consecuencias distribuidas determinan el tenor de las decisiones que adoptan?.
Esto me lleva a recordar las afirmaciones de Hobsbawn respecto del fin de siglo como caracterizado, entre otros factores, por la emergencia de un individualismo absoluto.
Quienes concurrían a recoger cosas de un supermercado, en cantidades insospechadas, por la vía del robo, ¿pensaban en la imposibilidad de otros de acceder a bienes, inclusive en situación de mayor precariedad?. Y ¿la posibilidad de postergar consumo individual por seguridad colectiva en el abastecimiento, buscando soluciones colectivas, estuvo presente?.
La parcial ausencia del Estado, ¿no dio origen a soluciones colectivas y asociativas?.
Diversas informaciones me llevan a pensar que ello si ocurrió. Sin embargo, esta forma de construir espacio público no cuenta con cobertura ni difusión como la otra. ¿Qué dicen de nuestra sociedad el espejo que constituyen los medios de comunicación?. Los mismos medios sostienen que ellos transmiten aquello que cuenta con atractivo para la población. ¿Pero acaso no fueron medios de comunicación los que incitaron el genocidio de Ruanda?. Inclusive si el morbo nos definiera, ¿no hay acaso una responsabilidad en cómo construir nuestra sociabilidad?
Pareciera existir una doble explicación que afecta e impacta en el comportamiento de dos grupos sociales diversos, que confluyen al desarrollo de una misma conducta y que participan de la generación de un clima, exacerbado por el sensacionalismo medial.
Pero la suma no parece ser solo lineal sino exponencial.
La ruptura del orden genera comportamiento sociales que, al modo de una avalancha crecen en su clima y extensión. Histeria, pánico y paranoia tienen la potencia de extenderse y generan un ambiente alterado en que lo “normal” pareciera perder sus referencias comunes.
Un fenómeno de estas características exige la confluencia de diversos factores cuyo control habitualmente no radica en un solo actor. La evidencia mas clara resulta del análisis de Santiago, donde un comportamiento delictivo intentó un saqueo en el barrio Estación Central. Fue controlado oportunamente por la población de la zona y el accionar de carabineros. Pero ello no fue óbice para que se expandiera el pánico y luego el centro de Santiago cerrara sus puertas “ante la inminente llegada de una turba que amenazaba con saquearlo todo”. Nadie la vio, y sin embargo la turba fantasma tuvo eco en medios. Alcaldes de la zona norte de la ciudad (de idéntica militancia que la ex alcaldesa de Concepción) llamaron al establecimiento de un Estado de sitio y se constituyeron comités de vigilancia, sin que se conozca de saqueos en la Región Metropolitana. La percepción del otro como alteridad, completamente distinto de nosotros se facilita en contextos de percepción de amenaza y paranoia. ¿Que pudo pasar si esto se profundizaba?
Comportamientos como los de la ex alcaldesa de Concepción no pudieron generar directamente el saqueo. Pero contribuyeron a la generación de un clima en un contexto que lo facilitaba. Esto no fue logrado en Santiago puesto que el orden y la normalidad llegaron pronto a barrios y comunas.
Pero en las ciudades más afectadas, donde la luz y las fuerzas de orden no lograban hacer presencia. Donde la atención del daño directo del terremoto competía por la atención con el riesgo de desbordes sociales el clima fue propicio.
En la oscuridad, Jekyl aprovecho el clima de barbarie, y la ausencia del estado nos devolvió a la barbarie. No fueron necesariamente personajes distintos de nosotros, sino los vecinos que compran el pan en el mismo almacén que nosotros los que hicieron cosas inesperadas.
Donde quienes no se identifican como parte de un nosotros concurrieron con su ira a romper la frágil tela que separa civilización y barbarie. Hay algo de nosotros que puede hacer aquello. No se trata de cuanto demoró la autoridad en poner orden, sino de la imposibilidad que tuvimos de hacerlo nosotros, hablando con nuestros vecinos y desde nuestras organizaciones. Se trata de que hay quienes no se sienten parte de una comunidad y que no encuentran respuestas a sus problemas en este orden social. Se trata de que el individualismo absoluto nos lleva a reducir el espacio compartido al orden coactivo. De que en nuestros mensajes y en nuestra forma de operar, lo público no es de nadie y que podemos forzar a los otros en procura de nuestro propio beneficio. Se trata, una vez más, de civilización o barbarie… pues al parecer, el doctor jekyl siempre nos acompaña.