La épica en la obra de Isidora Aguirre

La notable producción dramática de Isidora Aguirre ha opacado, por lo menos en el gran público su obra en prosa y en especial sus sui generis novelas, ya sabemos que gran parte de los chilenos la identifican como dramaturga por La pérgola de las flores, quizás la puesta en escena más exitosa en la historia del teatro chileno, que en estos días precisamente cumple cincuenta años desde su estreno, sea entendida esta mención como un gran homenaje y reconocimiento a la autora. Dicho esto, vamos al tema que nos ocupa.

Pocos seguramente han escuchado de El retablo de Yumbel, Población esperanza, escrita junto a Manuel Rojas, Los papeleros, Las tres Pascualas, Los que van quedando en el camino, Lautaro. Epopeya del pueblo mapuche o Manuel. Menos aún de sus tres novelas: Doy por vivido todo lo soñado, (haciendo mención al famoso verso de Juan Guzmán Cruchaga), Carta a Roque Dalton y Balmaceda. Diálogos de amor y muerte.

Las tres últimas obras de teatro nombradas las analizaremos, a fin de darle un sostén con cierta rigurosidad al título de esta columna. Recorreremos también someramente las dos últimas novelas para redondear la idea inicial.

Sin duda, aunque no en lo formal, si por lo menos tangencialmente en lo temático y cierta similitud en el estilo, Isidora Aguirre tiene, y cómo no, si tanto marcó a muchos dramaturgos, cierta influencia del teatro de Brecht , esto se ve muy claramente a mi parecer en Los que van quedando en el camino, (título tomado de una frase del Ché Guevara respecto de los que lucharon en Sierra Maestra.), donde nos muestra la matanza de campesinos de Ranquil en 1934, también en Lautaro, en que nos da un duro panorama de la lucha de los araucanos contra el invasor y en Manuel donde deja entrever con belleza y poesía su admiración por el húsar de la muerte.

Cuando hablo de Brecht, me estoy refiriendo especialmente al sentido épico de sus obras, que también según mi punto de vista se entrevé claramente en parte de la narrativa de Isidora Aguirre, me refiero a Carta a Roque Dalton que es un bello canto de amor y admiración al guerrillero y poeta nacional de El Salvador, tan injusta y equivocadamente asesinado y en Balmaceda. Diálogos de amor y muerte, donde nos narra el último día de nuestro primer presidente mártir.

En efecto, si nos detenemos a analizar Los que van quedando en el camino, siempre hay una épica al campesino, pobre y explotado, que sin embargo enarbola su dignidad como la bandera de lucha, además que un estigma de agitación política a la manera del autor alemán, Lorenza la relatora nos entrega una visión de la época y también de las luchas del agro en que fue escrita la obra. El amor siempre está presente en la dramaturgia de Aguirre, qué más de aquello de Rogelio y Lorenza, unidos por este y la lucha, “Usted y yo estamos casados en esta pelea por la tierra y ni con l’acha nos separan.”

Y al final como siempre, Isidora, introduce el coro: “Porque ahora por campos y montes por las sierras, llanuras y selvas se empezó a estremecer este mundo que está lleno de duras razones deseando morir por lo suyo con los puños calientes ya van…”

En Lautaro. Epopeya del pueblo mapuche, nos muestra un personaje diferente a la mirada que nos ofrece Ercilla en La Araucana, Neruda en su Canto general e incluso Fernando Alegría en Lautaro, joven libertador de Arauco, ya que la imagen del guerrero respira y exhala en toda la obra un aire de heroicidad innegable; aunque ella hace la obra mirando tanto al héroe mapuche cuanto al conquistador Pedro de Valdivia. El amor tampoco está ausente, con la ternura protectora de la dulce Guacolda, y la reivindicación de la tierra, en la voz de Lautaro, “Esto oí de mi padre que lo oyó del suyo cuando, cantando, me fue hablando de la infancia, de la edad temprana el pueblo mapuche “En esta tierra -dijo-, ¡nosotros siempre estuvimos!” Estuvimos… Estuvimos ¡En esta tierra nosotros siempre estuvimos!”
Al final, tal como Caupolicán, nuestro mártir inicial, Lautaro es cantado por su amorosa mujer, Guacolda: “Lautaro, estás aquí Lautaro, estoy contigo Lautaro, estás conmigo. Estás en mí, Lautaro ¡estás presente! Hermano… Aquí estamos para defender tu tierra. Tu gente. El hijo dormido.”

Al final, antes del telón, ya no es Guacolda la que habla, es el coro que nos deja como un legado hasta hoy: “De ti aprendí hermano querido indio de aquí de ti aprendí yo a resistir cruel opresión. No cambiaré. Mi destino es resistir esa civilización de poder y de ambición. No cambiaré porque no puedo ya vivir engañado, esclavo, solo, triste y sin amor.”

Lo que sí está claro, además de sostenerlo todos los analistas y al ojo de cualquier espectador o lector, en esta obra se entrevé muy bien el tiempo en que fue escrita y estrenada, digamos en plena dictadura chilena, 1982, afortunadamente los únicos que no tuvieron la “sensibilidad para leer” el mensaje, y bien por el arte, fueron sus censores y esbirros.
En cuanto a Manuel, si bien todo lo que se ha escrito y cantado especialmente en poesía tanto en odas, cuanto en elegías, la figura romántica es lo que abunda, y con razón; en la obra de Isidora Aguirre se advierte un fuerte rasgo de convicción propia respecto de todas las acciones que el mítico guerrillero emprende.

La obra se divide en dos grandes partes, la Reconquista que es la época mítica, aventurera y alegre del guerrillero y la Independencia donde empiezan sus sufrimientos especialmente por su desencanto con el poder y su propia resistencia y lucha con los que lo ostentaban. Él, Manuel, siempre ofrendiéndose por la patria, en un diálogo, El Teniente: “Se burla… ¿No teme a la muerte?. Manuel: La vida es lo último que nos queda por entregar.”

Como siempre, para describir lo que Manuel significa, Las décimas, también en coro: “¿Habrá en Til Til una estatua a la orilla del sendero, donde sembró el guerrillero la roja flor de su sangre? ¡Padre nuestro de la Patria, de la patria bien amada, que tu entrega ya ha olvidado, hoy te enfrentan a un fusil! La muerte acecha en Til Til,
¿ay que amor tan mal pagado!”

En ambas novelas a las  que nos  referimos,  la piedra angular es el amor y a través de diversos senderos, es este el protagonista que está inserto, más allá de sus propias tragedias en los dos personajes, así en Carta a Roque Dalton y Balmaceda. Diálogos de amor y muerte, sin perjuicio del ritmo del género y el entretejido de la trama, se dibujan en ellas respecto de sus personajes centrales, rasgos épicos, razón por la cual las saco a colación tangencialmente, insistiendo que lo que atraviesa de punta a cabo a ambas es el amor.

En el caso de Dalton, la autora hace un recorrido de su estada en La Habana revolucionaria durante los años de mayor gloria de la Casa de las Américas, también describe con alegría casi lúdica los paseos por Praga con el poeta después de una de sus escapadas de la prisión. Y cuando con cierto desenfado Dalton habla de la muerte, le responde: “Maestro, hemos vuelto a caer en ese abismo: salga pronto de los muertos y sus tumbas…”

Ya más seria, cuando sabe de su muerte real, le confidencia incrédula: “¿Qué le parece? Esa fue su tumba. Su tumba provisoria, porque mientras no venga usted a decírmelo -ya verá como se las arregla-, no voy a creer en su muerte.”
Pero el amor cruza inevitablemente esta obra, para confirmar esto, basta solamente este hermoso pasaje: “Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.”         “-¿Por qué, si me suena tan milagroso?
-Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

Cuando sepas que he muerto, di sílabas extrañas, pronuncia flor, abeja, lágrima, pan… No pronuncies mi nombre porque desde la oscura tierra regresaría por tu voz. No dejes que tus labios hallen mis once letras.”
La novela sobre Balmaceda está adaptada de la obra de teatro Diálogos de fin de siglo, transcurre íntegramente en el último día de vida del presidente antes de partir definitivamente.
Al correr de los capítulos, los personajes reales y ficticios, van apareciendo, hablando en primera persona de los cinco años de la presidencia  y de las angustias del último día.

Balmaceda y su sufrimiento por la suerte de tantos de sus seguidores, las venganzas de los vencedores, el destino de su familia. El recuerdo de sus fieles amigos incondicionales, como Julio Bañados, el dolor al recibir el telegrama con la derrota en Placilla de sus fuerzas constitucionales. Van desfilando en pos del trágico final de la madrugada del 19 de Septiembre de 1891, el acoso de que fue objeto el presidente desde buena parte de la aristocracia y los intereses económicos extranjeros, inglés en este caso, del clasismo, el conservadurismo y el poder de los más fuertes.
Y en  los personajes ficticios como drama Shakespereano, Felipe y Amanda enamorados pertenecientes a familias de bandos contrarios irreconciliables, les hace decir: “Había olvidado esta guerra que nos divide…Siempre habrá Capuletos y Montescos.”

Sin embargo, sin perder la esperanza Isidora Aguirre dice recordando al gran autor inglés: “Dime entonces como Julieta a su Romeo: la despedida es un dolor tan dulce, que estaría diciendo buenas noches hasta llegar el día…”

Así vemos entonces, la ética, estética, poética y más que nada la épica de Isidora Aguirre con gran influencia Brechtiana, pero que jamás, en ninguna de sus obras deja de transmitirnos con su delicadeza femenina la ternura y el amor, y sin lugar a dudas se manifiesta como la más grande y prolífica dramaturga chilena en cuanto a su versatilidad y temática.

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