Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MOSTRADOR el día 4 de noviembre de 2021.
Los tratados de libre comercio firmados con los países de América Latina son positivos y deben mantenerse. Y no todos los tratados de libre comercio que ha firmado Chile con otros países son malos. Con los países de la región no se trata de tratados entre países altamente desarrollados y países poco desarrollados, sino que se trata, en lo sustantivo, de establecer libre comercio entre iguales.
Cuando se firman tratados de libre comercio con países altamente desarrollados, se genera una situación en la cual lo fundamental que podemos exportar a ese tipo de socio son materias primas o bienes primarios con poco grado de manufacturación o de agregación de valor – en los cuales nuestra ventaja comparativa sea elevada – y ellos, a su vez, nos venden todo tipo de bienes manufacturados de alta tecnología. Con ello se le hace difícil a un país como Chile desarrollar su propia industria manufacturera y/o incorporar sectores de alto contenido de ciencia y tecnología. Se consolida, por lo tanto, un modelo primario exportador e importador de bienes manufacturados de alta tecnología.
Pero cuando se firma un tratado de libre comercio con los países de América Latina la cosa es diferente. Se trata, en estos casos, de establecer libre comercio entre iguales, o entre países que pasan por etapas muy similares en cuanto a desarrollo industrial, manufacturero, científico y tecnológico. Ese libre comercio entre iguales es positivo. No consolida un modelo primario exportador, sino que potencia el mucho o el poco desarrollo industrial que pueden tener los países de nuestra América.
Tenemos TLC prácticamente con todos los países de la América del Sur – creo que Guyana y Surinam son las únicas excepciones – y con muchos de la América Central y el Caribe, y las estadísticas muestran que la exportación de manufacturas hacia ellos es mayor, en términos relativos, que las exportaciones de los mismos bienes hacia el resto de los países con los cuales tenemos firmados TLC a lo largo del mundo.
Los líderes políticos que se metan en estos temas deben decir con claridad meridiana si piensan denunciar los tratados – es decir, desligarse como país de todos los derechos y deberes que le otorgan los mismos – o meramente revisarlos, y explicar las razones que lo mueven en un sentido o en otro. En concreto, ¿piensan denunciar algunos tratados de TLC? ¿Cuales? ¿Piensan denunciar alguno de los TLC firmados con países de América Latina? ¿Piensan revisar otros? ¿Cuáles? ¿En qué sentido?
La revisión, por lo demás, es un proceso corriente que se realiza entre los países miembros de un tratado comercial. Se les revisa para atender a los problemas que la marcha o la operatoria de estos tratados ha presentado o para analizar las solicitudes o demandas que algunos de los países miembros quieran plantear o para comunicar la activación de los mecanismos de salvaguardia presentes en el propio tratado que se analice. Eso se hace en forma habitual y, como procedimiento, no tiene ninguna novedad. La novedad puede ser una demanda que exceda lo que el otro país está en condiciones de aceptar, en cuyo caso se entra en un conflicto que se resuelve por la vía de la capacidad y la fuerza política y económica de cada uno.
Si se quiere denunciar un determinado tratado sería bueno conocer cuál y porqué. A lo mejor hay buenas razones y se convierte en una medida digna del mayor apoyo nacional. Pero dejar la cosa en el aire es una mala política, pues genera inquietud no solo dentro de nuestro propio país, sino también en los muchos países, de América Latina y del mundo, con los cuales tenemos TLC firmados.
Lo mismo con relación a los TLC que se pretende revisar. Todos los TLC son objeto de revisión periódica por parte de los países firmantes, pues así lo mandata o lo permite la letra de los tratados. Decir, por lo tanto, que los TLC se van a revisar no es decir nada concreto, a menos que se pretenda una revisión – o una denuncia – más radical de todos ellos. Más aún, no se puede decir que la prioridad en materia de política exterior será la relación con los países de la región y pregonar al mismo tiempo que se revisarán los TLC en general, sin decir con cuales países y que asunto será el sometido a critica o revisión.
Los procesos de integración en América Latina han tenido resultados mucho menos positivos que los esperados. Se han centrado en las reducciones recíprocas de aranceles, pero tener libre comercio entre varios países de la región no basta para que el comercio entre ellos aumente en forma significativa. Ello es así, por cuanto cada país sigue firmando TLC con países desarrollados, lo cual conduce a reducir la importancia de comprar bienes manufacturados en el seno de la propia región. Siempre el bien manufacturado proveniente de ciertos países desarrollados tendrá un precio y una calidad más favorables que el mismo bien generado en la América Latina, y ambos terminan entrando a nuestros mercados locales con el mismo y reducido arancel aduanero.
Para romper con esta situación y dar nuevos saltos adelante en materia de integración regional lo único que no se puede hacer es denunciar o desahuciar los tratados comerciales existentes en la región. Hay que revisar esos tratados para profundizarlos e incorporar nuevos elementos tales como planes conjuntos de construcción de infraestructuras binacionales o multinacionales – estructuras viales, ferroviarias, portuarias o aeroportuarias, por ejemplo – o unir los esfuerzos científicos y tecnológicos de institutos y universidades de toda la región, para dar impulso a la innovación, o desburocratizar o acelerar el paso fronterizo de camiones de carga, o potenciar los bancos de desarrollo existentes como el BID o la CAF, o estudiar el reforzamiento de las cadenas de valor regionales, de modo de fortalecer por esa vía las complementaciones económicas entre nuestros países.
Tampoco se puede perder de vista que para incrementar el comercio intra regional se hace necesario modificar no solo nuestros relacionamientos internos, sino también nuestras relaciones con el resto del mundo, lo cual requiere capacidad de acción conjunta y capacidad de negociar con las potencias existentes o emergentes, sin plegarse a ninguna, pero dialogando con todas.