La magnitud de la crisis y la magnitud de las tareas

Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL CLARÍN (Chile) el día 3 de agosto de 2020.

El Instituto Nacional de Estadísticas, INE, publicó recientemente los datos respecto a ocupación y desocupación correspondientes al trimestre abril – junio de 2020. La primera aproximación a la tasa de desocupación muestra que ésta se ubicó en un nivel de 12,2 % en el período de estudio. Sin embargo, esa cifra es extraordinariamente engañosa.

La tasa de desocupación es la cantidad de desocupados como porcentaje de la fuerza de trabajo. La cantidad de desocupados ha aumentado de 698 mil ciudadanos, en abril- junio del año 2019, a 997 mil ciudadanos oficialmente desocupados en abril-junio del 2020. Es decir, la cantidad de desocupados aumentó, en cifras absolutas, en 299 mil nuevos desocupados y, en porcentaje, en un 42 %.

Pero la fuerza de trabajo disminuyó, de un año a otro, desde 9 millones 621 mil ciudadanos, a solo 8 millones 139 mil ciudadanos. Aproximadamente un millón y medio de personas menos. ¿Qué pasó con ellos? ¿Se murieron? ¿Desaparecieron? No. Sencillamente se aburrieron de buscar trabajo – porque lo consideran una pérdida de tiempo – y si no buscan trabajo, no están desocupados, sino que se asume estadísticamente que no quieren trabajar. Están, por lo tanto, fuera de la fuerza de trabajo. La realidad de las cosas es que se trata de un millón de medio de hombres y de mujeres que dejaron en las estadísticas de formar parte de la fuerza de trabajo, aun cuando estén en la plenitud de su fuerza física y mental.  Si ese millón y medio se sumara al millón, aproximadamente, de ciudadanos que están oficialmente desocupados, llegamos a 2 millones y medio de compatriotas que han abandonado, no por propia voluntad, el mercado de trabajo.

A esa cantidad hay que agregar 801 mil trabajadores que están en esa extraña situación que inventaron en Chile y que llaman “ocupados ausentes”, que son los que no han sido oficialmente despedidos de sus trabajos, pero están sin trabajar, recibiendo un subsidio de cesantía proveniente de sus propios fondos acumulados para estos efectos.

Llegamos, por lo tanto, a una suma de tres millones 300 mil trabajadores que están fuera de su trabajo, por obra y gracia de la crisis sanitaria, económica, social e incluso institucional en que nos encontramos. Como porcentaje de la fuerza de trabajo actual esa cantidad equivale a un 40 %.

A todo lo anterior hay que agregar que los ocupados son aquellos que han trabajado en forma remunerada al menos una hora en la semana anterior al momento de realizarse la encuesta. Es decir, una persona que trabajaba 8 horas al día, en un trabajo formal, pero quedó cesante, y sale todos los días de su casa dispuesto a hacer cualquier pololito – arreglar un jardín, lavar un auto o vender limones – y gasta en todo ello más de una hora a la semana, no está desocupado, sino ocupado, de acuerdo a los criterios estadísticos.

Esa es la magnitud de la crisis actual:  4 de cada 10 chilenos sin trabajo, y una cantidad bastante alta, aun cuando difícil de precisar, en trabajos de mentira, que les permiten un ingreso de mentira.

Eso es lo que explica los millones de afiliados a la AFP que han corrido a sacar todo o parte de sus fondos, porque la crisis los golpea en forma implacable.

Esas cifras sobre ocupación y desocupación señalan también la magnitud de las tareas que hay por delante. No es posible pensar que un buen día todo volverá a ser como antes, y cada uno volverá a su antiguo trabajo, y aquí no ha pasado nada. Para volver a crear empleos se necesitará de un Gobierno activo, que nos saque de la crisis sanitaria, y que en materia de inversión y de gasto social lleve adelante planes muy potentes de apoyo a la pequeña y mediana empresa, que invierta en capacitación y reconversión laboral y productiva y que no confié solo en el mercado como el mecanismo mágico que todo lo soluciona. ¿Contaremos con un gobierno de ese tipo?

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