Por Sergio Arancibia
Chile es uno de los países en desarrollo que tiene más tratados de libre comercio firmados con otros países, los cuales a su vez cubren una parte importante de su comercio exterior. En su esencia los TLC establecen que cada uno de los países puede exportar sus mercancías al otro – o a los otros países firmantes – sin que ellas paguen aranceles en el país de destino. Las mercancías del país A entran sin arancel en el país B y las mercancías del país B entran sin arancel en el país A. Eso permite a cada uno ampliar sus mercados externos e incrementar su `producción para la exportación. Todo eso está muy bien, pero nada de eso exime al país que firma uno de esos TLC de la necesidad de generar mercancías suficientemente competitivas como para poder entrar al mercado del país socio. El tener un tratado de esta naturaleza firmado y sacramentado no genera de por sí solo – ni por el mero funcionamiento del mercado, ni por voluntad de los dioses – una mayor entrada de sus mercancías al otro país. Hay que tener mercancías suficientemente competitivas, en precio y calidad, como para competir con las mercancías que se producen dentro del país de destino, y también, para competir con las mercancías de todos los otros países del mundo contemporáneo que también intentan entrar en ese mismo país de destino, aun cuando sus mercancías tengan que pagar arancel. Es decir, el país que firma tiene una cierta ventaja -sus mercancías no tiene que pagar arancel- pero tienen que tener buena calidad y competitividad.
Chile ha firmado TLC con casi todos los países de América Latina. Eso permite que las mercancías chilenas de carácter industrial manufacturero ganen mercado externo y puedan eventualmente aumentar su producción interna, con el consiguiente impacto sobre la ocupación. Eso es posible porque se trata de países con similar grado de desarrollo y, por lo tanto, las mercancías chilenas efectivamente pueden entrar en forma competitiva en esos mercados. Por ello, en las exportaciones hacia los países de la región, hay un mayor porcentaje de bienes manufacturados que en el grueso de nuestras exportaciones hacia el mundo, que son, en lo fundamental, materias primas con escaso grado de procesamiento. Podría decirse, por lo tanto, que estos TLC dentro de la región han sido beneficiosos para Chile o, por menos, han significado una apuesta o un desafío que el país puede enfrentar en forma exitosa, y que han potenciado el desarrollo industrial manufacturero del país.
Pero cuando se firman TLC con países altamente desarrollados – o con productores exitosos de mercancías con alto grado de competitividad a nivel planetario- tal como podría ser Estados Unidos, los países de Europa, Japón o China – se corre el riesgo de que los únicos productos chilenos que puedan entrar a esos mercados sean nuevamente los minerales, las frutas y los productos del mar. Es muy difícil que por la vía de la firma de un TLC con esos países se incremente la capacidad chilena de producir y exportar bienes de la industria manufacturera, pues es muy difícil que tengan, por el solo imperio de las fuerzas del mercado, la suficiente capacidad competitiva con los bienes de ese mismo tipo producidos dentro de esos países socios. No se potencia, por lo tanto, en estos casos, la industria manufacturera interna, a menos que existan, dentro del país, políticas económicas expresas encaminadas a desarrollar dicha industria manufacturera.
Si Chile quiere ser un país industrializado tiene que replantearse la conveniencia de seguir firmando TLC con países de alto nivel de desarrollo. Pero la no firma de ese tipo de tratados o acuerdos, no genera por si sola industrialización, sino que se requiere en forma expresa de una política económica encaminada a dicho fin, con toda la batería de recursos y de herramientas como para llevarla adelante.
Si Chile quiere, por el contrario, seguir especializándose solo en la producción minera, frutícola y marítima, entonces los TLC pueden ser una buena herramienta para ello, aun cuando se corre el riesgo, que ya comienza a presentarse, de que esos bienes pierdan productividad por el agotamiento o la superexplotación de los mismos.
Pero la industria manufacturera es la portadora de nuevas tecnologías, de nuevas exigencias y de nuevos retos, que cuando se asumen en forma exitosa, generan mayor productividad y competitividad y generan mayores ingresos, salarios y bienestar para los respectivos países y para sus habitantes. Ese es uno de los dilemas que tiene por delante Chile. Todavía no es demasiado tarde. Y estamos en tiempos de reflexión y de cambio.
*Publicado en la edición digital de EL CLARIN (Chile) el día 19 de diciembre de 2019.