Paulina Morales Molina
Los últimos datos arrojados por diversos estudios cuantitativos, solo vienen a reforzar la intuición y el convencimiento que, al parecer, hay que democratizar ciertos procesos que nos rigen. Revisemos algunos, para después reflexionar acerca de los diversos acontecimientos que han girado en estos convulsionados días en donde la clase política no ha podido dar señales y el gobierno ha dado las equivocadas.
La encuesta recientemente publicada, “Termómetro Social Octubre 2019” plantea de manera casi grotesca, la necesidad y aclamación ciudadana respecto de tener una nueva Constitución. Un contundente 80,7% de los encuestados considera “muy importante” o “bastante importante” para el país que se cambie la Constitución; un 83,9% está “de acuerdo” o “totalmente de acuerdo” que en Chile se cambie la Constitución; un 75,7% está a favor de la Asamblea Constituyente.
Los datos no mienten, aunque algunos señalen que puedan estar sesgados o son tendenciosos.
El proceso así llamado “constituyente” que fuera impulsado en 2016, durante el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, fue uno que se quedó truncado, y que hoy reclama ser nuevamente el centro del análisis y debate del cómo nos relacionamos.
El 2016 los datos ya eran contundentes y no están muy distantes de lo que hoy reclama la ciudadanía. En 2016 se apunta, mediante una metodología estándar, a levantar principales principios, valores, derechos, instituciones, entre otros.
En este marco, las principales demandas que surgen, después de haber realizado el proceso de Encuentros Locales Autoconvocados (ELA), en relación a los principales valores y principios surgidos en dichos encuentros, los primeros diez fueron: Justicia; Democracia; Respeto/Conservación de la naturaleza o medio ambiente; Igualdad; Descentralización; Bien común/ Comunidad; Respecto; Dignidad; Autonomía/Libertad; Equidad de género.
Al referir los derechos más mencionados en estos encuentros, los primeros diez son los siguientes: derecho a: la educación; a la salud; igualdad ante la ley; a la vida; a la vivienda digna; a la seguridad social; respeto/conservación de la naturaleza o medio ambiente; libertad de expresión; al salario equitativo; igualdad.
Hoy día, según los datos que entrega el “Termómetro Social Octubre 2019” las demandas, en orden de preferencia, son Pensiones y jubilación, con un contundente casi 49%; Salud; Educación; Empleo y salarios; otro; Delincuencia; Justicia; Derechos Humanos; Corrupción; Medio ambiente.
La tesis que orienta estas reflexiones tiene que ver con que estos resultados no distan mucho, salvo por el momento y la exacerbación de ciertos conceptos, de los planteados en el 2016. Por lo tanto, es un proceso que se viene incubando desde hace tiempo. Veremos por qué. Aquí algunas reflexiones al respecto.
La desigualdad, como concepto, ha sido uno de los temas del modelo neoliberal que ha estado siempre presente en el debate político y social. Numerosos estudios han evidenciado, desde el retorno a la democracia, y desde que comenzamos de verdad a conocer el modelo y sus repercusiones, esta desigualdad brutal que se estaba profundizando a propósito de continuar con las ecuaciones que sustentaban el modelo. Sin embargo, el país creció sin parar desde los 90 hasta mediados del 2000. Pero este crecimiento no dio para todos y todas; se fue acumulando la sensación creciente de que no todos somos iguales, porque cuando el desarrollo y el crecimiento no le llega a todos, el modelo se deslegitima…y ahí fue donde todo comenzó.
El negocio de la salud, de las pensiones, de la educación eran y son así, negocios muy lucrativos para quienes se apoderaron de ellos durante la dictadura, y el proceso de privatización que tanto rédito le ha dado a las elites.
Pero no hay que olvidar, y un poco para comprender, que estos negocios hicieron más ricos a quienes ya lo eran; multimillonarios a quienes era millonarios, y dieron la oportunidad a un segmento social a escalar socialmente, a entrar en el negocio. Es por ello que, no siendo la única causa, es que hoy les cuesta tanto a estas elites, a los dueños del negocio, soltar, entregar, solidarizar y por qué no, compartir. Nunca existió, y al parecer ahora aflora como una opción, disposición de las elites de hacer una modificación a determinadas políticas públicas, como por ejemplo, pensiones. Hay que modificar algunos de los negocios que se tienen funcionando.
¿Quiénes son? Ellos y ellas son nuestra clase empresarial, la que maneja Chile; son una parte de los políticos, que han hecho fortuna a costa de estos negocios, y también a costa del negocio de la representación; son las 7 familias; son el Presidente de la República; son algunos de sus Ministros. También son los amigos y amigas de todos ellos.
Pero lo más complejo, es que también son nuestros representantes; diputados, diputadas; senadores y senadoras, que han podido profundizar, en el marco del ámbito legislativo, atrincherándose en el Congreso mediante reiteradas reelecciones, a propósito de establecer un marco legislativo que los beneficia.
II
¿Por qué ahora? Si a esto le sumamos una estructura social y cultural de Chile; sociedad que ha intentado, hasta antes de 1973, lograr combinar el progreso con el desarrollo; una sociedad que nace de la fusión de españoles (y vaya que calaña fue la que llegó) y los pueblos originarios que habitaban a lo largo del país, cada uno con sus propias características, devino en una sociedad predominantemente desconfiada, poco expresiva, con rasgos clasistas y despectivos hacia el otro que no necesariamente es igual a mí, característica transversal a toda la casta local, entre otras características en las cuales no me detendré. Dichas características se acentúan con la implementación del modelo neoliberal durante la dictadura militar.
Nuestra sociedad, a casi 30 años de retorno a la democracia, vivió durante 20 tranquilamente despotricando contra el modelo, regida por un marco legal y político heredado de la dictadura, administrando lo que mejor que se podía el modelo, parándose -como generación política- desde el temor, entendible, de no “no generar ruido”, hacer las cosas lo mejor posibles, desde el orden establecido. Había muchos problemas que resolver en el retorno a la democracia. La pobreza heredada era uno de ellos. Y se hizo, a costa de generar y hacer surgir una nueva clase media, subsidiada por el Estado, que nació y creció en el individualismo más acérrimo, exigiendo para si lo que antes eran demandas colectivas y sociales que beneficiaban a todos. El modelo los engendró, los educó así.
Hoy, muchos de ellos se vuelven en contra de los cimientos de dicha estructura y no tienen temor, porque a ellos no les mataron a sus amigos y familiares durante la dictadura, ellos no crecieron con toque de queda de algunas veces 12 horas días; no durmieron a sobresaltos esperando que tocaran tu puerta los militares o simplemente allanaran tu casa. Una generación que, dada su lógica, no participa de acciones colectivas, salvo que reditúe a nivel personal. No se les enseñó a participar colectivamente ni pudieron hacerlo; simplemente no había donde.
Los partidos políticos fueron una instancia de participación que renace pública y colectivamente con el retorno de la democracia, reviviendo las clásicas formas de participación, que para la generación que estaba creciendo y educándose no representaba ninguna motivación ni atractivo. El Chile de 1973 no era el mismo que el de 1990. Y eso siguió ocurriendo. Y eso ocurre hasta el día de hoy. Hoy, 2019, en donde se produce una explosión social, manifestaciones y protestas ciudadanas no existen ni partidos ni organizaciones políticas que estén detrás de ellas, ni organizándolas ni conduciéndolas. Las demandas hoy son otras, las formas de expresión y participación, en un mundo tan expuesto y con tanta información, son otras. Y eso nadie lo vio venir ni tampoco hubo voluntad para analizar y ver estas nuevas formas y expresiones políticas y sociales.
III
Estos hechos no han dejado de desconcertar a nuestros clásicos, anquilosados y estructurados dirigentes y líderes políticos y sociales. Están tratando aun de entender el fenómeno pero no encuentran, al escuchar sus declaraciones, los factores y variables con las cuales dar forma a este descontento, porque todo lo descrito anteriormente lo sabían, lo sabíamos. No hay nada nuevo. Lo que no pudieron fue dar respuestas, soluciones, propuestas, contrapropuestas a las diversas problemáticas sociales y políticas porque se fueron haciendo parte del problema y dejando su papel en parte de la solución. La generación de nuevas formas y espacios de participación, proponer temas que aglutinaran a diversos sectores, hicieron que los partidos políticos y las clásicas formas de agrupación perdieran atractivo. Nos encerramos sólo con los nuestros, los que piensan como yo; dejamos de ver toda la riqueza del debate, de la discusión (no la pelea); dejamos de ver al otro, al diferente. Se produce una disociación entre el Chile más desarrollado, más rico, y las clases políticas y dirigentes, y el resto del país, del otro Chile.
Las nuevas generaciones, las que comienzan a levantar la voz en 2011, el 2016 y ahora el 2019 no tienen miedo. Han aprendido tan bien del modelo que el que no llora no mama, que lo extrapolaron. Se cansaron de los abusos evidentes a sus padres y abuelos; se cansaron de no ser escuchados, de no ser incluidos -desde la óptica social-. No tiene mucho más que perder. Toda su vida hoy pende de un frágil hilo que la sostiene. Sus padres viven endeudados, estresados por ese endeudamiento, trabajando más de las horas que el cuerpo soporta, y con ello, generando un clima familiar que muchas veces se tornó hostil y agresivo.
Estos son algunos de los temas que se deben abordar -y los cuales no podemos soslayar- de aquí en adelante, en el así llamado nuevo Pacto Social.
El que tiene más se siente mejor y superior al otro. La desigualdad ya no es solo estructural y absoluta la que se reclama. Lo que se reclama, y por ello es tan importante generar un proceso social y político de nueva Constitución, es la desigualdad de trato. El no ver al otro y descalificarlo por no tener tanto como yo; el hacer de la convivencia transversal una utopía, el seguir profundizando la segregación y división social.
Entonces, esto tiene mas que ver con no escuchar las demandas, pero también con entender la lógica que existe detrás de estas demandas. Claramente no es lo que ocurre con el gobierno, no está ocurriendo, claramente no está escuchando y si está escuchando, no está entendiendo.
Eso es lo que duele, eso es lo que no llega, eso es lo grave…
Santiago, 07 noviembre 2019
[1] Socióloga, consultora en diversos proyectos, analista políticas públicas; Maestra Ciencias Sociales por FLACSO México.