En los debates sobre educación siempre subyace la pregunta de qué educación para cual sociedad. En ese contexto, cabe preguntarse por las señas de identidad de un pensamiento socialista y progresista en materia de educación. Quisiéramos, a lo menos, proponer tres énfasis al respecto: recuperar y fortalecer la educación pública; poner en el centro ético del quehacer educativo el nexo entre educación, diversidad, inclusión y democracia; y desarrollar una práctica en el aula que favorezca la experiencia y la experimentación pedagógica.
Bajo la noción neoliberal de Estado subsidiario y mínimo, lo público fue concebido como una anomalía de lo privado. El estado solo debía actuar allí donde lo privado no llegaba. Bajo esta concepción se desarrolló nuestro sistema educativo en los últimos casi 40 años, reduciéndose al mínimo la matricula pública tanto escolar como de educación superior. Ello no resultó un experimento exitoso: la educación se volvió más segregada, más desigual en su calidad, generó endeudamiento en las familias y se desarticuló una noción de proyecto compartido de país.
Bajo la reciente administración Bachelet (2014-2018) se inició un proceso de reconstrucción de la educación pública: se aprobó una ley que desmunicipaliza y devuelve al Estado central la educación pública; se creó una Ley de Universidades estatales; y se desarrollaron dos nuevas universidades públicas y quince CFT estatales. Muchas de estas iniciativas deberán ser desarrolladas por la actual administración de derecha, cuyo escepticismo y disgusto con la educación pública es evidente.
Como parte de este proceso de recuperación de la educación pública se inscribe también la noción de la educación como un derecho social universal que debe ser protegido y asegurado por el Estado. Desarrollar esta idea de la educación como derecho solo es posible teniendo un robusto sistema de educación pública y asegurando su gratuidad en todos los niveles del sistema educativo.
Lo segundo, es no perder de vista la promoción de un núcleo ético de la educación o el para qué educamos. Generar aprendizajes es parte consustancial de la tarea educativa, pero a condición de no reducir un concepto de calidad de estos aprendizajes a los resultados de pruebas estandarizadas externas a la escuela que excluyen sectores curriculares y reducen los que evalúan a aquello que puede ser medido. Pero, además, la tarea educativa debe ser considerada en su integridad. Se educa para formar personas y ciudadanos. Para ello la escuela debe ser rica en aprendizajes democráticos, en derechos humanos, en reconocimiento e inclusión de la diversidad. Las recientes demandas por una educación no sexista, por el fin de los liceos segregados por género, por relaciones de poder horizontales entre hombres y mujeres, constituyen expresión de la necesidad de concebir conceptos como “calidad” o “excelencia” en el marco de una educación cuyo nexo principal sea la democracia, y el respeto a la diversidad y la inclusión de todas las diferencias.
Por último, es necesario en la próxima etapa no solo considerar las macro variables de la educación (administración, financiamiento, etc.), sino también tener una preocupación por lo que sucede en la escuela y en el aula. Pasar de la conversación solo sobre educación a la pedagogía. Volver a hacerse las preguntas sobre qué enseñar y cómo enseñar. Permear el currículo prescrito con la realidad socio histórica de la escuela y de los estudiantes, volver a tomarse en serio los intereses de los estudiantes y desde allí ir hacia un currículo enriquecido por los propios saberes y realidad cultural de los niños, niñas y jóvenes. Dar poder a los profesores para experimentar didácticamente y buscar los medios para que todos los estudiantes aprendan. Volver a abrir el dialogo sobre qué y cómo enseñar en escuelas y aulas diversas y plurales.
El pensamiento educativo de la izquierda o de parte de esta ha sido hegemonizado en estos años por una idea empobrecida de “calidad educativa”. Se debe salir de ese reduccionismo y reconstruir un pensamiento propio. En los ejes de ese planteamiento debe estar la educación pública, el fortalecimiento de la educación con la democracia y la inclusión, y el desarrollo de una propuesta pedagógica que considere la radical diversidad que habita nuestras escuelas y aulas.
Ernesto Águila.
Coordinador del programa de Educación de Igualdad.