por ERNESTO BENADO
Chile ha perdido su potencial industrial. Olvidados están los tiempos en que sus empresarios proclamaban: Chile es y será un país industrial.
La decadencia tiene múltiples explicaciones, la principal es que si las AFP tienen una rentabilidad del 25% anual, y la banca del 15% anual, no hay actividad industrial que pueda competirles. ¿Se puede revertir la tendencia a la desindustrialización chilena?
En esta primera mitad del siglo XXI se presenta una oportunidad única de revertir esa decadencia. La fabricación de automóviles eléctricos, reúne condiciones tan particulares que Chile podría emprenderla exitosamente. La sustitución de los automotores que queman combustibles y dañan el medio ambiente es un hecho innegable. Ya hay países como Holanda, Suecia y Noruega que han fijado un límite en años para prohibir su circulación. Esa tendencia se extenderá a nivel mundial y también llegará a nuestro país.
Chile abandonó la producción de automóviles con motores de combustión interna (gasolina y diésel) en la década del 70. En realidad hubo intentos por ensamblar autos y camionetas con motores, cajas de cambio y transmisiones importadas. Hubo también intentos de integrar partes de la industria con fabricantes argentinos, pero todos ellos fueron haciéndose antieconómicos, con la llegada masiva de los automotores, primero japoneses y después otros asiáticos.
La razón es sencilla, la producción de los motores de combustión interna es compleja y muy dependiente de la economía de escala, producir un motor a gasolina o diésel no puede hacerse económicamente a escalas menores a un millón de unidades anuales. Esas producciones están fuera del alcance de países pequeños como Chile, con mercados de solo un par de cientos de miles de vehículos al año. Lo mismo sucedió con países como Suecia, que se fueron retirando de la fabricación doméstica y sus marcas y diseños fueron adquiridos por otras multinacionales. ¿Qué cambia para los automotores eléctricos?
La fabricación nacional de vehículos eléctricos de tamaño pequeño y de gran demanda popular afectará la globalidad del mercado automotriz, pero su efecto será limitado. Su principal impacto será el de revertir la decadencia de la industria manufacturera chilena y fomentar el uso de mano de obra tecnificada y su implantación a nivel regional.
Los motores eléctricos usados para impulsar automóviles son de un diseño simple y pueden fabricarse en series mucho más pequeñas, incluso de decenas de miles de unidades anuales. En Chile ha habido y hay fabricación de motores eléctricos de distintos tipos y calidades. Existe, por lo tanto, la experiencia y los materiales básicos para su producción.
Es claro que la fabricación de automóviles no es solo la fabricación de los motores de corriente continua que los impulsan. Muy principalmente habrá que fabricar las baterías de litio recargables, las ruedas y llantas, el sistema de amortiguadores, los mecanismos de dirección, el sistema de frenos y la carrocería. Cada una de esas partes y sistemas representa un desafío tecnológico y significaría un compromiso nacional para innovar y superar. Chile posee el capital humano y cierta tradición en ingeniería mecánica, que permitiría enfrentar esos desafíos.
¿Qué medidas en el campo económico se requerirían para desarrollar esa industria nacional de automotores eléctricos?
Primero, declarar de interés nacional la fabricación en Chile de un vehículo eléctrico de tamaño pequeño y estimar la demanda en 50 mil unidades anuales. Prohibir durante 10 años la importación de ese tipo de vehículos que estén por debajo de US$ 25.000 la unidad FOB.
Segundo, aprobar por una ley de quórum calificado la creación de una empresa nacional de automóviles eléctricos que puede ser estatal o mixta, en asociación con alguna empresa internacional que posea avances tecnológicos y permita desarrollar los prototipos y escalar la producción de los nuevos diseños en menor tiempo.
Tercero, establecer en la ley que la fabricación de las partes del automóvil eléctrico se radicarán en las regiones con menor desarrollo económico. En especial, se estudiará la instalación de la planta ensambladora y de montaje de los vehículos en la Región de La Araucanía.
A pesar de que la sustitución de los vehículos automotores contaminantes es un hecho comprobado a nivel internacional y que se quiera o no llegará a nuestro país, el lobby de los importadores de vehículos representa un poder económico de gran peso.
Chile importa cada año en promedio 300 mil vehículos de diferentes marcas y procedencias, dos tercios de ellos corresponden a los vehículos pequeños y medianos más vendidos. El mercado de los automóviles de mayor precio y tamaño, los buses, los camiones y camionetas, integran un mercado distinto y que solo será afectado por el impulso eléctrico a más largo plazo. También existe hoy un mercado importador y distribuidor de partes y repuestos de significativo valor económico, al que se suma la existencia de gran cantidad de talleres y mano de obra utilizada para el mantenimiento y reparación de los vehículos. La suma de esos mercados tiene un impacto en el Producto Interno Bruto del país y no es propósito de esta nota señalar los efectos que tendrá la tendencia inevitable de disminuirlo.
La fabricación nacional de vehículos eléctricos de tamaño pequeño y de gran demanda popular afectará la globalidad del mercado automotriz, pero su efecto será limitado.
Su principal impacto será el revertir la decadencia de la industria manufacturera chilena y fomentar el uso de mano de obra tecnificada y su implantación a nivel regional.