El valor principal de la derecha, aquel por el cual está dispuesta a lesionar e incluso sacrificar cualquier otro, nunca ha sido la igualdad. Tampoco la libertad. Ese valor ha sido y continúa siendo la propiedad, y desde luego el orden, en tanto éste constituye la protección de aquélla.
El valor principal de la izquierda ha sido siempre la igualdad, y no sólo jurídica -todos iguales ante la ley- y política -todos votando en elecciones en que el voto de cada cual cuenta por uno-, sino la igualdad material en las condiciones de vida de las personas, aunque con una prevención: la izquierda -al menos aquella de signo democrático- no aspira a una imposible e incluso indeseable igualdad regimentada de todos en todo -nadie comiendo torta para que todos puedan comer pan-, sino a una igualdad de todos en algo -todos comiendo a lo menos pan, sin perjuicio de que algunos, o muchos, merced a su mayor capacidad, esfuerzo o suerte puedan acceder también a las tortas y a otros manjares aún más sofisticados.
Es raro, en consecuencia, que una coalición de centroizquierda como la Concertación renunciara a la palabra «igualdad», sustituyéndola por la más blanda «equidad». Uno podría pensar que tal reemplazo constituyó un gesto amigable que desde la izquierda de la Concertación se hizo al único partido de centro de la misma, aunque una explicación como esa no resulta convincente. El PDC chileno ha asumido siempre un fuerte compromiso con la justicia social y no debería tener problemas con la palabra «igualdad». En cualquier caso, la izquierda chilena -y me refiero a aquella que habita en la Concertación- consintió alegremente la sustitución de la igualdad por la equidad -que no es sólo el cambio de una palabra por otra sino de un concepto por otro-, consciente de que de esa manera licuaba la fuerza del primero de esos dos términos, algo parecido a lo que hizo con la propia palabra «izquierda», reemplazada por un también vago y menos comprometedor «progresismo».
Hoy el término «igualdad» está de vuelta en el lenguaje de la Concertación e incluso en el del Gobierno y los partidos que lo apoyan, lo cual quiere decir que izquierda y derecha aceptan ahora hablar de igualdad sin denostar esta palabra o reducirla a su débil versión de «igualdad de oportunidades», como tradicionalmente hizo la derecha, y sin canjearla por «equidad», como hizo por su parte la izquierda. Todos, entonces, convertidos a la igualdad, aunque no por haber descubierto o redescubierto la importancia de este valor jurídico, político y social, sino porque las graves desigualdades que existen en nuestra sociedad reventaron en la cara de quienes hasta hace muy poco se hacían los desentendidos con ellas y hasta vilipendiaban o abdicaban de la igualdad. Es la evidencia de las desigualdades la que reflotó el valor de la igualdad, tal como suele suceder con la justicia: aunque no nos pongamos de acuerdo en qué es ésta, nos resulta fácil identificar situaciones concretas de abierta o manifiesta injusticia.
Una igualdad básica en las condiciones de vida es crucial para la propia libertad, puesto que las libertades de pensar, de expresarse, de reunirse, de asociarse, de emprender, carecen de sentido para quienes viven en situación de pobreza o sufren la constante inseguridad de recaer en ella. Sociedades más igualitarias son también sociedades más libres, de manera que si una comunidad decente no es sólo una de libertades, sino aquella en que han desaparecido las desigualdades más injustas en las condiciones de vida de las personas, políticas y decisiones públicas en favor de una mayor igualdad proveen también mayor libertad.
¿Habrá vuelto la igualdad para quedarse o caerá nuevamente en el denuesto o el olvido una vez que cedan las movilizaciones sociales que estamos viviendo?
La vuelta de la igualdad como un valor central de una sociedad en desarrollo y cada vez más compleja a sido gracias a la sociedad civil y su diversidad de movimientos y organizaciones y que aprovechando las nuevas tecnologÃas de información y comunicación a devenido en grandes movilizaciones sociales a lo largo y ancho del paÃs;no quedandole a clase polÃtica y al gobierno de turno que asumirla encausandola con grandes acuerdos nacionales a nivel de fuerzas polÃticas. En este orden de consideraciones los partidos polÃticos y los polÃticos estan en la retaguardia y no en la vanguardia de estos juicios de valor.¿qué paradoja?