En un período presidencial breve como el nuestro, el segundo año parece bastante decisivo para que un gobierno intente dejar una huella perdurable. La tarea no es sencilla, porque la reciente encuesta CEP, aunque solo se comente en voz baja, trajo malas noticias para el gobierno.
La primera de ellas es que el ejecutivo ingresa a este año clave con menos fuerza política de lo esperado: su porcentaje de apoyo está más cerca del piso histórico de la Alianza que de su techo (44%); y los atributos de confianza y cercanía del liderazgo presidencial se encuentran en zona crítica (lo que siempre es un indicador de que la “fotografía” del momento que entrega la encuesta pueda estar ocultando una baja más pronunciada).
Un segundo aspecto sensible, es que el gobierno aparece mal evaluado en lo que son promesas duras de campaña como el combate a la delincuencia (en este tema todo será lidiar con unas expectativas demasiado altas que se sembraron). Por su parte, otros anuncios vistosos como la eliminación del 7% de salud a los jubilados o la extensión del post natal de 6 meses aparecen hasta ahora postergados. Otro tanto se puede decir de la agenda que dejó el acontecido año 2010: seguridad laboral, pueblos indígenas, sistema carcelario en crisis. Promesas que de no cumplirse, o de terminar siendo abordados con una “letra chica” que las vuelve irreconocibles, pueden aumentar la brecha de desconfianza y lejanía entre el gobierno y la ciudadanía que la última CEP detectó.
Más complejo que lo anterior, sin embargo, es que el gobierno todavía no ha logrado dar con un concepto articulador que le aporte un sello y le otorgue identidad. ¿Por qué quiere ser recordado? ¿Qué herencia quisiera dejar? Las siete “grandes reformas” anunciadas en estos días marcan ciertos énfasis temáticos o sectoriales, pero no se percibe un hilo conductor y vertebrador, ni algo especialmente original y distintivo.
Tal vez lo que está faltando es una decisión política de mayor envergadura, un golpe de timón que marque algún rumbo digno de ser recordado. Por ejemplo, no una genérica y retórica voluntad de mejorar la calidad de la educación o pensar que ésta se va a resolver por una medida puntual de flexibilización laboral del Estatuto Docente (ni construyendo “semáforos” o reduciendo horas de Historia), sino emprendiendo una apuesta clara y contundente en favor de la educación pública y de la carrera docente, que permita reducir en serio la brutal desigualdad de oportunidades que hoy se expresa en colegios cuya calidad se encuentra tan mal distribuida, como ha quedado en evidencia con los recientes resultados PSU. Un giro difícil de realizar para este gobierno, y para cualquiera otro, por los intereses que hay que herir y los dogmas que habría que archivar, pero de un sentido social histórico y trascendente.
De no mediar un quiebre en educación o en otra área de similar relevancia (relaciones laborales o redistribución del ingreso, por ejemplo), se irá consolidando la imagen de un gobierno invertebrado, sin horizonte estratégico, animado por algunos chascarros pasajeros, o refriegas en materias valóricas entre liberales y conservadores (donde parece que los conservadores llevan las de ganar), y que va surfeando con más o menos éxito distintos episodios mediáticos. Un “gobierno de episodios” como lo calificó un sociólogo de la plaza. No mucho para un sector político que llegó al gobierno bajo las banderas del cambio.
05/01/2011 – 09:07 Es verdad, este es un gobierno que no tiene rumbo, que habla de muchos anuncios, de muchas «revoluciones», y en los hechos no se ven avances, que dice que no se guÃa por las encuestas pero vive esclavo de las imágenes, es cosa de ver las declaraciones de brazos cortos luego del último sismo, penos