Discrepando de Edwards

En las páginas de este vespertino (La Segunda), el viernes pasado, el escritor Jorge Edwards ha anunciado su voto para las próximas elecciones presidenciales. No corresponde comentar su decisión. El sentido de esta columna es discutir algunos de sus fundamentos. Quiero además decir que rechazo totalmente la virulencia y los insultos proferidos al Premio Nacional de Literatura por su anuncio.

Edwards critica el pacto instrumental de la Concertación con el Juntos Podemos. Pero sus juicios prescinden por entero del contexto del sistema electoral en el cual este acuerdo se formuló. Son las reglas de un sistema inequitativo, junto con otros factores que generan un déficit relevante de legitimidad y representatividad a nuestra democracia, los fundamentos de esta lista común. Resolver ese problema, tanto como la incorporación de los jóvenes a las votaciones, se ha transformado en una cuestión relevante en cualquier agenda de modernización del país, que apunte genuinamente a fortalecer nuestras instituciones y a dotarlas de estabilidad en el tiempo.

La ausencia de voluntad de la oposición obligó a este camino que permitirá la presencia de tres comunistas entre los 120 diputados.

La exigencia de una «autocrítica» por los crímenes de Stalin y otros horrores del comunismo del siglo 20, como prerrequisito para la incorporación de una colectividad centenaria al Parlamento, es desajustada en el tiempo y contradictoria con la idea general del texto de escritor que nos insta a dejar atrás los «cucos» y mirar el futuro.

Y por último, si son tan altas las exigencias para una fuerza política respecto de condenables dramas ocurridos en Europa del Este y en otros lugares de la tierra, ¿qué les exigimos a los responsables de nuestras propias tragedias internas?

También escribe Edwards de la carencia de ideas en la campaña presidencial de la Concertación. ¿Pero dónde están los planes de gobierno del candidato al que apoya nuestro Premio Cervantes? Nadie que haya seguido de cerca estas elecciones puede negar que los debates han estado centrados en temáticas surgidas del pensamiento progresista, o son sucedáneos de acciones de la Presidenta Bachelet, o han emergido de las campañas de Frei y Marco Enríquez. Este último incluyó aspectos muy relevantes en la discusión: la necesidad de innovaciones en la calidad de la política, la promoción de los derechos de los ciudadanos, y cuestiones tributarias. A su vez, la opción por un Estado más vigoroso ha estado presente en toda la campaña, porque su desarrollo ha sido contemporáneo con la mayor crisis financiera desde la Segunda Guerra Mundial.

Por último, los temores que provoca la derecha chilena no corresponden a ninguna estrategia de campaña. Ella se los ha ganado limpiamente en su larga historia, donde los destellos liberales han terminado siempre cediendo. La derecha chilena moderna tiene una matriz intelectual consistente. El propio Edwards ha descrito varios de sus rasgos más duros en su extensa obra literaria, incluyendo una de sus últimas novelas, El inútil de la familia. La derecha ha defendido con fuerza un orden institucional conservador, derivado de una matriz autoritaria restrictiva, y ha promovido con mucho éxito, en lo valórico, posturas contrarias a la autonomía de las personas. Esa matriz se ha expresado en el último tiempo en la conducta de sus parlamentarios en temas como la píldora del día después, entre muchas otras materias.

Reconocer diferencias de enfoque en las políticas públicas o en el rol del Estado para mejorar la competencia en los mercados, no es pretender criminalizar a nadie ni reeditar viejos fantasmas, sino simplemente dejar en claro que siempre, en toda democracia, para que sea verdadera, debe haber en juego ofertas distintas para los electores. Y ése es hoy el caso.

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