Naturaleza de una crisis

El país pasa por una situación compleja en la que resulta difícil distinguir lo esencial de sus apariencias. ¿Es el país el que está en crisis o bien lo está una cierta manera de verlo y organizarlo? Si vamos por esta segunda interpretación se trata entonces de una crisis de hegemonía de un proyecto, y con ello de una elite, que hasta hace un tiempo atrás lograba con relativo éxito hacer que sus problemas e incertidumbres fueran tratados como si correspondieran a los de la sociedad en su conjunto. Se habría volatilizado, entonces, un cierto «sentido común».

Una opinión del senador Allamand, recogida en el reciente informe del PNUD (2015), grafica bien este proceso y una cierta perplejidad asociada: «…Hace cuatro años atrás la legitimidad de la Constitución estaba zanjada, el emprendimiento privado en educación no se discutía; el sistema previsional basado en capitalización individual estaba legitimado por la propia Concertación; el concepto de soluciones privadas a los problemas públicos se encontraba vigente. Todas ‘certezas’ que hoy están en tela de juicio».

Se podría discutir que todo esto venga de hace solo cuatro años, pero ello no es muy relevante. Si lo es, en cambio, detenerse en la idea de fondo que ratifica que buena parte de lo que ocurre, del vacío que se respira, está relacionado con la crisis de hegemonía de un proyecto de sociedad. ¿Por qué se volatilizó este «sentido común»? Varias podrían ser las razones: una larga experiencia cotidiana de abuso de los ciudadanos con este modelo de «soluciones privadas a problemas públicos»; la abrupta caída del prestigio de los agentes privados encargados de sostener este “consenso” (la reciente impunidad de las empresas farmacéuticas coludidas, es solo el último capítulo de una larga historia). No deja de ser sintomático en este sentido que hoy las “soluciones privadas” busquen su legitimidad social argumentando que cumplen una “función pública”. Por último, el surgimiento de nuevas y persuasivas elites intelectuales, sociales y mediáticas que desafían el orden anterior, en asociación a estos nuevos movimientos ciudadanos.

Sobre este telón de fondo, en una cierta relación de causa y efecto, se desarrolla la crisis de legitimidad del sistema político. Si bien no todos los actores políticos están igualmente tocados y unos pocos se ven más enteros que otros, el sistema político en su conjunto se ve absorto en sus propias dificultades de credibilidad,sin capacidad de procesar este vacío de proyecto. La crisis parece «moral» -día por medio un nuevo político cae al precipicio abrazado a un talonario de boletas de honorarios-, pero el asunto es más complejo, más propiamente político: saber si el viejo orden será capaz de reconstituir su legitimidad (y se encuentra en plena ofensiva), o si un nuevo proyecto y nuevas fuerzas llenarán este vacío. Quién, finalmente, tendrá la capacidad de persuadir a los demás que sus propias incertidumbres son las de todos, quién va a construir y capturar el nuevo sentido común.

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