Proyectos políticos y oposiciones en el Chile actual

Concertación

Como es habitual cuando se cierra un prolongado ciclo político, en este caso encabezado por la Concertación que estuvo en el poder durante veinte años, se produce una dispersión de los partidos y sus élites y deben hacer un largo aprendizaje para instalarse en la oposición. Ya no existe el ancla de contar con el gobierno y por tanto de poseer la iniciativa política. Ahora la centro-izquierda debe gradualmente rearmarse básicamente desde los partidos y el parlamento sin el factor ordenador o el vértice de poder que residía en el gobierno. Así la actual oposición debe buscar un tono y un registro común para convertirse en una oposición organizada que trasmita mensajes claros hacia la ciudadanía. En buena medida la baja estima que expresa la ciudadanía con la actual oposición tiene que ver con que aún ésta no encuentra un guión o registro que la identifique claramente. Una de las preguntas que surge es cuanta energía cada partido está dispuesto a invertir en un proyecto común o si lo que está a la orden del día es cimentar solamente las identidades particulares de cada orgánica política. Sin duda que evitar la dispersión de las propias filas en un contexto de repliegue contribuye a que los partidos se vuelquen sobre sí mismos, en un desgastante ejercicio de reafirmar una identidad política.

Pero también escasean los horizontes políticos y los proyectos. El ciclo de la Concertación cambió positivamente a Chile en muchos sentidos. Se abrió un cauce de políticas que combinaron el desarrollo económico con políticas incrementales de redistribución social. Fue un intento, con limitaciones, de sentar las bases de una opción socialdemócrata, aunque nunca se verbalizó muy claramente como tampoco permeó a los partidos y a los activos concertacionistas más amplios. La interrogante que emerge es si se seguirá esta senda o se volverá a un repertorio político de identidades tribales de los partidos y sus élites; unos afirmando a una izquierda de tonalidad más radical y otros procurando una identidad hacia el ‘centro’ político. Pero lo indicado parece ser un camino que conduce más bien a la fragmentación y a la crisis de identidades que a fijar horizontes políticos que den cuenta de la existencia de una clara oposición a los ojos de la ciudadanía.

Se complica aún más el panorama cuando se advierte que el gobierno de Sebastián Piñera ya desde la campaña decidió tomar las banderas de la Concertación y, si se quiere, de la centro-izquierda. Los proyectos sociales que se han presentado si bien se puede discutir los méritos de cada uno, no  hacen más que continuar el camino de reforzar una agenda más distributiva que liberal. Esto también contribuye a que la Concertación y sus partidos se queden estupefactos puesto que o apoya sin remilgos los proyectos sociales o señala que son limitados y “pide más”. A su turno la derecha en el gobierno puede aducir que están haciendo lo que la Concertación no hizo en veinte años. Es decir, se pierden los símbolos clásicos de derecha e izquierdas. Esto de paso también ha dejado a los partidos de derecha sin un libreto claro cuando por años reclamaron en contra del Estado y su burocracia y de la necesidad de introducir con mayor vigor una lógica de mercado.

De esta manera, asistimos a una dispersión y seria falta de credibilidad de todos los partidos políticos. Los de la oposición debido a que tienen que resolver el sentido y la proyección del pacto que los une, mientras sostienen a duras penas sus identidades y los de la derecha que se debaten con un gobierno que sienten lejano, cuyo presidente sigue una ruta propia, en varios casos, profundizando políticas que la concertación dejo a lo menos proyectadas. Se generan así descontentos y semi-oposiciones puntuales en todo el arco partidario, sin que ellas puedan ser escuchadas o decodificadas por las grandes audiencias. La política así pierde el sentido de canalizar voluntades y agregar demandas y se transforma en alegatos evanescentes, en dimes y diretes.

Es muy probable que, a lo menos, parte de la explicación se vincule con el efecto que ha tenido a lo largo de los años el encuadre político-institucional de nuestra democracia. La instalación del sistema binominal, como se ha repetido múltiples veces, desalienta la participación de la ciudadanía puesto que percibe a una elite que, al final, se reparte el poder por mitades. Igualmente, este sistema electoral termina socavando seriamente a los partidos ya que los legisladores, una vez electos, tienen todos los estímulos para autonomizarse en el congreso y actuar construyendo sus propias bases de apoyo locales o regionales. Por otro lado, la figura presidencial tiene completa autonomía respecto a los partidos y en un complejo juego político, al final, impone su agenda y prioridades. El Presidente así se transforma en una figura totémica del sistema político, más interesado en cosechar popularidad y en dejar una huella en el cargo que en ocuparse de lo que ocurre en las tiendas partidarias. En síntesis, el formato institucional es un factor complejo para una buena política democrática. Se requiere, entonces, abrir el espectro institucional, democratizar de verdad a los partidos, desconcentrar la actividad política en centros de poder variados e infundir una cultura política más sencilla y conectada con las pulsiones ciudadanas. Para la oposición ya no existe el boato y la cadencia del Estado con sus rutinas y espejos y es hora de ponerse a tono.

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Comments

  1. los simbolos clasicos de «izquierda y derecha » a que hace alusión el autor se perdieron hace rato no porque la actual administración tenga una agenda de gobierno hacia el centro, sino, por que la concertación en un relación de sumas y restas en 20 años nunca fue un gobierno progresista y transformador de status quo del modelo neo-liberal y excluyente.

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