Un matutino, por lo general bien informado, consignó en una de sus ediciones de los últimos días que el nuevo Presidente en medio de una reunión dejó caer la simple e inquietante pregunta: “¿qué día es hoy?”.
De alguna manera la anécdota refleja una cierta impronta presidencial, marcada por vertiginosos desplazamientos, frenéticos llamados telefónicos y maratónicas reuniones, lo que ha ido dejando su huella en el rostro cansado de algunos ministros, y en la languidez y fatiga de algunas vocerías.
El riesgo de todo esto es confundir lo que se ha llamado recuperar un “sentido de la urgencia” con el simple apuro, precipitación o atolondramiento. O dicho más coloquialmente creer que se trata de una carrera de cien metros planos cuando lo que hay por delante es una maratón.
Se trasluce en ello una cierta idea de que el activismo del presidente puede reemplazar la conformación de un equipo de gobierno en forma, o la acción misma del Estado, compuesto por una pesada maquinaria administrativa; procedimientos y rutinas; varios miles de funcionarios; y ese enjambre de pequeños y medianos actos administrativos que hacen el día a día del oficio de gobernar, inclusive en condiciones extremas y apremiantes como las actuales, o con mayor razón en tiempos como éstos.
En este sentido llama la atención el retraso que ha tenido la actual administración para el nombramiento de los cargos de confianza política en sus distintos niveles. Han pasado dos meses de la elección presidencial y una semana desde el cambio de mando, y muchos cargos relevantes permanecen vacíos. No se trata de sumarse a un criticismo un poco estridente que ha cruzado al país desde el terremoto hasta ahora, pero hace muy poco se vivió un prolongado apagón desde Tal-Tal a Chiloé sin ninguna autoridad provincial nombrada. Por la mitad de esto un gobierno de la Concertación ya estaría crucificado y sometido a todo tipo de flagelaciones en la plaza pública.
Llama la atención esta falta de personal que ha exhibido la centroderecha para ocupar cargos en el Estado, especialmente en sus niveles intermedios e inferiores, o incluso superiores (¿dónde están esos preparados cuadros profesionales e intelectuales del CEP? ¿o los miles de jóvenes que preparaba la Fundación Jaime Guzmán?). Por su lado, varios funcionarios concertacionistas aún esperan con sus archivadores y carpetas en varios puestos de confianza para hacer entrega de sus cargos y aún no encuentran a quién hacerlo.
En fin, tampoco se puede exagerar la crítica a un gobierno que recién comienza y que empieza a experimentar en carne propia la complejidad de la tarea de gobernar; la falta de recursos para atraer a los mejores profesionales a la función pública; la impaciencia que se ha instalado en los ciudadanos; la inmediatez de las respuestas que instalan las lógicas mediáticas versus la necesidad de adentrarse a fondo en los problemas y dar soluciones serias y consistentes.
La tragedia del pasado 27 de febrero ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestra modernidad, y la ilusión de que este gobierno podía ser el de la ansiada “transición al desarrollo”. Todo ello ha pasado al olvido junto a ese diminuto pendrait que el nuevo presidente colgó sobre los hombros de sus nuevos ministros al nombrarlos en febrero pasado.
La principal conclusión de la reciente catástrofe, que seguramente no será a la que arribe el actual gobierno, es la necesidad de contar con un Estado eficiente, capaz de pensar y construir el país en el largo plazo. El retraimiento y precarización del Estado en muchos aspectos de orden estratégico ha evidenciado, en el marco de esta gran catástrofe natural, nuestra sorprendente vulnerabilidad externa y las profundas grietas y fisuras del pacto social en que se sostiene nuestra convivencia interna.
¿Es un Estado eficiente a la vez un Estado eficaz?, al parecer no y afirmar este juicio supone que para algunos esperarÃan del Estado eficiencia y otros eficacia, ambos conceptos relacionados , pero no son lo mismo, yo esperarÃa de un Estado eficacia polÃtica y técnica antes de todo, si esto aún no esta presente en el páis se debe básicamente a la administración de un cierto orden económico, social, cultural y polÃtico, sin preguntarse ¿habrá otro y mejor?, lo anterior nos ha llevado por décadas a una muy mala distribución del ingreso y la riqueza, al problema de la salud, la educación, el empleo, en fin a un orden social para algunos y no para todos, por tanto esperar sólo un Estado eficiente, denota que el oficio de gobernar es más técnico, que polÃtico, nada más desvirtuado de la autentica filosofÃa y arte del gobierno, que no es otra cosa que gobernar para el bien común, la polÃs y los ciudadanos, si en todo estos lo hacemos con eficiencia y racionalidad técnica estamos sumando conocimiento y valor, pero no suplantando el verdadero arte de gobernar, que es por sobretodo la polÃtica, expresión magna de hacer entre los semejantes y con ellos los proyectos colectivos y la construcción de su futuro.