Ernesto Águila Z.
El reciente acuerdo tributario deja como saldo dudas de fondo y forma. De fondo, porque hasta que no se conozcan las indicaciones específicas no se sabrá a ciencia cierta si el acuerdo permite recaudar los tres puntos del PIB anunciados en el programa de la Nueva Mayoría, o si el alza de impuestos a las grandes empresas y la eliminación del FUT, que el protocolo ratifica, abren nuevos y mayores espacios para la elusión, lo que podría transformar en letra muerta la recaudación y el monto de los ingresos esperados. Tanto empresario sonriente, incluso alegando la paternidad del acuerdo, despierta suspicacias hasta en el más ingenuo y confiado oficialista.
Desde el punto de vista de la forma, no se entiende bien por qué la coalición de gobierno, teniendo la mayoría simple requerida, renuncia tempranamente a ejercerla o no opta por introducir cambios al proyecto con el acuerdo de su propio bloque primero, en lugar de asegurar la mayoría con los votos de la oposición. Quizás solo hay algo peor que no tener mayoría y es tenerla, y no atreverse a ejercerla. En este sentido la Nueva Mayoría pareciera comportarse como un preso que ha estado demasiado tiempo en cautiverio y que al ser liberado -por costumbre o miedo- no se decide a salir de su celda.
Otro aspecto que este acuerdo parece no valorar es la confianza de la ciudadanía y el lugar de las instituciones en el ejercicio de la política. No es secundaria la forma en que se fue tejiendo este acuerdo: en espacios más privados que públicos, fuera del alcance de la mirada de los ciudadanos, y en conversaciones con individuos cuya legitimidad no emana de la soberanía popular. Es, sin duda, el regreso del “circuito extrainstitucional del poder” o de lo que Bobbio llamaba el “gobierno invisible”, en desmedro del poder de los ciudadanos y de las instituciones democráticas.
La elite política parece no percibir el agotamiento no solo del recurso del consenso sino también de su “estética” de la indiferenciación política. En tiempos en que el principal problema político es la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones y la crisis de representación de la política, pensar que la foto de este acuerdo puede ser una buena foto habla de la escasa sensibilidad y conciencia de la elite de los problemas asociados a su propia legitimidad. Esta “estética” reinstala la sospecha ciudadana de que se está frente a una “clase política” que, dado el carácter transversal de su lógica y de sus intereses, es incapaz de expresar de manera creíble y consecuente la conflictividad real de la sociedad.
Resta por ver cómo culminará la tramitación de esta reforma tributaria. Los costos políticos al interior de la coalición de gobierno y de las fuerzas afines están a la vista, y pueden aumentar cuando el proyecto regrese a la Cámara de Diputados. Mucho más alto puede ser el costo si, además, no se logra demostrar que se recaudará lo prometido y que los espacios de elusión se reducirán en vez de incrementarse. Un cierre en falso de esta reforma –siguiendo una inercia binominal agotada- podría tener como consecuencia que el tema tributario siga abierto y presente en una próxima disputa presidencial.