Chile-Bolivia: crónica de un statuo Quo anunciado.

José Díaz Gallardo, Historiador. Colaborador del Instituto Igualdad.

A Albert Einstein, el destacado físico padre de la teoría de la relatividad, se le atribuye la frase “si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”. Este aserto parece comprobarse con la presentación del gobierno boliviano de la  demanda ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ)  de La Haya, que busca obligar a Chile a negociar una salida al mar con soberanía. Ello porque augura, lamentablemente, que el statuo quo se volverá a instalar en las relaciones entre Chile y Bolivia.

El conflicto que daña los vínculos entre ambos países es singularísimo, ya que se instala en los cimientos de las identidades nacionales de los dos estados. Obras edificadas en forma muy diversa (vencedor y vencido en una típica guerra del siglo XIX) pero que concurren a un denominador común; la incomprensión de las necesidades del otro. Miradas signadas, por la animosidad por un lado y la desidia por el otro. Visiones reciprocas tan distantes que sólo la notable asimetría de los involucrados explica que no se haya llegado a las manos en más de 130 años.

Las dinámicas desatadas por la gestión boliviana confirman que en el corto y mediano plazo se entorpecerán las relaciones bilaterales, reinando el statuo quo, cuestión que en el largo plazo en nada benefician ni a Chile ni a Bolivia. Como bien parafrasea un especialista (César Ross) para las autoridades chilenas “otro fantasma recorre la frontera” (después del litigio con Perú) y para las bolivianas (agregamos nosotros) el espejismo de turno es la “justicia internacional”.

¿Qué pasara con la agenda de 13 puntos, cuando el punto medular se congelará en las tierras holandesas? En lo inmediato, y como ya señalábamos el escenario más probable es la mantención del deterioro de los vínculos desarrollado en el gobierno de Sebastián Piñera. Algunos se hacen ilusiones con que después de la reelección de Evo Morales, a fines de este año, el gobierno del MAS se desista de la iniciativa. Contribuye a esta interpretación el nombramiento de la historiadora Magdalena Cajías a cargo del Consulado General de Bolivia en Santiago.

En el caso nacional, a las autoridades no se les escapa que la demanda boliviana es impopular (8% de respaldo) y que entre más pasa el tiempo más impopular se vuelve (el 2006 era 13%) aunque resulta más preocupante que los menos disponibles a una solución sean los pobres, los jóvenes, y también los que residen en el norte del país. [1] Encuesta que indica que los chilenos abrigan un sentimiento aislacionista, razonamiento que visualiza su experiencia como única y no comparable. La simpatía por los gobernantes de los países vecinos es escasa, donde es notoria la baja del Presidente Evo Morales. Cuadro general que debería al menos mantenerse después del Fallo por la delimitación marítima con Perú.

Ante encuestas tan adversas ¿Qué mandatario va a arriesgar su capital político en una “solución” que tiene la mayoría de la población en contra? Considerando, además, que es probable que cualquier negociación exitosa concluya con una consulta plebiscitaria.

En el intertanto ¿Qué podemos hacer quienes creemos que nuestro país debe responder positivamente a la demanda boliviana? A continuación algunas reflexiones.

Primero, reiterar que aunque la coyuntura pueda ser especialmente adversa, una solución definitiva al conflicto (en el momento que sea) va a favorece los intereses estratégicos de ambos estados y pueblos. Es claro que la problemática no se va a solucionar por sí misma, ni el transcurso del tiempo curara por si sólo este tormento (como en política interna creían algunos sobre los DD.HH.). Como señala Héctor Aguilar Camín, la historia no es el reino de la fatalidad sino el de la libertad de los hombres.

Segundo, y glosando lo que señalábamos al principio, si queremos obtener otros resultados debemos hacer las cosas de forma distinta. Para empezar, dejar de pensar que suma gritar en un estadio “¡Mar para Bolivia”!, tanto porque resulta un acto testimonial equivocado (dan señales engañosas al pueblo y gobierno altiplánico) como porque elude lo central: convencer a los no convencidos. En Chile la postura “pro-boliviana” siempre ha sido cuesta arriba, desde los tiempos del Presidente Domingo Santa María.

Tercero ¿las propias autoridades del Palacio Quemado pueden hacer algo distinto? Aunque es complejo dar sugerencias desde este lado de la frontera, nos atrevemos a insinuar que se debería romper con prácticas rutinarias y anticuadas, colaborando con poner fin a un clima de confrontaciones que no hace más que alimentar el escepticismo chileno. Es conocida la expresión que sostiene que con Bolivia la “mejor relación es no tener relaciones”. No sería más productivo preguntarse, por ejemplo ¿Cuánto más gana la causa boliviana con una potente embajada en Santiago?

Cuarto, ser conscientes de lo obvio; la solución siempre ha estado en Santiago de Chile, al menos para la elaboración de una propuesta concreta. Por lo tanto es clave la apelación a nuestra sociedad civil. El problema no son tanto las formulas de solución (múltiples y con motivaciones distintas) sino la voluntad de llevarlas a la mesa de negociaciones. Para conseguir lo anterior, de nuevo, no debemos olvidar que en democracia las autoridades políticas se deben a sus electores.

Finalmente, el sentido común contrario a la demanda boliviana no sólo se alimenta del desdén y prejuicio dominante, también da cuenta de las complejidades y escollos que representa el dilema planteado por La Paz. Sin embargo, la superación del litigio representa para nuestro país un imperativo; está en el mejor interés de Chile y los chilenos superar esta controversia. La construcción de renovados consensos en las políticas vecinales es parte esencial de una nueva hegemonía política y cultural.


[1] .- Ver, P. U.C. de Chile y GDF Adimark: Encuesta Nacional Bicentenario 2013. Chile en el Mundo, donde se grafican las series al respecto desde el 2006 al presente.

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