Del perdido imaginario cultural de la izquierda

Lenin Punk

El debate que se ha abierto a propósito de la publicación de la separata “Imaginarios culturales para la izquierda” en The Clinic, tiene el mérito –incluidas las invectivas a que ha dado lugar- de introducir una reflexión sobre estética y política, crítica y cultura.

En la últimas décadas la izquierda ha deambulado por distintos “imaginarios culturales”; ha vagado, un poco extraviada, como su propia identidad y proyecto, por diferentes estéticas, no encontrando un referente claro como lo tuvo, o creyó tenerlo hasta el 73, en el realismo social, el “arte comprometido”, la idea  “ilustrada” de acercar la “alta cultura” al pueblo, y un cierto rescate y valorización de la “cultura popular”. Periféricas a esa izquierda cultural, pululando con distintos grados de disidencia, se mantuvieron otros imaginarios estéticos como la antipoesía, el rock, y una que otra expresión de “neovanguardia”.

Mirado a la distancia todas estas corrientes constituyeron no solo un potente “imaginario” sino un respetable y poderoso “aparato cultural” con capacidad hegemónica. Pensemos en lo que significó, en su momento, la coexistencia de Neruda, Balmes, Antúnez, Victor Jara y la Nueva Canción Chilena, Littin, Helvio Soto y el Nuevo Cine chileno, la gráfica de los hermanos Larrea, proyectos editoriales como Quimantú o DICAP en la música, seguido todo ello, aunque a una cierta distancia escéptica, por Matta, Ruiz, Parra, Lihn, Teillier.

Posterior al golpe militar, con toda su devastación social y política, dicho aparato cultural fue violentamente desarticulado, y la izquierda comenzó a bifurcarse en distintos “imaginarios estéticos”: unos tratando de dar continuidad a las formas culturales pre-73 (las que fueron languideciendo junto a la pérdida de prestigio de palabras como “revolución” o “comunismo”); otros reponiendo esas estéticas periféricas pre 73, que estaban menos salpicadas por la derrota (el rock en todas sus variantes, la antipoesía). Por su parte, quienes retomaron la vertiente “neovanguardista” se embarcaron en una sofisticada “crítica cultural” que intentaba no solo oponerse a la dictadura sino también deconstruir el imaginario de la izquierda tradicional (partiendo por conceptos fundacionales como identidad, razón, progreso, emancipación, vanguardia, utopía).

Esta última vertiente teórico-estética es la que ha resurgido con particular fuerza en el “imaginario cultural” de la mentada separata (no es la única, pero las otras que allí se expresan aparecen más bien subordinadas a ésta). Se trata de una propuesta que sintomáticamente no nace de la política sino de la teoría estética. Una propuesta especialmente preocupada de no ser capturada por el poder y sus infinitos mecanismos de asimilación y cooptación (¿serán tan infinitos?), y que  termina generando “productos culturales” que no solo el poder no logra atrapar por su radical singularidad, sino, por lo general, tampoco el público. Cuesta imaginarse como este nuevo “imaginario cultural”, cargado a lo “conceptual”, pueda facilitar una reconexión de la izquierda con lo masivo y popular.

En el otro extremo de esta historia se encuentra la “izquierda concertacionista” y su “imaginario cultural”. Un sector que tempranamente prescindió de tener una propuesta  cultural propia. Tal vez confundió la necesaria neutralidad del Estado en una sociedad pluralista o el diseño de “políticas públicas” para la cultura,  con prescindir de un “imaginario estético” específico capaz de generar identidad, diferencia y crítica. Finalmente, terminó adhiriendo a una idea de “cultura” del tipo “fiestas ciudadanas” o “batucadas”: eventos “edificantes”, “alegres”, de “unidad”, muy poco dotados para producir algún tipo de reflexión crítica en el ciudadano/espectador de a pie (¿quién podría estar en desacuerdo con la Pequeña Gigante y su tío Escafandra?).

En este sentido, el  agotamiento de la Concertación en estos años no solo ha sido político o social, sino que ha involucrado un vaciamiento estético-cultural. Esto ha quedado más en evidencia, en la facilidad con que la derecha ha podido “copiar” las expresiones culturales de la Concertación, por ejemplo, en las últimas franjas televisivas o en el espectáculo Bicentenario “La Moneda iluminada”, que por sus códigos estéticos bien podría haber sido realizado por la “producción cultural” de la Concertación.

En fin, entre la Pequeña Gigante y Duchamp (y su famoso urinario), por extremar el asunto,  se pueden identificar y transitar varios otros “imaginarios culturales” para la  izquierda. Probablemente a diferencia del pre 73 no será una sino muchas las vertientes estético-culturales que podrían alimentar este proyecto político. Imaginarios no tan consensuales o predecibles ni tan herméticos. Unos “imaginarios culturales” capaces de devolverle sentido crítico a la izquierda, pero también capacidad para  dialogar y reconectarse con lo masivo y popular.

(Publicado en The Clinic 17/03/2011).

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