¿Da lo mismo?

Resulta altamente didáctico leer a Felipe Larraín, coordinador económico de la candidatura de Sebastián Piñera, en el especial del diario La Segunda (30/12/2009), sobre los desafíos de un próximo gobierno encabezado por la centroderecha. La palabra “protección social” nunca aparece; se anuncia la extensión del sistema de concesiones privadas a la educación y la salud; y en materia de reformas laborales, mayor flexibilidad laboral.

Un día después, el senador Pablo Longueira al que se le debe reconocer, por lo menos, lo sincero y directo de sus opiniones, declaró en el mismo diario: “ (Frei) no ha entendido nada. Hoy los chilenos piden libertad, piden Isapres, universidades privadas, globalización… y ellos le ofrecen más Estado”.

Para los que sueñan con renovados aires liberales en la derecha, es bueno recordar las declaraciones del propio Longueira el pasado 1 de diciembre, luego de la aparición de la pareja gays en la franja de Piñera y la polémica que al respecto se generó: “una cosa es tratar con respeto la diversidad sexual, pero otra es legislar”.

También es importante recordar que el programa de Piñera contempla la privatización de hasta un 20% de todas las empresas públicas, incluyendo Codelco y ENAP.

También es conocida la posición de la derecha en materia de reformas políticas: hasta ahora ha votado en contra del voto de los chilenos en el extranjero, la reforma al binominal, una ley de cuotas para las mujeres, o dotar de representación política a los pueblos indígenas y apoyar su reconocimiento constitucional. Tampoco ha dado sus votos a políticas de mayor transparencia para la regulación de los aportes privados a las campañas políticas y una ley de fideicomiso ciego para la regulación de los conflictos de interés para aquellas grandes fortunas, cuando quienes las poseen acceden a altos cargos públicos.

En este contexto, ha resultado bastante desmedido el intento de la derecha de salir a disputar el título de “progresismo” a la centroizquierda en los últimos días. Las políticas neoliberales en lo económico, particularmente con la ortodoxia y radicalidad, de la derecha chilena, son claramente consideradas en todo el mundo como conservadoras; como también lo son las posiciones que en materia valórico-culturales, de reconocimiento de nuestra diversidad y del respeto a la autonomía individual para discernir sobre cuestiones morales, mantiene los sectores que hoy apoyan a Sebastián Piñera. Baste para ello recordar que fue un mayoría de los diputados de la Alianza quienes concurrieron al Tribunal Constitucional para impedir la distribución de la “píldora del día después” de manera gratuita en los consultorio.

Otro tanto se puede decir de la manera como la mayoría de la derecha sigue tratando el tema de derechos humanos, y la ausencia hasta el día de hoy de un gesto de ruptura claro y contundente con el pasado de violaciones a los derechos humanos. Se debe tener presente que Piñera comprometió en reunión con los militares en retiro acelerar y cerrar durante su mandato el tema de la justicia en materia de derechos humanos.

Uno de los discursos y mensajes más reiterados en las últimas semanas apunta a intentar demostrar que no existen grandes diferencias, y que lo que aquí está en juego es una mera alternancia, sin mayores consecuencias en las políticas de gobierno. Se busca así anestesiar al electorado, procurando instalar que da todo lo mismo, y que las diferencias son sólo técnicas o de equipos, o de meros recambios políticos.

Basta leer los programas, o seguir con atención las declaraciones de los dirigentes de la derecha en las últimas semanas, para darse cuenta que “no da lo mismo” quién gane el próximo 17 de enero, y que lo que está en juego son dos opciones claras y diferenciadas de futuro. El asunto es si los grandes problemas que hoy tiene Chile se enfrentarás con una profundización de las políticas progresistas y de centroizquierda, o bien se recurrirá a las formas neoliberales y conservadoras. Allí está el dilema principal.

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