En la nueva franja televisiva de Piñera hay una alegría desbordante, quizás un poco desmesurada, pero la felicidad es así. Hay abrazos, risas y sonrisas por doquier, se entrecruzan miradas de satisfacción. Llega a ser un poco inquietante no observar ninguna cara de preocupación, ni siquiera un leve rictus de ansiedad.
La nueva franja de Piñera es como una de esas alegres y efímeras canciones de verano, como las que solía cantar, justamente, Quique Villanueva, acompañado de un grupo llamado Los Náufragos (un nombre a tener presente), y quienes rescatados desde las profundidades del túnel del tiempo han aportado una de sus pegajosas melodías como himno central de una jornada de triunfo que se percibe tan cerca como inevitable.
Sin ánimo de pasar por aguafiestas, y en medio de tan anticipada euforia (que en algo evoca aquel histórico y mefistofélico partido Brasil-Uruguay de 1950), vale la pena dejar caer la simple, e incluso tímida pregunta: ¿y si Piñera pierde?
Han sido tan caudalosos los ríos de tinta que han dado por supuesta una derrota de la Concertación el próximo 17 de enero, así como los análisis y disecciones ad nauseam de los errores y debilidades de la centroizquierda en esta etapa, que la agenda futura para este sector ya resulta un poco indiferente al resultado electoral: profundizar conceptualmente su proyecto de una sociedad del bienestar y la igualdad; ir superando políticamente la Concertación en un nuevo y más amplio referente progresista; volver cual hijo pródigo a participar en la sociedad civil; democratizar los partidos y volverlos atractivos, inteligibles y útiles frente a los ojos de los ciudadanos.
Pero, ¿y que pasará con la derecha si pierde? ¿Tiene un guión para enfrentar un resultado adverso no solo para el 17 en la noche sino para las siguientes semanas y meses? Presumiblemente, y en lo más inmediato, una generación de dirigentes deberá dar un paso al costado. La misma generación que fue envejeciendo junto con la Concertación, pero desde la vereda de la oposición, y que ya no tendrá la solvencia política para pedir, luego de cinco derrotas presidenciales consecutivas, una nueva oportunidad a sus electores.
Pero, más allá de este natural recambio generacional, ¿cuál podría ser el mensaje para la derecha en caso de una nueva derrota? Lo más obvio es pensar que los chilenos, o más bien una parte de éstos, parece tener una objeción de fondo, un “malestar” con la derecha que va más allá de lo normal y natural en una sociedad democrática.
¿Cuál podría ser el origen de esta suerte de “malestar” estructural con la derecha chilena? Sugiero tres razones: su adhesión a un programa neoliberal excesivo, que solo fue posible realizar en toda su pureza y radicalidad bajo las condiciones excepcionales de un cruento régimen militar, pero que bajo formas y lógicas democráticas carece de toda viabilidad. Por ejemplo, solo en esta campaña la derecha ha podido ensayar los primeros balbuceos de la palabra Estado, para algo distinto que no sea denostarlo. En segundo lugar, esa condena total, sin matices ni explicaciones “de contexto” en materia de violaciones a los derechos humanos, que finalmente nunca realizó con la claridad y contundencia histórica que se hubiese requerido.
Y, por último, el predominio hasta ahora sin contrapeso del componente conservador por sobre el liberal en materia de respeto a la diversidad y pluralismo moral. No se puede dejar de reconocer un avance con la inclusión en la franja de Piñera de una pareja gay, aunque luego un alto dirigente de la UDI haya dejado caer el correspondiente balde de agua fría: “una cosa es respetar y otra legislar”.
En cada elección se elige no solo un gobierno sino también una oposición. Si la centroizquierda gana el próximo 17 de enero, la ciudadanía también estará enviando una clara señal que le gustaría otra derecha para Chile.