La segunda vuelta

¿Hay algo en juego el próximo 15 de diciembre? Si, claramente. Por un lado, la obvia elección de un nuevo Presidente de la República (que nunca se debe dar por definida hasta que no se cuenta el último voto); y, por otro lado, algo quizás más trascendente: el grado de reafirmación y fuerza de la  transición hacia un nuevo ciclo político histórico, potenciándose o desacelerándose, según sean los resultados electorales,  los procesos de renovación en curso tanto en la derecha como en la centroizquierda, en la izquierda y en la sociedad en su conjunto.

Para la derecha, por ejemplo, esta elección presidencial –con primera y segunda vuelta incluida- terminó transformándose, de manera impensada, en un plebiscito  sobre  su sector más conservador en lo moral (“no haré nada que contradiga la Biblia”, fue el momento sublime, pero no el único), más neoliberal en lo económico y menos crítico de la dictadura (aquel que nunca  ha querido condenar, sin matices ni explicaciones de “contexto”, las violaciones a los derechos humanos).

Esta derecha “dura”  -verdadera “guardia pretoriana” del modelo económico y del legado autoritario-  obtuvo en primera vuelta un modesto 25%.  Seguramente mejorará su resultado en segunda vuelta, pero de no hacerlo de manera sustantiva  quedará en evidencia que es poco competitiva electoralmente. Tal vez sea una derecha apta –como de hecho  lo fue –  para co-gobernar desde la opacidad de un parlamento binominal y de los quórum-cerrojos de 4/7, pero no para ganar elecciones. Y una derecha así ya no es funcional a la actual etapa del país. La interrogante, en esta segunda vuelta, es si esta derecha terminará por desfondarse o sobrevivirá. De sufrir un revés electoral quedaría imposibilitada, por lo pronto,  de liderar la carrera presidencial del 2017, favoreciendo una renovación y reconfiguración de fuerzas y liderazgos en su interior.

¿Y que se juega en la vereda de enfrente? Un  triunfo electoral nítido de Bachelet en segunda vuelta sería una clara señal de apoyo al programa y a los cambios estructurales que éste plantea. A su vez, favorecería  el cierre del ciclo de la Concertación   y, con ello, el tránsito hacia la Nueva Mayoría, entendida ésta como una fase programática y de alianzas sociales y políticas cualitativamente distinta a la anterior, germen de un nuevo “bloque histórico”. Un  expresivo triunfo de Bachelet le  daría a ésta el poder para arbitrar las diferencias  en la Nueva Mayoría a favor de quienes estén efectivamente comprometidos con el programa y gobernar en sintonía más fina con los actores sociales.

En democracia basta un voto más para ganar, pero favorecer un cambio social y político-institucional más de fondo como el que está en juego,  implica hacer de las elecciones momentos de movilización popular mucho más exigentes. Por ello, no da lo mismo el número de votos ni la diferencia entre Bachelet y Matthei, ni los votos marcados AC. Dependiendo de la contundencia y elocuencia de los resultados de este 15 de diciembre se podrá afirmar, con menor o mayor propiedad, cual es la fuerza, profundidad y viabilidad del cambio que una parte significativa de la sociedad chilena viene demandando.

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