Joaquín Fernández, Historiador, Redseca.cl
Pese a su discurso latinoamericanista, la autopercepción de la izquierda chilena ha tendido, muchas veces inconscientemente, a hacerse parte del mito sobre la excepcionalidad de nuestro país en el contexto latinoamericano. La existencia de dos partidos de izquierda con un alto grado de inserción institucional, que durante el siglo XX tuvieron marcadas identidades ideológicas de carácter marxista, han reforzado esta visión, generando una sensación de similitud con los sistemas de partidos europeos en contraposición a la izquierda latinoamericana. Sin embargo, dicha visión debe ser puesta en cuestión a la luz de la historia del Partido Socialista, especialmente en sus décadas iniciales, y del giro que ha vivido gran parte de la izquierda chilena en la actualidad.
Quizás dichos juicios están teñidos de los juicios despectivos y condenatorios que han predominado en los análisis sobre el populismo. Al respecto, cabe destacar como las visiones clásicas sobre el populismo en América Latina, que predominaron en las décadas de 1960 y 1970, tendieron a centrar su interés en los liderazgos y sus mecanismos de movilización. En ésta visón el concepto de “movilización” estuvo unido, tácita o explícitamente, al de “manipulación”. En efecto, según los análisis clásicos, los movimientos populistas se habrían caracterizado por movilizar “masas disponibles”, sin tradiciones políticas ni identidades sociales bien definidas. El populsimo sería un fenómeno propio de sociedades que no han completado su camino a la modernidad y por ende sin estructuras de clase claramente diferenciadas. Estos análisis se nutrieron principalmente de la teoría de modernización, y tendieron a ver al populismo como una suerte de fenómeno de carácter “aberrante” y transitorio en el camino a la modernidad. Dicha visión, cargada de un fuerte sesgo normativo, utilizaba el concepto de populismo con un doble propósito: por un lado como categoría de análisis, pero por otro como descalificación, transformándolo en un sinónimo de demagogia (Germani 1973). En la actualidad, las nuevas corrientes dedicadas a estudiar el fenómeno del populismo han tendido a dar una mirada más recíproca a la relación entre el líder y sus seguidores. Las bases de apoyo de los movimientos o gobiernos populistas ya no son vistas como simples “masas disponibles”. Muy por el contrario, el acento de las nuevas investigaciones se ha centrado en conocer sus identidades y demandas, y el papel jugado por estas en la génesis de una “identidad popular” (Laclau 2005).
Debemos tener en cuenta que el Partido Socialista, en sus orígenes tuvo fuertes rasgos nacional-populares. Su espectacular crecimiento en la década de 1930 se debió, en gran parte al arrastre electoral del liderazgo carismático de Marmaduke Grove: un militar reformista que había entrado en la política junto a Carlos Ibáñez del Campo y que tras un golpe de estado había instaurado una efímera República Socialista en junio de de 1932. En sus orígenes el socialismo chileno pugnó por constituirse en una alternativa socialista nacionalista y latinoamericanista, ajena al comunismo de la tercera internacional y a la socialdemocracia. Sus fuertes vínculos con el APRA peruano, del cual tomó parte importantísima de su simbología, fueron fiel reflejo de estas tendencias (Halperin 1965, Drake 1992 y Ulianova 2009). No es de extrañar, que cuando los diversos grupos políticos que le dieron origen discutían los términos de su fusión haya salido a la luz la idea de bautizar al nuevo partido como “Acción o Movimiento Nacional Socialista” (Federico Klein, citado en Sagredo 1998). Dichos elementos, propios de un nacionalismo revolucionario de carácter nacional-popular, generaron un fuerte rechazo por parte del Partido Comunista, el que se expresó en el Período de la República Socialista, en la primera parte de la década del 30 e incluso al interior de las coaliciones de centro-izquierda del período radical, como fueron el Frente Popular y la Alianza Democrática. Momentos en que la composición y capacidad de movilización multiclasista del Partido Socialista, junto con sus componentes nacionalistas fueron tildados como “desviaciones pequeño-burguesas” y “socialfascismo”.
La persistencia de las orientaciones nacional populares se hacía notar hacia fines de la década de 1940 y durante parte importante de 1950. En esos tiempos, el Partido Socialista se mostraba contrario a las alianzas estratégicas con “partidos burgueses”, actitud que se reflejaba en su empecinada oposición a las administraciones radicales. El socialismo pretendía transformarse en el conductor de un movimiento popular reunido en torno a las reivindicaciones obreras y las luchas antiimperialistas. En este marco, el carácter “tercerista” de su postura ante la política internacional refirmaba su nacionalismo latinoamericanista. Si bien con el Programa de 1947 había reafirmado su interpretación “heterodoxa” del marxismo, destacando su carácter antisoviético y haciendo eco a la crítica al totalitarismo, esto no significó un tránsito hacia posiciones socialdemócratas. Diversos autores provenientes de la politología y la historiografía han interpretado dicho texto como la expresión de ideas socialdemócratas al interior del socialismo chileno, las que habrían cristalizado en la figura de su redactor, Eugenio González (Walker 1990). Por el contrario, creemos que dicho programa, refleja cómo el Partido Socialista había adoptado posturas nacionalistas revolucionarias de un claro sesgo antiliberal. En ese sentido, proponía la superación de la “pseudodemocracia actual, que se basa en un concepto individualista y abstracto de la soberanía popular, por una democracia orgánica que responda a la división real del trabajo colectivo” (Jobet 1987). Estas definiciones estratégicas e ideológicas deben ser entendidas en un contexto caracterizado por la valoración positiva que una gran parte de los personeros e intelectuales socialistas hacían del surgimiento de los movimientos nacional-populares en América Latina, entre los que se encontraban el Movimiento Nacional Revolucionario boliviano y el peronismo en Argentina. Según el intelectual socialista Oscar Waiss, dichos movimientos tenían un fuerte contenido antiimperialista y pugnaban por romper el control oligárquico, incorporando a las “masas” a la política nacional (Waiss 1961). Cabe destacar, que este fue el contexto del debate en el momento en que el socialismo chileno apoyó a Carlos Ibáñez del Campo. Quizás la rápida recepción de la Revolución Cubana que se dio al interior del Partido Socialista, en contraposición con la más lenta asimilación de esta que, en términos relativos, tuvo el Partido Comunista, se deba en parte al cariz más bien nacionalista y heterodoxo que dicha revolución mostró en sus primeros momentos.
El proceso político generado entre fines de la década de 1950 y 1973, que derivó en la Vía chilena al socialismo marcó un cambio en dicha tendencia. Por una parte el Allendismo y el Partido Comunista –este último con su línea estratégica de Frente de Liberación Nacional- reafirmaron un compromiso institucionalista que combinaba el marxismo con elementos democrático liberales. Mientras tanto, el proceso de radicalización del Partido Socialista lo acercó progresivamente a posturas de carácter leninista, alejándolo de los elementos populistas que habían caracterizado sus años iniciales.
Quizás el resurgimiento de los elementos nacional-populares en la izquierda vino a darse décadas después. La llegada de los años 90 trajo aparejada una situación de “orfandad ideológica” para las diversas corrientes de la izquierda Chilena. Esta se debió a factores de diversa índole, entre ellas cabría destacar la caída de la alternativa socialista en el sistema internacional, la desaparición de muchas de las tradicionales bases de apoyo de la izquierda producto de los procesos de tercerización y desindustrialización. En el caso de la izquierda extraparlemantaria, y especialmente el Partido Comunista, la sensación de orfandad fue subsanada con la emergencia de movimientos nacionales en América Latina, principalmente en Venezuela y Bolivia. El potencial de atractivo de estas experiencias radicaba en su capacidad de articular un proyecto de izquierda en convergencia con movimientos sociales movilizados en contra de las elites políticas y del capital globalizado. La debilidad del sindicalismo obrero, base tradicional de la izquierda comunista, y la emergencia de una multiplicidad de demandas sectoriales, reflejadas en sujetos fragmentados y movimientos sociales sin un principio de unidad, se volvían el campo propicio para el surgimiento de una propuesta de “democracia radical”.
Quizás la actual desafección institucional, la crisis del sistema de partidos y la eclosión de movimientos sociales, sean condiciones que reactiven el debate sobre la presencia de los elementos nacional-populares en la izquierda de nuestro país.
El rasgo nacional popular del PS le ha dado mas plasticidad para dar cuenta de los nuevos movimientos sociales. Buen articulo de Fernández. Esta buena sintonÃa del PS tiene como contrapartida una debilidad o indefinicon ideológica del PS.
El rasgo nacional popular del PS le ha dado mas plasticidad para dar cuenta de los nuevos movimientos sociales. Buen articulo de Fernández. Esta buena sintonÃa del PS tiene como contrapartida una debilidad o indefinicon ideológica del PS.
Excelente columna. Un matiz en relación a la visión de Germani sobre el populismo o más especÃficamente del peronismo. El auto italo-argentino lo comprende como un intento de respuesta a la necesidad de integración de las masas en un contexto de emergencia de actores sociales nuevos que buscan su espacio en la esfera pública, pero que se deparan con una estructura tradicional en la cual no tienen lugar. Esta vÃa no es un equivalente funcional de la integración social, sino más bien una integración trágica, pues se inició bajo el signo “totalitario†y no bajo la teorÃa y práctica de la democracia y libertad. Sin embargo, con esto se le daba a las masas “integradas†una conciencia de su propio poder en la vida nacional, pues, aunque efectivamente Germani ve en el peronismo un eficiente mecanismo de manipulación de las masas, el populismo argentino serÃa una forma de manipulación con reciprocidad de efectos. A diferencia del fascismo europeo, para obtener el apoyo popular, el peronismo tuvo que soportar la participación efectiva, aunque limitada, de las bases populares. Además del ejercicio cotidiano de un nuevo tipo de libertad en esferas como la fábrica (ej.: huelgas, representación sindical y discutir con igualdad frente al patrón). Sorprendente análisis para un italiano que terminó exiliado en argentina precisamente por causa del fascimo.
JoaquÃn:
Interesante artÃculo de rescate del rol jugado por lo «nacional-popular» en la polÃtica chilena, en particular en la historia del PS. En el pasado la noción sufrió de una especie de satanización, vinculándola con demasiada liberalidad con fenómenos europeos (fascismo italiano). En el caso del PS, la pluralidad ideológica fundacional (sello que permanecerá en el tiempo) convergió al desarrollo de su perfil «nacional-popular», presente en gran parte de sus casà 80 años.
Mecanismos como la auto-marginación o el fraccionalismo manifiestan orgánicamente la diversidad polÃtica y programática del partido; resultan una especie de valvula de escape. De este modo, por ejemplo, se explica el papel de Eugenio González y su Declaración de Principios «socialdemócrata» de 1947. Cuando su visión es dejada de lado por la creciente radicalización regional (no sólo chilena) González se margina o lo marginan de las primeras filas del partido.
Importante aporte a una discusión informada de los debates teóricos e históricos del socialismo chileno.