¿Ha ido usted alguna vez a un balneario cercano, en baja temporada, en un día de semana? No, ¿no es cierto? Yo le voy a contar lo que pasa en esos lugares, digamos, a eso de las siete de la tarde: NO PASA NADA. Bueno, sí pasa. Pasa que la juventud se aburre a morir. Pasa que muchos de ellos -no todos, por supuesto- no encuentran nada que hacer aparte de conversarse unas cervezas, o contarse los mismos cuentos alrededor de un cartón de vino, o de algunas piscolas, o en silencio sentarse a beber en la cuneta de la calle, frente a una botillería. De este tipo de negocios hay muchos en tales lugares. Me impresionó ver en un balneario cercano a La Serena, al caer la oscuridad invernal, unas tres o cuatro botillerías abiertas a lo largo de la única calle del pueblo. Ninguna otra luz, ni siquiera una modesta plaza iluminada. Ciertamente, no hay otra cosa que hacer.
Antiguamente, las “estúpidas” municipalidades invertían en teatros municipales en cada pueblo, al estilo “Cinema Paradiso”, sin ninguna consideración respecto a la rentabilidad económica del negocio. Perdían plata, ha de saber usted. Cualquier estudiante de economía, hoy en día, fácilmente podría demostrar con ayuda de un modelo matemático, que la tasa interna de retorno del capital invertido (TIR), no da para un negocio de esa naturaleza, donde la demanda del mercado es menguada, por la baja densidad de población. Es lo que deben argumentar, desde su estrecha lógica monetaria, los mercadistas neoclásicos. De manera que ni pensar en una salida municipal al problema: si el mercado no lo soluciona, no hay solución. ¿Y cual es el problema?
El problema es que la juventud, en esos pueblos, no tiene las posibilidades de distracción como sus congéneres de las grandes ciudades. El alcohol se transforma entonces en el sustituto y reanimador de sus lánguidas existencias. Pero, un poco más, y la droga (el pito y la otra) cuando hay, también ayudan a sobrevivir. Y el mercado está para eso, allí hay un negocio, claro. De ahí al “vamos a visitar algunas casas desocupadas”, hay un corto paso.
Vaya uno a proponer restaurar la antigua costumbre de tener teatros municipales, parques, glorietas, canchas de juego, plazas decentes, etc. Lo tildarían de necio, en el mejor de los casos. ¿Multicines municipales para varios pueblos cercanos? ¿Está usted loco, o es un soñador incorregible? (No me atrevo mencionar bibliotecas. ¡Que horror!)
A estas alturas, me gustaría manejar las herramientas matemáticas de los economistas para, gráfico en mano demostrarles, a los diseñadores de presupuestos, la alta rentabilidad en términos monetarios (la única razón que entienden), de la entretención sana, sea el cine, el teatro, el deporte, un paseo a la plaza, por último. Del ahorro que significaría disminuir el alcoholismo, la drogadicción y toda la delincuencia asociada a la falta de horizontes para mucha gente, no solo los jóvenes que, después de sus duras jornadas de trabajo, languidecen en las calles de su pueblo. ¿Qué hacen los pescadores artesanales de regreso de sus labores? Probablemente darse una vuelta por el pueblo, juntarse con los amigos y, vamos tomando.
¿Renta o no renta la cultura?