El reciclaje de la derecha

Que la derecha muta, ya nadie lo duda. Pretender que ella es la misma de los viejos liberales del siglo XIX y parte importante del XX, es mirar con ojos del pasado el presente que cambia. El liberalismo laico, que veía en el Estado un aliado, hasta un cómplice de sus andanzas económicas y de sus amoríos de poder, en América latina se esfumo en medio de la ofensiva neoliberal. Puede que esté disfrazado, que se encuentre camuflado incluso entre grupos autodenominados “progresistas”, pero aquel que detentó gobiernos clásicos, que encontró en USA un aliado estratégico fiel, contrayendo algunos compromisos democrático-modernizantes, se perdió en la noche de los tiempos sin que se observe posibilidad alguna que le permita renacer de sus cenizas.

La derecha conservadora en cambio permanece, se ha ido adaptando a los aires de cambio que de un tiempo hasta esta parte se observan en sus principales fuentes de inspiración: la economía capitalista y la Santa Iglesia. Es cierto que ésta ha cobijado a revolucionarios de izquierda, demócratas-cristianos de corte popular, progresistas y conservadores de viejo cuño. Cierto. Pero mientras los primeros se han acercado al Estado y a la sociedad en un afán de cambio, los últimos permanecen aferrados a concepciones decimonónicas, esencialmente apegadas a las doctrinas más primarias de la Iglesia. Forman parte del pasado y siguen añorando a gobiernos como el de Franco en España o a los que han poblado nuestra América Latina con escasas excepciones. Son parte de nuestras oligarquías. No aceptan hablar de divorcios, de aborto ni de ninguno otro tema tabú que alteren sus visiones del mundo con olor a naftalina.

Como los liberales, los conservadores han perdido poder ante la avalancha neoliberal. Se han sumergido en ella aun cuando sus valores cristianos no concuerden con la crueldad del mercado, con la impiedad de la competencia o con la pobreza que genera entre quienes no son agraciados con el chorreo mezquino. Se sienten a gusto con la ostentosidad del dinero, de la riqueza, con el lujo que les rodea. No se alteran ante la concentración de bienes materiales y menos ante el poder. Perdieron la candidez, si alguna vez la tuvieron, frente al avance de la ola neoliberal, del mercado hacedor de la felicidad humana, de las teorías económicas importadas desde Chicago. En suma, fueron derrotados en una batalla que nunca dieron ante los impolutos jóvenes de cuello y corbata que se apropiaron de las acciones de las empresas más competitivas, del dinero que revolotea al amparo del capital financiero que generan bancos y compañías de seguro. Es la nueva derecha. Son los neo-conservadores que tienen en el Opus Dei y en los Legionarios de Cristo sus eternas fuentes de inspiración.

Cambian según el medio, son de rostro socialmente mas amable, pragmáticos en lo político y en consecuencia fríos en su relación con el poder. En el mundo actual son  más atrevidos. Más audaces para los negocios y las inversiones especulativas. Se codean naturalmente con la mundialización de las finanzas. La globalización no les asusta. La usan en la misma medida que les favorece. De lo contrario, tratan de impulsar todo tipo de medidas que protejan sus intereses.

En política esta nueva derecha trata de aparecer moderna, sin el ropaje anticomunista de antaño, aquel de la guerra fría. Sin embargo, si se le raspa un poco la piel, le vuelven a salir los mismos fantasmas del pasado que pueblan aún su imaginario. Cuando se trata de derechos humanos, aducen haber sido jóvenes cuando aquellos se violaron masivamente en el continente. No han visitado los cuarteles, aunque no se debe dudar que lo harían si fuera necesario. Ello los aleja, aparentemente, de la derecha tradicional.

Con esa derecha, con la tradicional, tienen además otras diferencias. Son de lenguaje menos agresivo, de conceptos mas sofisticados, y sus  ideas políticas parecen populares pero bordean el populismo. Ello los ha incentivado a hacer uso masivo y sin límites de los medios de comunicación. Sin trepidar han hecho de estos un factor esencial de su poder. Constituyen la base del triunfo ideológico que han obtenido gracias a la candidez y, porqué no decirlo, complicidad de la izquierda, de connotados progresistas. Es el caso de la Concertación chilena. Su política hacia los medios fue la “no política”, el “laissez faire” mas extremo. Esa es la principal causa que permitió la apropiación de dos grupos, por supuesto de derecha, de los medios de mayor influencia sobre la población.

El neoliberalismo para esta nueva derecha es una cosmovisión y como tal totalizante. Se funda en una aversión absoluta al Estado y en una suerte de adoración al Mercado. El ideal es que este no tenga regulación alguna. Si lo tiene se cae en un error, se comete un verdadero crimen a la capacidad creativa de los “emprendedores”. Mientras menos Estado mejor para el mercado. Esta verdadera sobre-ideologización, tan criticada en el pasado cuando esta afectaba a la izquierda, le impide percibir los estropicios que se cometen a nombre del libre mercado, la pobreza que genera y las diferencias sociales que acentúa. Este rasgo le hace ser más testaruda, más iluminada, más convencida de sus pseudo-doctrinas. Por ende más peligrosa, más irresponsable.

Otro rasgo que la diferencia de sus antepasados conservadores, de viejo cuño insisto, y de los liberales de corte más laico, es su concepción utilitaria de la política. Los primeros practicaron la política, jamás la abominaron o la desprestigiaron. En ese sentido fueron más consecuentes.  Los de nueva estirpe, en cambio, hacen política, viven y se aprovechan de ella, pero practican una actividad puesta de moda por los adalides del “fin de las ideologías”: referirse a esta noble actividad como si fuera la peor de la degradación humana. Son en este sentido de una supina hipocresía. Ellos no son políticos, son sacrificados servidores públicos. De igual modo son campeones en la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado. Con el autoritarismo de quienes aun practican la xenofobia y el racismo, levantan su puño amenazante contra esos males sin obtener resultado positivo donde gobiernan. Por lo general, sostienen que invertir en la prevención contra el delito es malgastar dinero público.

Esta nueva derecha ha levantado cabeza en muchas partes del mundo. Especialmente en el que se denomina Occidental, donde se incluye por la fuerza de la dominación cultural que ha padecido a América Latina. Por estos lados del planeta hay muchos y connotados ejemplos de esta nueva raza de políticos. No todos son iguales, tienen diferencias, son de improntas propias de la heterogeneidad continental. Pero existen sobradas razones para sostener que poseen las mismas fuentes de inspiración (Aznar. Berlusconi, Zarkosy y Compañía); tienen la misma escuela (el extremismo capitalista) y saben que dominan donde otros, de signo contrario, sufren reflujos, retrocesos y divisiones que solo estos comprenden y hasta se atreven a justificar.

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