LEGITIMIDAD DE LA DERECHA ACTUAL: EL RELATO DE LO INEXISTENTE

No es coincidencia que los conceptos legal y legítimo hayan sido diferenciados por la Roma Clásica, donde lo legal –legalis– es “la cualidad de ser aceptado por la ley”, en cambio lo legítimo –legitimus– es aquello que apegado a la ley; la antecede, como observó Johann Gottlieb Heinecke en su clásica obra Recitaciones de Derecho Romano ya en el Siglo XIX. Es por ello que es del todo coherente el exigir que en una sociedad democrática como la nuestra no sólo sea necesaria el hacer prevalecer el Estado de Derecho, conforme a la ley, sino que esta ley sea legítima a ojos de sus ciudadanos.

La ley es la concreción material de una aceptación voluntaria de un pueblo que es “interpretado”. ¿Interpretación de qué? De la ciudadanía. El legislador es “el que lee”, en latín, aquel capaz de llevar a cabo la obra de esculpir en la ley el abstracto de “justicia” –y de la moral- de quienes representa. Pero hoy pareciera que en nuestro país se produce un abismo entre la idea de país y la obra final; los intérpretes han fallado de manera silenciosa creando una situación donde los mayores beneficiados de las injusticias existentes son una oposición que, a la vez, hace un discurso urgiendo a la necesidad de poner fin a éstas injusticias que en la práctica se oponen a cambiar.

Ahí donde aparece el concepto de injusticia generalizada, aparece el silencio absoluto de una derecha que ha logrado alterar la realidad y que, como si intencionalmente quisieran reprobar en cualquier cátedra de metodología, utilizan constantemente la fórmula de “usar la particularidad en la generalidad”. El problema es que ahí aparece la mentira, el sofismo podrían decir algunos, y no hay pocos que considerarán que esto es lisa y llanamente mentir. ¿Puede ser algo legítimo si lo que está “leyendo” el legislador -el político- es algo inexistente? La respuesta es no, o te están engañando.

Este discurso de la confusión les ha sido cómodo a la derecha, porque en la medida en que aumentan los niveles de desafección política en los países con voto voluntario, disminuye la participación electoral de los sectores con menores ingresos y son ellos, precisamente éstos, a los que su discurso no va dirigido. No está dirigido a los estudiantes de la educación municipal ni a sus padres y apoderados, pero sí a quienes han lucrado con la educación; no apunta a aquellos que son madre y padre en su hogar, sino al hogar constituido de acuerdo a creencias religiosas conservadoras; no busca mejoras en la situación de los trabajadores de las empresas, sino proteger a sus dueños e inversores; no le interesa la gratuidad de la educación universitaria de calidad, sino la situación de los emprendimientos educacionales no acreditados que ya han retirado excedentes, etc.

La “lectura” de lo inexistente, la particularidad como generalidad

Los sectores acomodados son aquellos que presentan mayores niveles de participación en las elecciones, más aún ahí, donde hay voto voluntario, y para aquellos va dirigido el discurso de la particularidad que le dice “no” a cualquier cambio en pos de la generalidad omitida y a favor de ese caso singularísimo que, a la fuerza, debe ser considerado como un universal en pos del status quo.

No importa que el sistema de AFP sea un desastre, sino el hecho que “hay muchas lagunas por parte de los trabajadores”; el 80% de los mejores establecimientos escolares particulares subvencionados se convertirán en gratuitos, “pero hay un 20%” y, coincidentemente los de copago más alto, “que se convertirán en particulares”;  la mayoría de las mujeres considera la necesidad de que exista una Ley de Aborto en Chile, no se está escuchando a las organizaciones “próvida” replica la derecha.

Si existe un ejemplo brutal sobre esta absoluta ruptura entre la “legitimidad del acto” y el sofismo del discurso, es que durante la maratónica tramitación del proyecto de ley de Educación Superior sólo estuvo presente Jaime Bellolio por parte de la oposición. Ni siquiera estuvo presente Felipe Kast, el ex precandidato presidencial de EVOPOLI, cuya gran bandera de lucha ha sido constantemente la educación como pilar esencial de su “proyecto”. Cuesta comprender ese gran interés en la educación que lleva a no participar en la votación en particular de un proyecto de ley de educación y, coincidentemente el día anterior, en pleno debate de los candidatos de oposición señalar: “mi futuro gobierno tendrá un énfasis en la educación”. El Diccionario Oxford eligió a la “posverdad” como palabra del año 2016, definiéndola como «relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales».

“El mejor truco del diablo es hacer creer que no existe”, decía el actor Kevin Spacey en “Los Sospechosos de Siempre”, y es que de la misma manera se ha instalado el discurso de la derecha, que oscilando, entre el “hacer creer y el actuar en su contra”, mantiene ese “enclave autoritario invisible” que busca preservar una situación de “status quo constante”, pero haciendo creer lo contrario.

El truco es mentir; así lo ha entendido la derecha hablando en nombre de los chilenos beneficiados por el CAE, los usuarios de ISAPRES satisfechos con ellas, padres y apoderados contentos con el sistema de educación municipal, trabajadores que consideran que sindicalizarse es sencillamente malo, mujeres que conciben que el aborto atenta contra los derechos humanos, etc. Extraño mundo donde la minoría se convierte en bandera de lucha en pos de una mayoría que, en silencio, no participará más que cuando deba sufrir esa política. Minorías y particularidades específicas dentro de un gran universo, fragmentos de interés particular que no están en ninguna posición de plantear una idea de país que pueda superar esas particularidades que buscan ser defendidas como un “todo coherente”; ahí donde la veracidad de los hechos nos dice todo lo contrario. Son legítimos intereses, nos señalan; pero omiten que son los de una minoría, de una particularidad, lo singular, el caso puntual, probablemente un Chile inexistente que busca ser dibujado, a partir de pequeños fragmentos que buscan ser defendidos como representación de una mayoría imaginaria.

Acápite aparte se necesitaría para describir las falsedades del candidato presidencial, Sebastián Piñera, que no tiene empacho alguno en alterar la realidad objetiva en pos de sus “singulares verdades”; donde los paraísos fiscales no existen, a pesar que sí existen para el Ministerio de Hacienda; su fideicomiso totalmente ciego, a pesar que el Superintendente de Valores dijera que no tenía valor alguno; donde no sabía de las inversiones de Bancard, a pesar que su gerente lo visitara periódicamente en  La Moneda; que el parque Tantauco fuera adquirido “por amor a la naturaleza y Chile”, pero haciendo su compra por medio de una oficina ubicada oscuramente en Panamá… y así podríamos seguir llenando páginas de esas irregularidades ilegitimas, pero “absolutamente legales”, como constantemente buscan reiterar, a fuerza de falsedades, omisiones y preguntas sin respuestas donde, incluso, hasta aquellos condenados por la justicia, buscan ser presentados como inocentes víctimas de un sistema de justicia que “los persigue”.

No existe percepción ciudadana de mayor injusticia que esa diferencia entre los delitos de “cuello y corbata” y los delitos de cualquier mortal, así lo han hecho notar diferentes estudios y análisis, pero nos quieren hacer ver lo contrario.

El Relato de lo Inexistente, verdad de pocos

El año 2011 el ex ministro Longueira, hoy formalizado, señalaba la necesidad que la derecha chilena tuviera un “relato” para que así existiera una suerte de discurso coherente sobre el actuar político de su gobierno para crear una épica y mística, según él carencia visible en el gobierno del ex presidente Piñera. Es decir, ya hace años, podían visibilizar el hecho que carecían de un intangible o de un discurso ideológico coherente que le diera sentido a su actuar. ¿Ha quedado algo de eso? ¿Se llevó a cabo ese “relato” por parte de la derecha? La respuesta es sí. Construyeron su propio relato, pero carente de cualquier realidad objetiva lo halló ahí, donde realmente no existía nada para construir más que fragmentos que no responden a ninguna coherencia ni similitud con la realidad; la verdad de los pocos frente a la omisión, aplaudida por la derecha, de la mayoría.

Las singularidades esparcidas buscaron construir un relato generalizado imposible, que no puede ser más que un relato extraño, poco claro, incoherente, torpe y falso que, a fuerza de repetición, busca volverse verosímil ahí donde todo nos señala lo contrario. “Cien años de injusticia no crean derecho” señalaba Hegel, cuarenta años de injusticia no lograron hacer desaparecer del inconsciente de nuestra sociedad el legítimo derecho a la educación universal y de calidad, aunque digan lo contrario y apelen al “derecho a pagar por ella” como un grito mayoritario que, sabemos, no es tal.

Los que “sufren el sistema”, quienes le otorgan legitimidad, tienden a no participar en él. Con los beneficiados, amparados en lo legal, ocurre obviamente lo contrario. Nefasto quiebre entre la legalidad y la legitimidad que, en un círculo carente de virtud, aumenta el peso de la balanza hacia la ley en detrimento de “la lectura” que debe hacerse de una ciudadanía silente que, al no participar, permite que “los menos pero hablantes” se conviertan en la mayoría. La particularidad convertida en generalidad, el mundo al revés en un relato inexistente, pero que busca posicionarse con la fuerza de la repetición y la violencia de no poder ser cuestionada desde la visibilidad objetiva de lo cierto.

Una de las características de la “posverdad” es la de actuar ahí en lo que el filósofo francés Jean Braudillard señaló como un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que las apoye, una suerte de monumental ciencia-ficción que busca dominar el discurso “verdadero”. Ya no se trata del “miente, miente, que algo queda” atribuida a la propaganda nazi, sino de un “miente, miente, que -si lo haces desde los grandes medios y sin cuestionamiento posible- jamás nadie podrá advertir tus mentiras”.

La posverdad es aquel eufemismo que apela a la posibilidad de mentir ahí donde la mentira es inexistente ya que “la verdad no existe”, a pesar que los hechos objetivos estén ahí, a la vista de todos para corroborar que la mentira se encuentra frente a nuestros ojos, aunque sea negada. Y sin una clara aceptación de lo que la verdad es se vuelve un imposible el más mínimo consenso moral en una sociedad.

“El 32,6% de los establecimientos particulares subvencionados se convertirá en particular pagado”, señalaron en septiembre de 2016, desde Libertad y Desarrollo, debido a la implementación de la Ley de Inclusión Escolar, eso significó sendos puntos de prensa de la oposición, además de entrevistas y artículos,  alertando el colapso escolar que iba a generar el fin del copago, selección y lucro, junto con el apocalipsis que estaría generando el gobierno con esta irresponsabilidad manifiesta. El peor de los mundos posibles nos alertó la derecha, al menos un tercio de los establecimientos educacionales cerraría sus puertas para los estudiantes provenientes de los sectores más vulnerables.

El día 4 de junio de este año el MINEDUC dio el listado definitivo, es decir “la verdad”, de los establecimientos que finalmente se convertirán  en particulares: 2%. Silencio por parte de la derecha… un silencio inmoral.

Por Sebastián Bastías Arias, Licenciado en Historia, Magíster en Ciencias Políticas, Master en Filosofía y Doctor (c) en Filosofía Política. Asesor del Programa de Asesoría Legislativa – Instituto Igualdad

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