Ciudadanía antioligárquica

La política chilena se ha venido estructurando, y parece que lo hará por un buen tiempo, en torno a dos grandes clivajes: al clásico eje izquierda/derecha se superpone hoy el de elite versus ciudadanía. El primero se tensiona en torno a la necesidad de realizar reformas estructurales (o de considerarlas innecesarias); el segundo, en torno a la existencia (o no) de actores políticos con la credibilidad y autonomía suficiente como para representar a la ciudadanía y encarnar genuinos proyectos políticos.

Este segundo eje -elite versus ciudadanía- encierra una potencialidad y un riesgo. Su lado virtuoso es que devuelve a la política una reflexión sobre sí misma. Si la política es siempre primero una lucha por definirla -quiénes la hacen, con qué medios, tras qué fines- una autoconciencia ciudadana crítica de la actividad política no solo es saludable sino que representa un logro democrático. El lado peligroso de este clivaje es la potencial «despolitización» que encierra un discurso que derive hacia la anti-política. Un extendido escepticismo contra “toda” la política puede traducirse en la renuncia de importantes sectores de la sociedad, especialmente de las clases populares, a la lucha política, lo que deja el campo abierto al reino de lo fáctico, a liderazgos mediático-populistas o al dominio sin contrapesos de la tecnocracia. Cuando los ciudadanos y los sectores populares renuncian a la política ésta obviamente no desaparece, sino que otros la hacen por ellos.

Hay una delgada línea entre denunciar y derribar una política degradada y secuestrada de la ciudadanía y un discurso de impronta conservadora que despolitiza, perdiendo de vista esa dialéctica sutil pero productiva entre la política y lo político, es decir, entre la política realmente existente y la posibilidad siempre abierta históricamente de redefinir sus actores, límites y contenidos.

La pregunta que ronda es de dónde puede venir la energía y el liderazgo necesario para llevar adelante un proceso de regeneración política que esté a la altura de la gravedad de la situación actual. Casos como los del senador Pizarro denotan -más allá del hecho mismo y de las explicaciones que lo agravaron- el grado de ensimismamiento de un sector de la elite, clara expresión del proceso de oligarquización que esta ha venido experimentando. Si algo caracteriza a las elites sociales y políticas oligarquizadas es la falta de conciencia de su condición de privilegio y prebendas; la naturalidad y falta de culpa con que las viven y exhiben; y la incapacidad de percibir la irritabilidad social que generan. Por esa indolencia intrínseca, las elites políticas y sociales oligarquizadas, por lo general, no evolucionan ni se regeneran, sino que colapsan.

El actor político -nuevo o histórico- que primero capte el componente antioligárquico que tiene la actual tensión entre elite y ciudadanía, habrá dado un gran paso en la interpretación del espíritu de estos tiempos y estará en camino de poder enfrentarlo con alguna posibilidad de éxito.

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