Memoria socialista: la historia de Carolina Wiff

por Juan Azócar Valdes

Este 25 de junio se cumplen 40 años del secuestro y posterior desaparición, a manos de la DINA, de laDirección Interior Clandestina del PS, que culminó con la desarticulación del primer elenco direccional del socialismo, que operaba en el interior del país bajo la conducción del ex dirigente de los trabajadores portuarios y de la CUT Exequiel Ponce, y que también integraban el médico Carlos Lorca, ex secretario general de la FECH en 1971, jefe de la Juventud Socialista y Diputado por Valdivia al momento del golpe militar; el joven economista Ricardo Lagos Salinas y el constructor civil y ex dirigente estudiantil de la UTE Ariel Mancilla.

Junto a esos dirigentes también desapareció un puñado de mujeres, militantes y colaboradoras del socialismo en la clandestinidad, entre las que se encontraba la asistente social Carolina Wiff, detenida junto a Carlos Lorca en una casa buzón del proscrito PS en Maule 130. Esta es su desconocida historia:

Oriunda de San Javier de Loncomilla y segunda de cinco hermanas, luego de egresar del Liceo de Talca, Carolina Wiff se matriculó en la carrera de Servicio Social de la Universidad de Concepción, carrera que abandonó en 1964 porque debió dedicarse a trabajar para contribuir al sustento familiar. Un año antes se casó con Tulio del Campo Castillo, matrimonio del que nace su única hija, Paula.

Sus hermanas la recuerdan como una mujer que desde niña tuvo un carácter alegre y bondadoso, pero también algo desconfiado. Con los años, los temores desaparecieron y nació una capacidad para transformar cada hecho negativo en algo positivo y de valor para ella y su entorno.»Rebelde y tozuda», según su propia definición, no aceptaba la derrota ni las injusticias sociales, lo que gatilló desde muy joven una profunda sensibilidad social, que definirá su propia vocación profesional.

Instalada luego en Santiago, se reincorporó a Servicio Social, ahora en la Universidad de Chile, en la que llegó a ocupar la presidencia del Centro de Alumnos, como abanderada de una lista presentada por la Democracia Cristiana Universitaria, y en la que enfrentó a Luisa Durán, candidata de la izquierda y actual esposa del ex Presidente Ricardo Lagos.

UNA PRÁCTICA PROFESIONAL DETERMINANTE

Pese a su temprana proximidad con la DC, su vida pronto tomaría nuevos rumbos, de la mano de una especial práctica profesional, que realizó en el Centro de Demostración en Medicina Social. Este era una experiencia piloto que la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile implementaba, desde 1958, en un sector de la antigua comuna de Quinta Normal, en el marco de su Cátedra de Higiene y Medicina Preventiva, destinada a complementar la formación de sus alumnos de sexto año.

Bajo la dirección del doctor Benjamín Viel Vicuña, recordado maestro y formador de sucesivas generaciones de médicos chilenos, se echó a andar esta iniciativa con un grupo de profesionales que compartían una visión progresista respecto de lo que debían ser los principios orientadores de la salud pública. Entre otros, allí estuvieron Mariano Requena, Manuel Ipinza, Luis Weinstein y Oscar Soto, que llegaría a ser el médico personal del futuro Presidente Allende.

La iniciativa buscaba la generación de un espacio que permitiera trasladar a la práctica los planteamientos que se discutían en las aulas y los claustros. La idea de sus promotores era que la salud pública debía ser esencialmente preventiva e integral. La visión suponía la consideración del conjunto de los factores sociales y comunitarios que pudieran estar incidiendo en la salud de la población, por lo que al poco tiempo de ser puesto en marcha el proyecto, el doctor Viel consideró necesaria la incorporación de profesionales de otras disciplinas: abogados, educadoras de párvulos y, de manera especial, asistentes sociales.

Lucía Sepúlveda Cornejo era entonces la profesional a cargo de la implementación del trabajo comunitario en aquella experiencia piloto. Para optimizar la atención, se acotó la intervención a un territorio cuyos límites eran las calles Nueva Imperial, por el sur; Santo Domingo, por el norte y Apóstol Santiago, por el oriente. Al poniente, los campos y chacras de Barrancas definían el límite natural de la intervención.

El cuadrante fue subdividido en tres sectores, en los que comenzó a ser fundamental el trabajo y el aporte específico de las asistentes sociales, para la identificación de factores incidentes en la salud de los vecinos y en las tareas de promoción de la organización comunitaria. Pronto, al alero del centro y de la mano de las asistentes sociales en práctica, se habían formado centros de madres, grupos juveniles y de hombres con problemas de alcoholismo.

En esas circunstancias, Lucía recibió un llamado de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Chile, en el que le pedían recibir en práctica a una alumna que, pese a sus buenas notas, suponía un cierto problema para la convivencia interna y la «imagen» de esa institución: la alumna en cuestión se encontraba embarazada, un hecho que no dejaba de ser bochornoso en una carrera que aún era vista como exclusiva para «señoritas» y en donde el embarazo solo era posible una vez egresada de sus aulas.

Así, hacia 1964, Carolina se integró a una experiencia que sería determinante en su historia personal y profesional, y que al mismo tiempo, marcaría el inicio de la definitiva transformación de sus convicciones políticas. La mayoría de los profesionales y alumnos en práctica eran personas de posiciones progresistas, algunos militaban en partidos de izquierda, pero lo que realmente la impresionó fue la consecuencia entre el discurso que enarbolaban y la práctica concreta de sus ideas: se trataba de un grupo genuinamente motivado por el cambio social, que no tenía problemas en trabajar incluso los fines de semana y que demostraba un respeto y un compromiso profundo con los vecinos del sector.

El proyecto se fue consolidando y pronto el alcalde de Quinta Normal facilitó un terreno en el cual se habilitaron una sala cuna y un jardín infantil. Carolina trabajaba con entusiasmo, al tiempo que entablaba una profunda amistad con la joven doctora Gilda Gnecco, «la gringa», que pronto se transformará en la directora del centro, y con algunos de los futuros médicos que pasaron por él. Ricardo Pincheira y Eduardo Paredes estuvieron entre ellos.

Gilda Gnecco recuerda nítidamente el carácter de Carolina durante su paso por aquella peculiar práctica profesional:

«Carola no fue una alumna más, fue especial desde el inicio; por su compromiso con las tareas indicadas, por su relación franca y clara con nosotros y con las familias de la comunidad, por su forma de plantarse ante el equipo cuando hacíamos «estudios de familia». Aparecía la futura profesional, armando su bagaje de contenidos teóricos y propuestas metodológicas. Pero le faltaba algo, algo que iba surgiendo del mundo de sus convicciones y valores personales: el componente político. Sin duda, su formación allí se estaba estructurando. De eso empezamos a hablar, sin casi darnos cuenta. De cómo veíamos y sentíamos lo que cada día llegaba a nuestro mundo docente y laboral. Empezamos hablando de casos concretos, de familias humildes y niños desnutridos, de maridos cesantes y conflictos familiares y del desafío para nuestras propias vidas como profesionales».

«Nos molestaba la injusticia, la discriminación, las pocas oportunidades de la gente modesta; el arribismo de la clase media y la prepotencia de los ricos. Nos preguntamos, tantas veces, si bastaba el trabajo técnico, por bien hecho que estuviera. Ella lo tuvo más claro que yo, eso es evidente y se sumergió en la búsqueda de una opción política que le diera sentido a su búsqueda. Cuándo y cómo ocurrió, no lo sé, sólo sé que ocurrió y con el pasar del tiempo, ella ya egresada y trabajando, las conversas se fueron alargando y alargando.»

Después de cumplir con su período de práctica profesional, Carolina se mantuvo en el centro (que a esa altura se había transformado en el Consultorio Ismael Valdés Vergara) hasta 1967, fecha en la que se incorporó a trabajar en el Departamento de Bienestar del Ministerio de Obras Públicas.

Un año más tarde, el viraje político de Carolina que ya intuía Gilda se haría explícito de una manera muy particular. En la Escuela de Trabajo Social, por primera vez en su historia, se realizarían elecciones para definir la jefatura de ese plantel. Las candidaturas que se confrontaban eran la de Pilar Alvariño, una destacada y antigua académica, y la de Lucía Sepúlveda, que regresó a dar clases a Servicio Social luego de terminar su relación contractual con la Escuela de Medicina. En el ambiente propio de la reforma universitaria, los estudiantes identificaron la postulación de Alvariño como una expresión más del conservadurismo político y académico, optando por Sepúlveda, que propiciaba innovadoras acciones de intervención y trabajo social «en terreno».

Entre los sectores que respaldaban la candidatura «oficial» se encontraban los profesores de la Democracia Cristiana. El día de las elecciones, buscando votantes por todos lados, el jefe de ellos, Rubén Michea, envió un taxi al Ministerio de Obras Públicas, para que trajera a Carolina, que podía votar en su condición de recién egresada. Lucía Sepúlveda se encontraba en su oficina cuando algunas alumnas le comentaron indignadas que Carolina había llegado «acarreada por la DC». Lucía contuvo su dolor, se sentía cercana a ella, por eso prefirió no hablarle cuando las mismas alumnas le dijeron que Carolina la estaba esperando para conversar. Al bajar, se la topó, afirmada en la puerta de la Escuela.

– «Oiga, hace rato que la estoy esperando», fue lo primero que dijo. – «¿Para qué?» preguntó Lucía. La respuesta de Carolina la desconcertó: – «Pues, para que me mande a dejar». Ofendida, Lucía le dijo que le pidiera eso a Michea. Carolina sonrío. – «No creo que esa sea posible. De hecho, me acaba de preguntar por quién voté, y yo le dije que por usted».

No había nada más que hablar: alumna y maestra se fundieron en un abrazo y se quedaron hasta tarde conversando de lo humano y de lo divino al calor de un café que duró horas.

EN EL CENTRO DE LA TORMENTA

Durante el Gobierno de la Unidad Popular, Carolina se desempeñó como asistente social en la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji) a cargo del Programa para Poblaciones Marginales de la institución, en el sector de Barrancas. También fue jefa del Programa de Capacitación para Mujeres Proletarias, actividades en las que se mantuvo hasta el 11 de septiembre de 1973.

A esas alturas, ya se había incorporado plenamente a las filas del PS, en un delicado y reservado ámbito del trabajo del Frente Interno: A través de los antiguos alumnos de Medicina que conoció durante su práctica profesional, la joven asistente social se vinculó a uno de los equipos de Inteligencia que operaban bajo la tutela de la Comisión de Defensa del Frente Interno. Una militancia de máxima discreción de la que ni siquiera se llegó a enterar su familia. En esa tarea, militó en el mismo equipo que comandaba «Máximo», el alegre alumno de Medicina que ella conoció antes como Ricardo Pincheira durante su paso por el centro piloto de Quinta Normal, en el que éste también colaboraba.

El 11 de septiembre Carolina estuvo temprano en el Hospital Barros Luco, cumpliendo con la tarea que le había sido asignada. El antiguo recinto asistencial atendía a una amplia población de escasos recursos, principalmente de San Miguel, pero ese martes, además, en sus pabellones y patios había militantes que cumplían un rol de apoyo y retaguardia de los combatientes que encabezaban la resistencia en el sector de La Legua y de las industrias colindantes, apenas a unas cuadras de allí. Nerviosa y corriendo por los pasillos del viejo hospital, Carolina esperaba la llegada de sus compañeros, al tiempo que con desazón comprobaba que entre los trabajadores del Barros Luco cundía el temor y que muy pocos de ellos se manifestaban dispuestos al combate. En su interior, no los culpaba, ya se sabía que el enfrentamiento era absolutamente desigual y las radios que aún no habían sido silenciadas informaban sobre el total copamiento de Santiago por parte de los golpistas.

Pronto llegó un vehículo acompañando a Oscar Landarretche, que venía con algo de armamento que acababan de retirar desde la residencia presidencial de Tomás Moro. Desconectados momentáneamente del grupo que combatía en La Legua y sin encontrar apoyo entre los funcionarios del hospital, «Eusebio» -jefe directo de Carolina en el PS- evaluó rápidamente la situación y ordenó el repliegue del grupo a una casa de seguridad. Carolina protestó enérgicamente, en su opinión había que combatir, con o sin el apoyo de los trabajadores. El sueño de un Chile socialista se desmoronaba y Carolina, desesperada, no podía entender la orden de su compañero. Ya en el vehículo –que enrumbó a toda velocidad hacia Macul- Carolina, con los ojos llorosos y en silencio, pudo ver a cientos de obreros y trabajadores que asustados regresaban a pie a sus hogares.

LA CLANDESTINIDAD

Luego del golpe, vino la dura subsistencia después de la razzia que barrió con todos los funcionarios de la administración pública sospechosos de ser partidarios de la Unidad Popular. Tras su exoneración de la Junji, la situación económica se le tornó cuesta arriba, lo que la obligó a inventarse distintas alternativas de autoempleo: desde la venta de huevos y ropa interior, hasta la confección de tejidos y bordados hechos a mano. En una carta fechada en marzo de 1975, dirigida a una de sus hermanas, Carolina reconoce su estado de ánimo y la importancia de su hija y de un sobrino en esos días aciagos:

«Estoy realmente cansada, de todo, del alma, del cuerpo. A veces, el cuerpo me pesa tanto que no quisiera darle orden de que ande. Pero el niño y la Paulita me han ayudado enormemente. Por un lado me distraen, hacen que les dedique tiempo, claro que con este cansancio eterno que llevo, con el cansancio de un siglo que me han hecho llevar. De plata, casi nada, pero siempre arreglándomelas: estoy de secre en una consulta, pero el alza de las cosas es tan grande que de los pichintunes de uno y otro lado nos alcanza ya casi apenas. Pero tú sabes que tu hermana tozuda y porfiada siempre va a salir adelante. Y el sol lo tengo, ahora se me alejó un poquito, pero aún tengo su calor».

La consulta a la que aludía en su carta era la que la doctora Gilda Gnecco había instalado en el departamento de unas psicólogas amigas en avenida Providencia con Antonio Varas. Después de un año de cesantía, Gilda instaló un centro de pediatría en donde Carolina oficiaba de secretaria. Durante un buen tiempo se atendió de modo casi exclusivo a hijos de los presos políticos y víctimas de la represión, cuyos padres muchas veces no tenían forma de pagar. Aun así, Gilda, que sabía que Carolina estaba colaborando en la resistencia, decidió repartir los ingresos en tres partes iguales: una para ella, otra para Carolina y la última para los requerimientos de quienes combatían desde las sombras.

Carolina colaboraba desde noviembre de 1973 en la reorganización del PS, bajo las órdenes de Carlos Lorca y Ariel Mancilla. Una de sus más importantes tareas, precisamente, se la encomendó Mancilla, que oficiaba como responsable de la Unidad de Logística del Comité Central. Su misión fue conseguir una casa en donde instalar una lavandería, que al tiempo que generaba algunos recursos, serviría como lugar de reuniones para los dirigentes de la Comisión Política en la clandestinidad. Carolina consiguió que una asistente social amiga –autoexiliada en Mendoza y que también había trabajado en el Centro Ismael Valdés- le prestara la suya. Esa casa estaba en Gutemberg Nº 78, a los pies del Cerro San Cristóbal, y tenía una gran ventaja: aparte de su acceso principal, se podía llegar por una discreta puerta trasera que daba al cerro. Precisamente por allí solían aparecer Exequiel Ponce y otros dirigentes para sus reuniones o contactos.

Gilda Gnecco recuerda que, en una ocasión, Carolina le pidió atender a un compañero enfermo, como ya lo había hecho en más de una oportunidad. En el departamento de la joven asistente social, Gilda reconoció al paciente, que tenía semi-infectadas unas heridas en sus piernas y una delgadez que la impresionó: Era «Sebastián» (Carlos Lorca), a quien conoció meses antes cuando su hermano, Italo Gnecco –detenido, torturado y luego liberado desde la prisión de lsla Teja en Valdivia–, le informó a Lorca y a Carolina sobre la situación de otros compañeros aún detenidos y la identidad de quienes los habían delatado.

LA CAPTURA

El 20 de junio de 1975, otro militante del proscrito PS Francisco Mouat (alias «Arturo») fue convocado a una cita urgente con Exequiel Ponce. La reunión se hizo en «la casa de las palmeras», una residencia en la calle Wenceslao Sánchez, en las inmediaciones de la ex Universidad Técnica del Estado. A la hora convenida, Mouat conversó brevemente con Ponce, quien le planteó que a partir de ese momento empezaría un fuerte apriete represivo en contra de los equipos que trabajaban en la rearticulación del PS. Ponce le informó que el sábado anterior había sido detenido uno de los militantes que oficiaba de enlace entre él y Ricardo Lagos Salinas, y que en un chequeo posterior hecho a la casa de Lagos en Las Rejas, esta aparecía con evidentes señas de haber sido allanada.

La situación se tornaba dramática y era necesario extremar las medidas de seguridad. Días después de ese inquietante encuentro con Ponce, Carolina Wiff llamó a «Arturo» para pedirle que le consiguiera los discos vinilos con los himnos del Partido y de la Juventud. Al parecer, Carolina estaba montando un mensaje de la Dirección del Partido en el interior que se enviaría fuera del país. Mouat se comprometió a responderle dos días más tarde. El 25 de junio, la llamó a su departamento y la mujer que trabajaba en casa de Carolina le comentó que ella no estaba. La llamó más tarde a la consulta médica, pero allí tampoco se encontraba. Intrigado, Francisco se acercó a chequear el departamento donde vivía Carolina, en Rodrigo de Araya con Macul. No le costó demasiado advertir el operativo que la DINA montaba en los accesos al edificio. Para confirmarlo, se alejó un par de cuadras y llamó desde un teléfono público. Una voz masculina respondió al otro lado del auricular. Mouat dio otro nombre, y dijo que era un cliente que debía recoger una ropa. El agente de la DINA, con una poco convincente amabilidad, le dijo que pasara a recoger su ropa sin problemas. La ratonera se había activado.

Confirmada la trampa, Mouat se dirigió hasta el edificio de Providencia con Antonio Varas, en donde trabajaba Carolina. El acceso al edificio estaba «cubierto» por una pareja de pololos apoyados en una moto, a todas luces efectivos de la DINA. Armándose de valor, subió un par de pisos y enrumbó al pasillo en donde estaba la consulta médica. En el descanso de la escala y justo en la puerta de la consulta había dos hombres apostados de punto fijo. «Arturo» simuló buscar otro departamento, se devolvió sobre sus pasos y se echó a correr escalera abajo. En fracción de segundos, los hombres que cubrían el pasillo dieron la voz de alerta, gritándole al agente de la moto que le cortara el paso al que huía.

Días más tarde, Mouat logró retomar el contacto con «Gino» (nombre político de Luis Cubertino, otro de los colaboradores de la Dirección Interior). Este le comentó, apesadumbrado, que hacía apenas unos días, Radio Moscú había dado la noticia de la captura de varios dirigentes y ayudistas del Comité Central del Partido Socialista en la clandestinidad, entre ellos, la asistente social Carolina Wiff.

Apenas unos días antes de su detención, Carolina llegó como otras veces hasta la casa de Gilda Gnecco y le dijo, «gringa, te traje un regalo». Sorprendida, la joven doctora recibió una caja de madera de cedro del Líbano y una pequeña muñequita húngara sentada en un diminuto columpio. Ese día no era ni su cumpleaños ni su santo. Intrigada, preguntó a su amiga la razón de ese obsequio. La respuesta de Carolina la desconcertó: «solo quería que tuvieras algo mío, algo personal, un lindo y sencillo recuerdo de esta loca que te quiere». Con el tiempo, Gilda repasó una y mil veces ese momento y hasta hoy se lamenta por no haberle preguntado qué era exactamente lo que pasaba. «La gringa» recuerda que por esos días varios miembros del Comité Central del PS habían sido detenidos y que tal vez su amiga intuía que ya se acercaban a ella.

Efectivamente, Carolina fue detenida el 25 de junio de 1975, mientras acompañaba a Lorca a una reunión en una casa de seguridad en Maule Nº 130. Al momento de su secuestro, tenía 34 años de edad. Por su vida se presentaron múltiples recursos de amparo provenientes del extranjero. Uno de ellos fue patrocinado por personalidades francesas, como el Cardenal Primado de Francia y el entonces senador Francois Mitterrand. La dictadura siempre negó que la joven asistente social estuviera detenida, y a través de sus voceros de turno esgrimió –como en tantos otros casos- que «los subversivos suelen abandonar el país de manera clandestina y con identidades falsas. Quizás sea el caso de la referida Modesta Carolina Wiff».

La periodista Gladys Díaz Armijo, ex prisionera política del MIR, detenida en Villa Grimaldi ese mismo año, declaró que el 2 de julio de 1975, estando en ese centro de la DINA, los guardias «me dejaron por horas sentada en una banca en el jardín. Como al mediodía me dijeron que fuera a comer algo y me hicieron pasar a otro patio en donde había una mesa con 3 platos, allí condujeron a dos mujeres (…) Las hicieron sentarse a mi lado. Les hablé, desconfiaron y guardaron silencio, una era más morena, pelo corto; la otra de tez muy blanca; nariz respingona. Les expliqué quién era y ellas me dieron nombres que percibí eran al azar. Ambas estaban enflaquecidas, tristes y temerosas, especialmente la de tez más blanca. Conversaban entre ellas como ignorándome, pensarían que era una delatora; además no podían verme. Hablaban de Julio, decían que Julio -otro de los nombres políticos usados por Carlos Lorca-, estaba muy mal y que se quejaba continuamente y que el otro, que supongo sería Exequiel Ponce, estaba algo mejor. Insistí, les dije que era importante que me dieran sus nombres pues yo volvería seguramente a Tres Álamos y que podría informar sobre ellas, que no quería saber más que sus nombres. Entonces una me dijo que se llamaba Carolina y la otra Michelle, no me dijeron sus apellidos. Luego siguieron ignorándome y hablando entre ellas; una comentaba que los guardias le habían dado la ropa de Julio, llena de sangre y que tenían que lavarla. En ese momento los guardias apresuradamente vinieron a buscarme. No las vi más».

Y agregó: «Cuatro o cinco días después, encontrándome en Tres Álamos, varios presos políticos fuimos interrogados por una persona del Comité Pro Paz, no sé si era un abogado, pero había entrado en hora de visita y traía ocultas varias fotos de hombres y mujeres. Reconocí a las prisioneras que había visto en Villa Grimaldi. Le di sus nombres, él me dio sus apellidos». Las mujeres en las fotografías eran Carolina Wiff y Michelle Peña, también capturada con los dirigentes del PS ese mismo mes de junio.

Para la doctora Gilda Gnecco, la figura de su amiga desaparecida sigue estando presente: «Nos conversábamos todo y aún yo le sigo hablando, aunque no me pueda responder. Le converso a su retrato en mi sala de estar; a veces la reto por haberme dejado sola, por no terminar conversaciones pendientes. Le converso siempre cada vez que hay elecciones, en que voto siempre en voz alta y en su nombre. Nos habíamos prometido caminar, correr, gritar y emborracharnos juntas cuando cayera la dictadura. Ese 5 de octubre de 1988, luego del triunfo del NO, en medio de las anchas alamedas por donde ella soñó que más temprano que tarde pasaría el hombre libre, fui yo quien lo hizo en su nombre, en medio de la muchedumbre jubilosa. Sola, caminé junto a miles y lloré su ausencia y grité su nombre».

Según «La gringa», Carolina «no dudó en arriesgar su vida por sus ideales, por construir un país libre y solidario, en el que su hija, mis hijos y los hijos de mucha gente pudiesen vivir y cumplir sus sueños. Sueños de justicia social, de solidaridad, de paz y de muchas otras cosas que se encarnaban en ella».

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