La centralidad de la política

Camilo Escalona, Vicepresidente del PS

Después de mucho tiempo se vuelve a reconocer que la política, el llamado arte de gobernar, es fundamental en la vida del país. Este parece ser un nuevo y positivo dato en la situación nacional.

Diversos grupos de interés, como centros de estudios, universidades o comentaristas de medios de opinión, pareciera que modifican su ácido rechazo a la política y los partidos e insinúan una nueva valoración de su trascendencia. Dentro del complejo escenario que vive Chile, se trata de una evolución positiva, ya que no habrá solución a la crisis de confianza que le afecta si no se rescata el valor de la política, que parte en el interés y el aporte de cada persona que se sienta comprometida con el país.

Los empresarios, al menos un sector decisivo de ellos que ha exhibido sin timidez una fuerte aversión a la política, ahora piden que sean aquellos políticos que tanto denostaron los que se hagan cargo de «ordenar» las cosas que ven confusas y sin la claridad que les gustaría. No deja de ser una nueva mirada, a pesar de que contiene esa antigua pretensión de orden y mando que no ayuda al carácter nacional de las alternativas que se deben generar frente a los desafíos que tenemos.

La naturaleza del problema exige un entendimiento, sin exclusiones, del conjunto de las fuerzas interesadas en el futuro del país. La apertura a tratar todos los temas, incluido avanzar hacia una nueva Constitución Política del Estado, colaboraría decisivamente a ceder el paso al clima nacional que se requiere. Si cada sector de opinión se recluye exclusivamente en lo que a cada cual interesa no se podrá avanzar como se necesita.

No obstante, en ciertos grupos confrontacionales aún subsiste un rechazo visceral a la política, expresada en la consigna «que se vayan todos», que por momentos crece y que luego amaina, pero que es incapaz de indicar o proponer cómo avanzar y salir del enrarecido clima que se ha creado en el país.

Esta demanda suena fuerte, pero es estéril. Sin embargo no se debe ignorar; este eslogan representa un sordo descontento hacia la política y los partidos, que se ha ido incubando y endureciendo en una franja social que nos hace recordar que hay muchas cosas que corregir, que la superación de las malas prácticas y de la corrupción es una labor esencial.

La tarea de varias generaciones de luchadores que lograron restablecer la democracia e instalar nuevamente en el país un Estado de Derecho democrático es lo que se ha puesto en riesgo, por la audacia temeraria de algunos que han pretendido crear y mantener un sistema de financiamiento irregular de la política, que les permitía generar un núcleo de poder ilegítimo y desproporcionado, y luego lanzarse en la loca carrera del enriquecimiento personal que a tantas personas capaces ha llevado al completo fracaso.

El propósito de instalar un centro rector anónimo, que desde una ubicación desconocida, subterránea es el llamado a decidir los grandes temas del Estado, es una pretensión antidemocrática.

Hoy, en América Latina, que está ansiosa de macizas reformas, que sean eficaces en la lucha contra la desigualdad, es la izquierda la convocada, en primerísimo lugar, a mantenerse leal a sus banderas y ser capaz de doblegar la corrupción e instalar una cultura de transparencia y prácticas honradas y legítimas. Para ello los partidos políticos son irreemplazables.

Las luchas populares que derrotaron la dictadura no tenían como propósito la entronización de ningún grupo de iluminados, sea cual fuere la sigla que escogieran, sino que la reivindicación del voto ciudadano y el ejercicio de la soberanía popular, así como el reconocimiento del valor de los movimientos sociales y de los partidos políticos como piezas esenciales de la institucionalidad democrática.

Por eso mucho poder y mucha codicia resultan ser inmanejables y arrastran a la ruina a los que se dejan subyugar por esos apetitos irrefrenables que dañan tan profundamente la confianza de la gente y de toda la sociedad en la política y en la democracia.

Reponer la centralidad de la política para abordar los grandes temas del país es parte decisiva del esfuerzo para alcanzar su solución. Es concretar la idea de que una perspectiva humanista y civilizadora a nuestros dilemas nacionales comienza en nosotros mismos.

 

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