2014

Ernesto Águila Z.

MAQUIAVELO -cuyo libro, El Príncipe, acaba de cumplir 500 años y goza todavía de buena salud- sostenía que un 50% de lo que ocurre en política depende de la fortuna y la otra mitad, de la virtud del “príncipe” (más de su sagacidad que de su moral -hay que decirlo). Si uno se toma en serio esta afirmación -y parece conveniente hacerlo- no puede sino concluir que la política está siempre instalada en un espacio de incertidumbre, en el que, en todo momento, acecha y puede irrumpir lo inesperado. Por eso se dice que el buen político debe ser firme en el fondo y flexible en la forma, si quiere lidiar con éxito con la fortuna y el azar, y no verse en la necesidad, poco honrosa, de tener que cambiar sus ideas sino sólo el modo de llegar a ellas.

Terminada esta larga elección presidencial 2013, con resultados bastante elocuentes como para seguir comentándolos, vale la pena interrogarse sobre qué se sabe del año 2014. Por ahora, pocas cosas: un escenario de desaceleración económica; un presupuesto 2014 ya “amarrado”, con pocas holguras, y que puede paralizar el programa de la nueva administración durante el primer año; un fallo de La Haya a fines de enero que puede generar escenarios no previstos; y, sobre todo, altas expectativas sociales, escepticismo e impaciencia ciudadana, lo que puede traducirse en una brevísima “luna de miel” para el nuevo gobierno. Y como telón de fondo: un pacto social y político superado históricamente, en prolongada crisis de legitimidad.

También se observa, luego del domingo, un liderazgo presidencial de Michelle Bachelet consolidado y legitimado, con mucha libertad y autonomía para armar sus equipos. Junto con ello una mayoría parlamentaria, por primera vez desde el retorno de la democracia, en los bordes de los quórums supramayoritarios. Todo esto sustentado por una alianza inédita en su amplitud, cuyo “cemento político” es un programa, con las claridades suficientes (y las ambigüedades necesarias, agregaría alguien), de cambio profundo. Lo cierto es que la Nueva Mayoría no es sólo una articulación política, sino también un campo de hegemonías en disputa.

Por último, está el factor de una derecha que retorna a la oposición luego de un breve paso por el gobierno, en medio de una contundente derrota, en particular, de su ala más ortodoxa. Su derrota es más profunda que lo que arrojan las cifras y porcentajes a simple vista: perdió en todas las regiones del país y ganó sólo en 17, las más pudientes, de 345 comunas, quedando, así, en evidencia su profundo divorcio de los sectores populares y medios.

Sólo hay algo peor que la derrota: perder y dejar de saber quién eres. La derecha se va con la tarea para la casa de analizar no sólo su desprolija campaña, sino también su proyecto e identidad en el marco de un nuevo ciclo histórico-político y de nuevas sensibilidades sociales y culturales que hasta ahora se ha negado a asumir. Refugiarse en las “mayorías silenciosas” de la abstención es una perezosa forma de enfrentar lo ocurrido. Lo que pase con la derecha en los próximos meses, en especial la manera en que ésta procese su derrota, constituirá un factor clave para ir armando el rompecabezas del 2014.

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