La obra de Allende es patrimonio nacional

Salvador Allende

HERNÁN DEL CANTO RIQUELME, Ministro del Interior Gobierno Presidente Allende.

Salvador Allende representa toda una época en la historia política de Chile. Su liderazgo indiscutible de la izquierda chilena desde la década del 50, se agigantó con la victoria presidencial de 1970. Sin perder nada de su trayectoria, Allende Presidente, fue un real estadista. Un hombre dispuesto a gobernar al servicio de las mayorías oprimidas, dispuesto a cumplir lo prometido y a transformar la democracia política en democracia social y económica, cuyo protagonismo lo ejerciesen los trabajadores como pieza clave de la sociedad. Socialismo y democracia eran para Salvador Allende un todo indivisible. Su vida y su lucha así lo testimonian. Su muerte heroica, repleta de enseñanzas y lecciones, confirman que Allende fue un gran demócrata y un gran socialista.

REVOLUCIONARIO TODA LA VIDA

Salvador Allende no nació en cuna obrera, ni fue obrero en su vida. Sin embargo, desde que juró ante la tumba de su padre defender la causa de los trabajadores y de los más desposeídos, no dejó nunca de hacerlo con vigor y pasión, pero a la vez con argumentos y fundamentación irrebatibles. Allende decía a propósito de la consecuencia militante, que en muchos países era fácil ser revolucionario a temprana edad, pero serlo toda la vida es lo único que merece respeto y consideración de un pueblo y un partido. La fidelidad a los principios socialistas y sobre todo a los intereses populares, constituyeron en Allende patrimonio fecundo y admirable. No hay ningún acto en la vida de Salvador Allende que se pueda calificar de inconsecuente. Ello lo prestigió ante la mirada de su pueblo y camaradas de lucha. Le dio ascendiente en la Izquierda, de la cual fue su líder indiscutido durante veinte años.

Salvador Allende habría cumplido el 26 de junio de este año sus 104 años de vida. Murió   hace 39 años, cuando un grupo de militares asaltaron el poder democrático. Allende estaba en la plenitud de su vida madura y su estado físico e intelectual extraordinario y admirable. Su capacidad de trabajo y su alegría por la obra realizada nos contagiaba, aunque era difícil seguir su tren de actividades incluso para los más jóvenes. Su humor y optimismo eran una constante de su actividad, y recuerdo que una sola vez lo vi desolado. Fue el 8 de septiembre de 1973, después de una tormentosa y poca fructífera reunión con la dirección de los partidos de la Unidad Popular. Allende criticó severamente la falta de política común de la coalición gobernante ante la ofensiva golpista, pero ese mismo día Allende había decidido usar sus facultades presidenciales: convocar al pueblo a tomar el camino de su futuro, en un referéndum. No se alcanzó a concretar esa decisión. Los militares se alzaron antes.

Allende usaba –a mi juicio- métodos de trabajo de enorme calidad. Tenía una gran capacidad de escuchar, discutir y encontrar la síntesis unificadora. Ello no le hacía renunciar a sus prerrogativas presidenciales en el período del Gobierno Popular, pero críticamente debemos decir que muchas veces fue excesivamente tolerante, con desventajas para el quehacer del propio Gobierno. En lo personal trabajaba estrechamente con cada uno de sus colaboradores.

Le gustaba el debate, las opiniones divergentes, la conclusión colectiva. Rechazaba a los  llamados hombres “Sí”, o sea  aquellos que a todo le gusta decir “Sí” por obsecuencia al superior, aunque piensen de otro modo.

Salvador Allende unía a su gran calidad política una gran calidad humana. Fue un hombre cuya preocupación sublime era la suerte del pueblo, de los más oprimidos. Servir a esa causa era su norte principal. Allende no aspiró al poder por vanidad o figuración personal. Su gran meta fue transformar las viejas e injustas condiciones de vida de la mayoría de los chilenos, construir una nueva convivencia social, convertir a los trabajadores en reales protagonistas del país y conquistar la soberanía e independencia de la Nación. Allende ante todo y por sobre todo era un demócrata socialista.

Allende no fue un Presidente o un líder de escritorio. Su contacto permanente fue uno de sus rasgos distintivos; iba a menudo a las industrias, a las poblaciones, al campo. Dialogaba con entusiasmo con el pueblo. Consultaba hasta los más mínimos detalles de la vida popular. Su actitud no era casual, ni respondía a las circunstancias de ser Presidente de la República. Revisando su trayectoria. Allende debe haber sido  el político chileno que más se vinculó con el pueblo, que visitó hasta las aldeas más recónditas de la geografía nacional. Esa necesidad de lazos estrechos con el pueblo y de conocimiento de sus vivencias y preocupaciones le hizo ser un político verdadero y diferenciarse de los políticos tradicionales que les gusta dictar “cátedra” desde arriba.

MOTOR Y GUÍA DE LA UNIDAD DEL PUEBLO

Allende unió estrechamente su militancia socialista con su liderazgo popular. Sin embargo, hay que reconocer que se convirtió en un líder que traspasó las fronteras de la influencia partidaria. Su prestigio, no obstante, lo puso siempre al servicio de la causa popular. Y en especial al servicio de la unidad.

La unidad de la izquierda y del movimiento popular constituyeron para Salvador Allende vigas maestras de la estrategia de cambio. Su contribución personal y política para fortalecer la unidad de la izquierda fue reconocida ampliamente en el país. No exageramos si decimos que Allende fue el líder que más hizo por la unidad de la izquierda en las décadas del 50 al 70.

Salvador Allende fue motor y guía del proceso unitario desde siempre, pero sobresalió en este propósito desde la década del 50 en adelante. Su actividad dinámica y tenaz por construir el Frente de Acción Popular en 1956 y más tarde la Unidad Popular, en 1969, fue tan intensa, paciente y polémica que incluso significó debates hasta con camaradas de su propio partido. Allende no era un líder que esperara que otros hiciesen las cosas. Si estaba convencido de una propuesta batallaba por ella hasta el final. No se doblegaba a la “primera de cambio”. Ese fue uno de los rasgos más relevantes de la personalidad política de Salvador Allende.

Allende estaba, por ejemplo, convencido de la importancia de la unidad de las fuerzas políticas  populares, pero a la vez desde 1964 abogó por ampliar el arco de la izquierda para incorporar a ella a partidos de las capas medias y profesionales. Concretamente en este caso al Partido Radical. Hizo lo indecible por lograrlo, aunque encontró resistencias. Pero no se amilanó ante tales resistencias y siguió la tarea hasta alcanzarla. Todos reconocimos después la importancia y validez de tal posición. Para Allende la izquierda no terminaba en el entendimiento socialista comunista.

Otro ejemplo de notable valor político en esa misma dirección fue la decisión de Salvador Allende, después del Paro Patronal de octubre de 1972 en contra del Gobierno Popular, de conformar un nuevo gabinete ministerial con los partidos de la Unidad Popular, la Central Única de Trabajadores y los militares encabezados por el General Carlos Prats en calidad de Ministro del Interior. Lo que se  llamó el gabinete cívico-militar. En esa determinación política se reflejaba toda la lucidez y capacidad del líder para comprender lo singular de la situación y hasta que grado estaba en juego el destino del proceso.

Hay que recordar –para una mejor comprensión de ese hecho histórico- que el paro empresarial de octubre de 1972 se había transformado en el punto más alto de la escalada  en contra del Gobierno Popular, cuyas consecuencias no eran exclusivamente económicas sino políticas. La correlación de fuerzas había cambiado negativamente para la UP. Y no solo eso. Los sectores reaccionarios conspiraban abiertamente con generales y almirantes de las fuerzas armadas. Buscaban el derrocamiento del Presidente Allende y el fin de la gigantesca obra realizada.

En el interior de la UP no se entendía por todos, con rigor, estos fenómenos y se reiteraba  -incluso en gente con altas responsabilidades- posiciones infantiles que sostenían que cualquier compromiso con otros sectores, y más aún con militares (por lo demás de clara postura democrática) era un retroceso y una “desviación de derecha”.  Craso error.  La política no es el arte de lo imposible, sino la capacidad para comprender la situación, reconocerla en toda su dimensión e intentar cambiarla en el sentido más favorable al plan estratégico, en este caso del Gobierno de la Unidad Popular.

A mi juicio el Presidente Allende al impulsar un cambio de esa magnitud en la composición del gabinete intentaba modificar radical y positivamente la correlación de fuerzas, pero a su vez transformar ese entendimiento en un factor decisivo en el proceso de cambios. En ese gabinete se expresaban las fuerzas determinantes del país y en torno del mismo una plataforma programática de claro contenido nacional y democrático, cuyo texto fue preparado por el propio General Prats y refrendado por el conjunto del gabinete y el Presidente Allende.

En parte medular del texto se decía: “La constitución de la Unidad Popular y la elección a la Presidencia de la Nación del doctor Salvador Allende, sobrevino a la larga trayectoria de lucha de masas por la superación de la dependencia y del atraso. El Gobierno Popular surge como instrumento poderoso para continuar esas luchas. Expresa la conciencia adquirida por la mayoría de los chilenos de que la solución de los problemas que nos aquejan, así como la independencia económica del país, no podrían ser alcanzadas dentro de los límites del sistema social vigente hasta el momento”. Y agregaba. “El programa del gobierno de la Unidad Popular se propone echar las bases de una transformación socialista de Chile, por medio de un conjunto de cambios fundamentales, tanto de la propiedad de los medios de producción como también en las instituciones y los organismos del Estado”.

Allende quiso en ese momento conformar un nuevo eje, sobre la base de un entendimiento entre el gobierno, la CUT y los jefes, oficiales y suboficiales constitucionales y democráticos encabezados por el general Prats. O sea asegurar por esa vía el curso favorable del proceso democrático y de cambios y construir una formidable muralla a la sedición y el golpismo.

La propuesta del Presidente Allende se cumplió parcialmente. Ese gabinete restableció la normalidad. Y le dio vitalidad. Sin embargo, en importantes núcleos de los partidos de gobierno y de los cordones sindicales industriales se cuestionó hasta el infinito ese paso, que terminó por socavarlo y alimentar así el fuego de la conspiración entre los militares de estirpe y formación conservadora.

Allende tuvo razón. Del lado suyo estuvo todo el gabinete civil y en el Partido Socialista la mayoría del Comité Central, así como la mayoría de los partidos de la Unidad Popular. Pero eso no era suficiente. Se perdió así una gran oportunidad histórica de haber gestado un poderoso núcleo cívico-militar que hubiese impedido el golpe y asegurado el proceso. ¡Una lección que habla por si sola!

PROFUNDO ESPÍRITU INTERNACIONALISTA

Otra faceta que queremos evocar de la personalidad de Salvador Allende, ahora que celebramos su ciento cuatro natalicio fue su profundo espíritu internacionalista, cuya vocación y pasión por lo latinoamericano impregnó su quehacer antes y durante el Gobierno Popular.

No pretendemos un recuento de su actividad internacional. Sería imposible en breves hojas de papel. Pero hay algunos hechos de su vida que lo retratan fielmente como un internacionalista.

Un ejemplo de lo que decimos es que siendo presidente del Senado, en 1967 y ante la inminencia de que los cubanos que habían luchado junto al Che Guevara, en Bolivia, y que sobrevivieron, fuesen asesinados, se dispuso a jugarse entero por sus vidas y usando su prestigio, valor e influencia los rescató y los acompañó hacia La Habana. Tal hecho reveló la fortaleza moral y el compromiso  de Salvador Allende. Ese gesto internacionalista, lleno de humanismo y belleza ética, le significó enfrentar una de las campañas más burdas y groseras de la derecha chilena. Pero su moral socialista y sus profundas convicciones ideológicas le sirvieron para reducir a la nada a sus adversarios en memorables polémicas públicas. Reveló así un estilo de hacer política. No abdicar jamás de sus concepciones socialistas y humanistas, no amilanarse ante sus enemigos, aun cuando Allende era un político de reconocida amplitud y flexibilidad. Mostró una vez más su consecuencia.

En otro contexto, el Presidente Allende probó ante el mundo lo que valen los principios y los intereses del país. Nacionalizó la totalidad de la gran minería del cobre. Rescató  para Chile su principal riqueza natural e industrial. Fue un acto de profundo sentido nacional, apoyado por el país. Chile no pagó  un solo centavo de indemnización. Ello sucedió así porque las  empresas norteamericanas en 40 años invirtieron alrededor de 700 millones de dólares y se llevaron 1.576 millones por concepto de utilidades y 2.673 millones de dólares por valores no retornados que se quedaron fuera de Chile, en el mismo período. No se trataba entonces de un acto arbitrario ni ilegítimo como sostuvieron los jerarcas norteamericanos, sino simplemente un acto de justicia y soberanía.

Así actuó Salvador Allende en defensa del interés nacional. ¡Que diferencia con Pinochet que autorizó al capital norteamericano el saqueo de nuevos y ricos yacimientos de cobre!

Un hecho más. El Presidente Allende cumplió con fidelidad lo que había dicho en materia de política exterior chilena. Chile ingresó por la puerta ancha al Movimiento de Países No Alineados, abrió relaciones diplomáticas con numerosos  Estados; fortaleció ejemplarmente sus vínculos con los países latinoamericanos y en especial con los limítrofes (Argentina, Bolivia y Perú). Acrecentó sus lazos económicos y de Estado con la URSS, China Popular y el conjunto de la comunidad socialista de Europa.  Promovió sus relaciones con Europa Occidental a un nivel superior y respetable.

Chile, podemos decirlo sin extremar, brilló en el firmamento internacional, gracias además a la lucidez y capacidad del Canciller Clodomiro Almeyda. Nunca olvidaremos la extraordinaria acogida que le brindó al Presidente Allende la Asamblea General de las Naciones Unidas, en diciembre de 1972, ante la cual explicó en profundidad su gran proyecto de transformación social, económica y política de Chile, cuyo mandato le había dado el pueblo y la historia. De esa historia de la cual Salvador Allende se sentía orgulloso y que resaltó con palabras que vale la pena rememorar. Dijo en aquella solemne oportunidad. “Vengo de Chile, un país pequeño pero donde hoy cada ciudadano es libre de expresarse como prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto,  es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los Tribunales de Justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1883 sólo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional, sin que haya dejado jamás de ser aplicada. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos Premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. Historia, tierra y hombre se funden en un gran sentido nacional”.

Ese era Chile.

UN CAMBIO EN LA HISTORIA DE CHILE

El legado del Presidente Allende, su formidable consecuencia democrática y su clarividente mensaje, es para las nuevas generaciones un portentoso legado político y humano, que apreciamos profundamente.

Allende murió el 11 de septiembre de 1973. Ese día en la mañana temprano lo vi por última vez. Tuve que hablar con él en nombre del Partido Socialista de Chile, en La Moneda (Palacio Presidencial), después de evitar a los conspiradores que ya copaban las calles de Santiago. Lo vi altivo, sereno y dispuesto a todo por su pueblo y por Chile. No había en él un ápice de duda que allí en La Moneda se estaba protagonizando un momento crucial de la historia y que él era un actor sobresaliente de esa historia. Sus convicciones democráticas y socialistas eran más fuertes que nunca. Salvador Allende sabía que la semilla sembrada no había sido en vano. Lo dijo en sus últimas palabras que escuchamos con emoción a su lado.

Allende hizo un camino en la historia, junto al movimiento popular. Sembró en la conciencia de miles de chilenos la convicción que el disfrute de la vida, de la salud, de la alegría y de una sociedad libre es posible y alcanzable. Hizo todo lo posible porque los chilenos viviesen una nueva y mejor existencia. Puso al Estado al servicio del progreso y el desarrollo. Y todo ello está intacto en la memoria social de Chile y del pueblo.

La obra de Allende es patrimonio nacional. Se resume en una frase: Nunca en la historia el pueblo vivió mejor. Nunca el pueblo había sido actor de su propia historia.

En Chile no se vivió el socialismo, como afirmaba y afirma la derecha. Eso es una patraña. Se vivía un proceso revolucionario profundamente nacional y democrático. No se afectó una sola propiedad personal y la mayoría de las capas sociales, incluidos importantes empresarios, nunca vivieron más a sus anchas y mejor.

El terror ideológico y material -consagrado después en el golpe- lo organizó la derecha, ni siquiera Pinochet y los militares. Ellos se pusieron al servicio de los poderes económicos. Y  cumplieron cabalmente su papel.

Salir de la dictadura y alcanzar la democracia ha implicado, a lo menos, una gran unidad opositora capaz de concertar a las fuerzas políticas reconstruidas y a las más amplias capas sociales y sus organizaciones, que ofrecieran una alternativa real y madura y que el país la percibió como tal. Se necesitó de un vasto plan de movilización, de gran empuje y dinamismo, que usara de los mejores métodos de lucha por la democracia, los que le dan contenido a la lucha democrática.

El pueblo chileno ha logrado avanzar mucho en la lucha por sus derechos. Pero aún falta mucho por hacer y falta que algunos comprendan mejor el momento en que vivimos.

Salvador Allende nos enseñó a ser realistas y consecuentes. Miró la vida y la realidad tal cual. No se hizo ilusiones y luchó siempre por transformar la realidad. Ese legado es más valido aún hoy.

El legado del Presidente Allende recorre Chile. Lo hacen suyo las nuevas generaciones. Sus enseñanzas son una inmensa reserva moral del movimiento popular.

Santiago, junio 2012.

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