Pobre rico

Pobre Rico

“Pocos fenómenos entrelazan más profundamente dinámicas culturales con el mercado que las telenovelas”. La idea pertenece a Jesús Martin-Barbero, uno de los intelectuales que desplazó la clásica crítica al carácter “ideológico” de todo o casi todo lo que ocurría en la TV y en los mass media, para poner en su lugar una visión más matizada y compleja que proponía entender estos géneros “subalternos” como lugares en los que la sociedad procesa fenómenos culturales y sociales reales.

El mercado televisivo ya detectó la necesidad: la sociedad chilena quiere hablar de las desigualdades sociales. La nueva telenovela de TVN, Pobre rico,  emprende la tarea: los ricos descubren que los pobres son “hartos”, los pobres que los “ricos también lloran”. Los ricos son ridiculizados en su afectación y clasismo, los pobres no tienen “cultura” pero son  “espontáneos” y tienen algo así como “inteligencia intuitiva”. Casi todo es distinto entre estos dos mundos obligados, por circunstancias azarosas, a convivir: los apellidos, las comidas, las maneras de entretenerse, el lenguaje. Las gruesas murallas de las clases sociales solo ceden, finalmente, frente al amor. Viejo tópico. La historia se estructura en torno al tema del origen—qué es más importante: lo biológico o lo social. El género de la telenovela se mueve así entre la expresión de un deseo contenido y el cliché, entre la trasgresión momentánea y la  restitución del orden.

El tema de la desigualdad y el clasismo, ya no en la telenovela sino en la realidad, remite, entre otros aspectos, a la educación. Lo natural  sería que fuese en el espacio de la escuela y no en una telenovela donde se produjera este cara a cara entre las clases sociales. Nada indica que vayamos en esa dirección. Luego de las movilizaciones de 2011 se ha accedido, finalmente, a poner más recursos en educación, pero a través de una reforma tributaria modesta que mantiene inalterable e incluso profundiza el actual modelo educativo de apartheid social (¿qué otra cosa es el beneficio impositivo a aquel segmento de la población que ya educa a sus hijos en colegios privados pagados o con financiamiento compartido?). En nombre de la libertad de elección de las personas no se accede a modificar un modelo segregador, pero una libertad que no puede ser ejercida por todos –sino que está hecha a la medida del bolsillo de cada uno- no es una libertad sino un privilegio.

Un sistema educativo que se construye sobre la base de confundir un privilegio con una libertad está mal concebido. Aunque quizás de eso se trata: que los diferentes sectores sociales no se encuentren y solo se divisen de lejos o a través de una telenovela. ¿Qué se temerá? Durante mucho tiempo la selección social se establecía entre los que estaban adentro o afuera de la escuela. Con los procesos de masificación de la educación fue necesario instalar otros mecanismos de “distinción” para que ésta siguiera cumpliendo esa función histórica de selección y asignación de estatus. Tal vez por ahí llegamos al núcleo del asunto: la modernidad inconclusa de la sociedad chilena, la contradicción no resuelta entre el reconocimiento de todos en la común condición de ciudadanos y esa sociedad que se resiste a abandonar su carácter estamental, pre moderna, de linajes fabricados, “familias fundadoras” y  herederos naturales.

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