Estado, democracia y participación popular: ponencia en encuentro de izquierda en Río

María Soledad Barría

“No supimos acumular fuerza suficiente para cambiar la institucionalidad heredada de la dictadura”. Tal es lo que señaló, con todas sus letras y sin ningún temor a la autocrítica, la ex ministra del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet y participante del Taller de Derechos Sociales de Igualdad, Soledad Barría, durante un reciente seminario realizado en Río de Janeiro (Brasil), el 2 de julio pasado. Dentro de este evento, Barría, quien actualmente está a cargo del Partido Socialista en la Región Metropolitana, expuso en una mesa cuyo tema de debate era el siguiente: “Gobiernos de Izquierda y progresistas en América Latina y el Caribe. Balances y perspectivas”.

Por ser un tema de gran interés y actualidad, reproducimos, a continuación, la ponencia presentada por ella en este encuentro que reunió a dirigentes y militantes de distintos sectores de la izquierda y el progresismo latinoamericano:

Chile viene saliendo de una larga transición desde la dictadura de Pinochet a la democracia. Con esa atrevida frase,  caracterizaría yo a estos 20 años de Concertación en materia de democracia, participación y rol del Estado.

En efecto, durante 20 años tuvimos gobiernos democráticos. Sin embargo, se mantuvo, en términos generales, la Constitución de la dictadura. Especialmente en dos temas relacionados con la mesa que nos congrega: en lo político, incluyendo el rol de la participación ciudadana, y en el rol del Estado.

Nunca tuvimos la fuerza para cambiarlo. Algunos dirán que no supimos, no pudimos o no quisimos cambiar aspectos centrales de esa Constitución. Efectivamente, en cualquier caso,  yo creo que no pudimos y no supimos acumular la fuerza política suficiente para cambiarla.

En lo político se mantuvo el sistema binominal de elecciones, haciendo sólo posible la existencia de dos bloques, y dentro del mismo a la Concertación, espacio de reunión del centro y de la izquierda que permitió abrir el camino de retorno a la democracia y que posteriormente gobernó, gobernamos, durante esos 20 años. Y sólo se logró incorporar al Partido Comunista en las últimas elecciones a diputados, de tal manera de terminar con una de las exclusiones más visibles.

Pero habían muchas más cosas que no pudimos/supimos cambiar: ese electorado juvenil que sentía que no tenía nada que decir en el ambiente político de ese sistema binominal, los desencantados, cada vez más numerosos, de un gobierno que no podía realizar grandes transformaciones en el contexto político determinado por esa Constitución, y esto se fue cada vez más mimetizando con los aspectos negativos de ese contexto, hasta terminar con un gobierno de derecha, hoy  a cargo del país.

Con este sistema político y el largo paso de los años, de decenios incluso, no debe llamar la atención entonces el descrédito que tiene la población hacia los partidos políticos. Los partidos – en este caso, de la Concertación y el mismo Partido Socialista al que pertenezco-, son vistos no ya como los canalizadores de las ansias de cambio de la sociedad, agrupándose tras valores e ideologías que los congregan y hacen coherentes su accionar, sino como meros detentores del poder, preocupados de tener/obtener o retener cargos y granjerías en el Estado, sean estos en el Poder ejecutivo o legislativo. Desgraciadamente muchas veces nosotros mismos no hacemos más que colaborar a esa visión. Muchas veces perdemos el sentido y el fin de nuestros partidos: avanzar en el cambio social, hacia una sociedad más justa.

En la Constitución del 80 que nos rige, no se considera la participación ciudadana y tampoco supimos/pudimos ampliar los espacios democráticos suficientemente. No existe en nuestro país ni revocación popular de autoridades, ni plebiscitos o referéndums vinculantes, ni iniciativa popular de las leyes. No existen instrumentos que acerquen la democracia a alguna forma más directa. Sólo se reconoce la existencia de organizaciones ciudadanas y asociaciones de base. Bajo el Gobierno de la ex Presidenta Bachelet  se logró impulsar una ley de participación que al menos asegura alguna posibilidad de existencia de estas organizaciones, más allá del gobierno de turno.

Pero lo cierto es que no sólo no se considera la participación ciudadana, en forma ampliada, sino que nuestra democracia ha sido y es muy excluyente. Cuánto costó cambiar la palabra “hombre” de la constitución para que dijera “hombres y mujeres”; cuánto costó hacer compatible la Constitución para legalizar el Convenio 169 de la OIT, reconociendo así a los pueblos indígenas. Sin embargo no pudimos/supimos, incorporar a nuestros pueblos indígenas de lleno en esta Constitución.

Chile es  un país donde no existe ninguna modalidad más directa de democracia y por otra parte como señalara antes, el sistema de representación, político, está en una crisis importante. Los jóvenes no se inscriben en los registros electorales, los gobernantes son elegidos cada vez con menos votos.

Y sin embargo, ¡cómo quiere participar el pueblo!

El segundo elemento, además del político, donde incluyo el sistema de elecciones, el descrédito de los partidos y la falta de democracia más directa que permita una organización ciudadana más efectiva, es el rol del Estado y con ello el sistema económico.

En nuestro país en la Constitución se establece que el Estado debe tener un rol exclusivamente “subsidiario”, realizando sólo aquello que los privados no les interesa realizar. Se establece, por otra parte, la preeminencia de la propiedad privada como un elemento central.  Tampoco esto lo supimos/pudimos cambiar.  Hemos cedido recursos absolutamente estratégicos para el país como el agua o el mismo cobre, a empresas privadas que poco dejan en nuestro país. Hemos cedido la educación, antes base de la posibilidad de movilidad social, a la empresa privada, permitiendo el lucro, incluso con recursos del Estado que les son traspasados a las empresas privadas que tienen escuelas, liceos o universidades. Pero a la vez que manteníamos estos elementos, fuimos capaces de realizar logros importantes en la disminución de la pobreza, en el crecimiento del país, en el avance de derechos esenciales para nuestra población,  como es el caso de las mujeres, los mayores y otros.

Y quizás es tal vez esta misma contradicción, que deriva de la conciencia de los derechos que hemos sido capaces de instalar, con la evidencia que el actual sistema democrático y económico imperante, lo que está haciendo reaccionar a muchos en nuestro país en forma activa.

Hoy vivimos un nuevo escenario que quizás coincide también con el fin de un ciclo a nivel internacional.

Son síntomas de un nuevo ciclo histórico. La crisis de diversos países capitalistas que algunos no dudan en llamar la crisis del neoliberalismo, y la aparición de una multipolaridad mundial, especialmente con la irrupción de China y de otros países en desarrollo, como el mismo Brasil y otros, así lo expresa. Europa ha dejado de ser el centro del mundo y en nuestra América Latina se incrementa la conciencia, aparecen los partidos de izquierda gobernando y tenemos ya varias nuevas Constituciones.

En un interesante movimiento, aparecen en nuestra América Latina  nuevas cartas constituyentes, en Bolivia, Venezuela y Ecuador, donde van dejando atrás los viejos modelos foráneos impuestos y se busca cambiar la naturaleza del Estado, dar cuenta de los propios desafíos, que tantas veces son también los nuestros.

Chile vive hoy un momento especial, como lo señalaba, y miramos ciertamente con atención a los países hermanos que han sabido realizar esos cambios constitucionales.

Efervescencia y malestar ciudadano

Hay un momento de marchas y movimientos ciudadanos. El ser político y social de nuestro país parece despertar más allá de los partidos políticos clásicos. Ha habido grandes movimientos ciudadanos en relación al tema de la energía, de las regiones, de la educación pública, de la diversidad sexual.

En cada uno de ellos, más allá de la justicia de cada uno de los temas abordados -cuidado del medio ambiente, respeto por las regiones aisladas, educación de calidad para las mayorías y búsqueda de tolerancia e igualdad para los ciudadanos-, se ve la necesidad que tiene hoy los chilenos y chilenas de decir algo sobre el tipo de país que se construye. No quieren más ser los que ven las consecuencias sino que están exigiendo una ciudadanía activa y diferente de los partidos políticos clásicos, o más bien de la forma “ya prácticamente clásica” de hacer política.

Esa es una parte de la realidad.

La otra parte, es la de aquellos cientos de miles, incluso millones de compatriotas, que ven cómo otros compran, salen de vacaciones, cómo surgen las grandes tiendas/templos del consumo y ellos siguen viviendo en el barro, siguen llegando con dificultades a fines de mes. Ven cómo son los hombres los que tienen más oportunidades o salarios más altos que ellas. Ven que no tienen dónde dejar los niños para salir a trabajar, y cómo sus hijos ya más grandes, si bien tienen la posibilidad de educación pública en la escuela y liceo, difícilmente podrán acceder a la educación superior. Lo más probable es que esa joven, adolescente aún, sea ya madre y se mantenga en el círculo de la pobreza.

Ese país, también sigue siendo Chile. Si bien ha disminuido el número de pobres, tampoco  hemos cambiado las bases estructurales de la desigualdad y de la pobreza.  Con las políticas sociales de los gobiernos de la Concertación, y especialmente con las de la presidenta Bachelet, se realizaron muy importantes correcciones a ese modelo excluyente. Se puso un pilar solidario a las pensiones de las personas mayores, haciendo que todo habitante del país tenga derecho a una pensión; se mejoró la salud  ahondando  en derechos que de verdad sean exigibles por las personas; se cambió la política de vivienda asumiendo que esta es también una política social y que se requieren viviendas de mayor calidad; se multiplicaron las salas cunas gratuitas para dar efectivas oportunidades de desarrollo y autonomía a las mujeres. En fin, políticas públicas generalmente exitosas, bien pensadas y bien aplicadas que, sin embargo, en general, no desafiaban el modelo neoliberal imperante en nuestro mundo.

Así el Estado hoy, en manos de la derecha, no sólo mantiene la coherencia  neoliberal sino que trata de acentuarla, pero intenta maquillarla con pseudo-políticas sociales que entregan algo y quitan mucho más. Hoy el Estado tiene una mayor coherencia con el modelo económico, se incrementa el crecimiento que llega sólo a algunos. Sin embargo, se ve enfrentado a grandes problemas por la emergencia de una nueva participación ciudadana, una nueva ansia de recuperar protagonismo de parte de las organizaciones intermedias, de nuevos liderazgos que demandan una nueva democracia. Frente a temas específicos pero de imagen país, se movilizan hoy cientos de miles de ciudadanos: es el caso, como ya dijimos, del cuidado de la Patagonia y el tipo de energía para el país, la educación pública o la igualdad para las minorías sexuales.

¿Serán los partidos políticos capaces de estar a la altura de lo exigido hoy? Vemos que en muchos lugares del mundo los cambios han ido pasando por el lado de los partidos políticos, y,  sin embargo,  sabemos también que sin partidos no hay cambios sociales efectivos sino que quedamos entregados a populismos de diversa índole. ¿Son éstos los partidos que nuestras sociedades requieren hoy como instrumentos de cambio? Cómo mejorarlos?

Son múltiples, por cierto, los desafíos para nuestros partidos, en especial para el Partido Socialista al cual pertenezco, en esta hora en Chile. Debemos ser capaces de remover la capa de compromiso/culpa/orgullo por lo realizado en estos 20 años. Efectivamente avanzamos muchísimo y nos faltó otro tanto por  avanzar. La necesidad de luchar por más justicia, de luchar contra este neoliberalismo ha sido ratificado por el reciente Congreso del Partido Socialista, el partido de nuestro Presidente mártir Salvador Allende, que busca ser consecuente con su sentido ético y moral y consecuente también con la aspiración de luchar denodadamente por cambios sociales y justicia social en democracia. Por ello, se acordó, en nuestro reciente Congreso partidario, contribuir a cambiar la actual Constitución,  para modificar de raíz las bases políticas que nos aprisionan, y poder reinterpretar a los trabajadores y trabajadoras manuales e intelectuales que es a lo que aspiramos.

Para ello es indispensable también cambiar nuestras prácticas de acción. Ya en el mismo congreso se aprobó la paridad sexual para las élites dirigentes de nuestro partido. Pero ello debe conducir también a cambios efectivos de prácticas, así como a la incorporación a nuestra orgánica de las nuevas herramientas tecnológicas, como son las redes sociales. Debemos de hacer de ellas mecanismos nuevos de participación, que lo son, pero no al margen de nuestro partido sino utilizándolas como herramientas de creación de un nuevo poder descentralizado que nos hace bien y nos reactualiza. Pero al interior de nuestros partidos hay no pocas reticencias que vencer. Un feroz centralismo, y dificultades para “conversar” con esta nueva ciudadanía que ahora es muy distinta, educada, consciente de sus derechos, e incrédula a veces. Tenemos que aprender a re-crear esos vínculos con organizaciones ciudadanas y partidos sin “utilizarlas” sino en una nueva relación más horizontal.  Debemos también tener la capacidad de buscar, mantener, mejorar, ampliar las alianzas necesarias para constituir con esos otros, la fuerza de mayoría que efectivamente permita realizar los cambios señalados.

Amigas y amigos. Durante 20 años fuimos parte del Estado pero no logramos cambiar las bases políticas de la Constitución que cercaban a la democracia y la participación popular. Hoy, fuera del Estado, luchamos por abrir esos cercos que en nuestro país están cayendo. Pero es indispensable que los partidos políticos se abran efectivamente a una nueva forma de hacer política en la que los medios valen tanto como los fines, en que mostremos que no es el poder por el poder lo que se busca sino los cambios sociales para una mayor justicia social. Los desafíos son enormes pero el enfrentamiento día a día de esas desigualdades inaceptables nos mueve éticamente a seguir adelante.

Y tenemos la fuerza y la organización para hacerlo. Muchas gracias.

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Comments

  1. Despues del plebiscito del 88 se debio pedir democracia plena, y no entrar a negociar teme por tema, lo que al final sifnificaba avanzar muy poo o derechamente nada…el pueblo se apestó de ese sistema politico…ahora hay muy opoca credibilidad para retomar el camino legislativo.

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