Una burbuja en el fin del mundo

Finanzas

Junto a los créditos hipotecarios, los créditos al consumo constituyen dos de  las herramientas principales de la llamada “financiarización” de la economía a nivel global, es decir, de la única economía realmente existente a escala planetaria en el siglo XXI: la economía capitalista. El absoluto predominio del sector financiero se expresa cuantitativamente en el crecimiento exponencial de los flujos financieros a nivel global, que superan  en decenas de veces a los flujos comerciales y de servicios no financieros.

Es decir, la economía real crece con dificultades  a nivel aritmético en tanto que la economía ficticia de las finanzas lo hace con gran facilidad a nivel geométrico, en una asimetría patológica que no parece que pueda ser corregida ni siquiera a mediano plazo.

La crisis sistémica, que se iniciara en los Estados Unidos y cuyos efectos se extendieran luego a toda la economía mundial en un proceso aún en desarrollo, tuvo su origen precisamente en una de las herramientas de la financiarización a la que aludíamos: los créditos hipotecarios. Con el loable propósito de estimular el crecimiento de la industria de la construcción y complementar así las política de aumento continuo de gastos militares (el llamado keynesianismo militar que practica el gobierno norteamericano, con las indispensables guerras que ello supone) y de endeudamiento externo,  se crearon incentivos de todo tipo para convertir las hipotecas en un motor de desarrollo de la declinante economía norteamericana.. La creación de un mercado alternativo y completamente desregulado de productos financieros aparentemente sofisticados cuya única base real era la hipoteca inicial  (los llamados productos derivados) permitió la formación de una burbuja económica que terminó por “desvanecerse en el aire” cuando llegó el inevitable momento de la verdad: los nuevos deudores hipotecarios no podían pagar los créditos que excedían en forma notoria su capacidad de pago, por más renegociaciones que hicieran de los mismos, las que por otra parte aumentaban aún más las cantidades a pagar.

La fuerte intervención del Estado para impedir el quiebre del sistema financiero de la primera economía del mundo y para permitir que las principales empresas industriales

de los Estados Unidos también quebraran, todo ello a costa del aumento del ya enorme déficit fiscal y del endeudamiento público norteamericano,  logró detener la caída y permitió el inicio de una débil recuperación de las tasas de crecimiento de la economía norteamericana. Pero el gobierno de Obama no logró disminuir el poder del sector financiero cuyo salvataje lideró desde el Estado. Un reciente informe de la OCDE revela que en el 2010 el monto de los productos derivados- principales factores de la crisis subprime- equivale a diez veces el PIB mundial. Es decir,  a pesar de la crisis del 2008 y del histórico salvataje  del sector financiero privado por parte del Estado, Wall Street se yergue como el vencedor de esa coyuntura histórica del capitalismo mundial. Y los ciudadanos norteamericanos, empezando por los deudores hipotecarios, aparecen como lo perdedores absolutos.

Todas las proporciones guardadas, el proceso de desvanecimiento de la burbuja del crédito al consumo iniciado en nuestro  por la crisis de La Polar tiene algunos  rasgos comunes con los que tuvo  la primera etapa de la crisis sub-prime, así como rasgos propios que permiten diferenciar ambos fenómenos.

El desigual tamaño y peso mundial de ambas economías y la diferente repercusión de los créditos hipotecarios y los de consumo en las economías nacionales aparecen de inmediato como factores diferenciadores. Pero nos interesa resaltar los rasgos comunes a los que hemos hecho referencia:

1.- La importancia de ambos tipos de créditos como factores del potenciamiento del peso del sector financiero en las economías nacionales y en el grado de globalización de ambas economías.

2.- La aparición  de mercados de nuevo tipo- el de productos derivados en el caso norteamericano y el de tarjetas de crédito emitidas por casas comerciales en el caso chileno- cuya aparente novedad sirvió de pretexto en ambos casos para una regulación insuficiente, ineficiente o simplemente inexistente, pero tolerada por las autoridades y que permitió que la burbuja creciera hasta estallar.

3.- La profundización de la mala distribución del ingreso y de la desigualdad resultante del estallido de ambas burbujas. En efecto, en ambos casos resultan como ganadores claros altos ejecutivos, directores y accionistas que tenían acceso a información privilegiada y podían prever dicho estallido, y como perdedores netos los deudores de los créditos y repactadores forzados, los “inversionistas” involuntarios y forzosos que tienen sus fondos en las AFP en el caso chileno y los que inadvertidamente invierten el otros instrumentos de inversión en el sector financiero tradicional, en especial en fondos mutuos.

Mencionemos a título de ejemplo solamente algunos de los defectos de la regulación en el caso chileno que se pusieron en evidencia en la crisis de La Polar:

i) Falta de claridad sobre cual es principal  organismo regulador de los créditos otorgados por un actor principalmente comercial. En principio, aparecería como tal la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras, SBIF, ya que así lo indica su ley orgánica modificada. Pero un singular acuerdo del Banco Central de 2006 que “flexibilizó” las normas mínimas de control,  en su carácter de regulador de las normas financieras y en uso de su autonomía constitucional, ha permitido que dicha Superintendencia se conforme con examinar los informes anuales de las empresas auditoras externas  que debe contratar  cada casa comercial de gran tamaño  para que evalúe sus estados financieros a fines de cada año, además de un informe resumido que las empresas del retail deben presentar sobre sus operaciones de crédito.

ii) Falta de voluntad de parte de la SBIF para ejercer un control riguroso sobre la actividad financiera de las empresas del retail, tal como se lo permite su ley orgánica y  no obstante el mencionado acuerdo del Banco Central, considerando que dicho organismo no es su superior jerárquico y sí lo es el Presidente de la República a través del Ministerio de Hacienda. Dejar a las empresas auditoras como la instancia reguladora de los emprendimientos financieros del retail, que es que de hecho ha ocurrido, es una falla inexcusable para cualquier  organismo regulador del Estado, sobre todo después de haber conocido el rol cómplice desempeñado por dichas empresas en la crisis de Enron y la sub-prime en los Estados Unidos. Y da la coincidencia de que se trata de filiales de esas mismas auditoras las que controlan el mercado de la auditoría en Chile.

iii) Falta de coordinación entre los organismos reguladores y el SERNAC, que había recibido reiteradas denuncias de clientes deudores de La Polar desde hace varios meses, las  que deberían servido de alerta para poner  en marcha las facultades de control, de inspección o de normatividad de al menos las Superintendencia de Valores y Seguros,(SVS), a quien le corresponde regular las actividades de  las sociedades anónimas que cotizan sus acciones en la bolsa , como es el caso de La Polar, y cuya labor debería también ser coordinada por el Ministerio de Hacienda en representación del Presidente de la República, que es su superior  jerárquico. Faltó proactividad a la SVS, así como a la Superintendencia de Pensiones, considerando que varias AFP habían invertido importantes sumas en acciones artificialmente sobrevaluadas de La Polar mediante el endeudamiento también artificial producto de renegociaciones leoninas hechas unilateralmente por los directivos de La Polar sin conocimiento de los deudores, las mismas cuyo valor se ha ido a pique al estallar una burbuja que creció a la vista, conocimiento e inactividad de los organismos reguladores del Estado, afectando seriamente el ya escuálido monto de las pensiones de nuestro privatizado sector previsional.

Resulta evidente que la falta de adecuación de las normas reguladoras existentes a un fenómeno novedoso, la aparición de un mercado parafinanciero propio del retail, así como la total falta de coordinación entre el SERNAC y los organismos reguladores  y especialmente entre los que tienen atribuciones genéricas de control sobre actividades similares, permitió la aparición en Chile de una burbuja cuyo estallido está teniendo  repercusiones económicas y sociales cuya envergadura aún no aparece en su plena dimensión. El intento por centrar la atención  pública en una eventual renegociación más favorable de los créditos de los deudores de La Polar o en la protección de la imagen de los trabajadores de dicha casa comercial parecen más bien  maniobras fáciles de distracción y de factura comunicacional destinadas a ocultar el trasfondo sistémico de esta crisis. Y ni hablemos de la risible participación del ministro de Economía en este tema, con su inolvidable símil entre esta crisis y un accidente automovilístico. Sólo El Mercurio, verdadero intelectual orgánico de los grupos dominantes en la  globalizada economía nacional y celoso guardián de su modelo de distribución negativa del ingreso ha encendido la alarma. En un artículo editorial reciente, sostiene que hay que cuidar la forma de salida de esta crisis que, aunque focalizada en una empresa del retail, puede convertirse en una amenaza para “ nuestro  sistema económico”. Y en estos asuntos, El Mercurio no miente ni se equivoca. Tiene varios doctorados en lo que antiguamente algunos  llamábamos “conciencia de clase”.

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