¿Libertad de elegir?

Elegir

A propósito del reciente proyecto de ley sobre rotulación de alimentos, y restricción de publicidad y de espacios de venta de “comida chatarra”, se ha enarbolado una férrea defensa de tintes “liberales”  sobre el derecho de la personas a decidir y elegir por sí mismas.

La “libertad de elegir” es un principio que, como todos, tiene un valor relativo y debe validarse argumentativamente atendiendo las situaciones concretas en las que se quiere aplicar. La argumentación debe demostrar que no interrumpe las libertades o los derechos de otros, ni atenta contra la salud o seguridad propia (lo que no conduce necesariamente a una restricción). También es importante ver si no se está frente a un mero artificio retórico, pues la libertad en cuestión se ejercitaría sobre una realidad donde se han esfumado las opciones. Veamos.

En los últimos días se ha fiscalizado  con especial celo el uso obligatorio del cinturón de seguridad en vehículos y buses: en este caso no se puede elegir la opción de viajar sin él. Se restringe así la “libertad de elegir” porque se entiende que el ejercicio de ésta afecta la salud o seguridad del individuo y potencialmente la de otros. ¿Significa esto que hay que restringir siempre la libertad de elegir cuando está en juego la seguridad o la salud? No. La realidad es más compleja, pero en este caso, como en otros,  se consideró un bien superior la seguridad de las personas a su libre elección.

A comienzos del siglo pasado, por varias décadas, los sectores conservadores se opusieron a la “ley de instrucción primaria obligatoria”, argumentando, entre otras razones, que la libertad de los padres sobre la educación de los hijos no admitía ninguna restricción: si éstos no querían educar a sus niños debían tener la libertad de así decidirlo. La libertad de los padres no es ilimitada, ni ayer ni hoy,  y su ejercicio no puede restringir un derecho universal y anterior de los hijos a acceder a una escolaridad básica.

En el reciente proyecto de ley sobre rotulación de alimentos se acordó restringir la venta de comida chatarra en las escuelas: se coartó con ello la libertad de elegir de los niños, en  favor de su salud. A su vez, se consideró un exceso que la norma se extendiera a recintos universitarios, por existir allí un público consumidor adulto, lo que a simple vista parece razonable,  a condición de saber si la oferta existente, en este caso la variedad del “menú”, permite ejercer en serio la libre elección. El problema de quienes enarbolan la “libertad de elegir” como un principio de aplicación universal e incondicionado, es que éste conecta poco con la experiencia cotidiana de los chilenos de a pie, quienes constatan que sus posibilidades de elegir están muy reducidos (cuando existen), y condicionados a su peso específico en el mercado.

Lo más paradójico, sin embargo, ocurre cuando un ciudadano distraído convencido de que vive en una sociedad regida por el derecho a elegir libremente, comienza a tomar decisiones sobre aspectos que atañen a su vida privada y a su moral personal. A poco andar se encontrará que casi las mismas personas que habían defendido con ardor la “libertad de elegir”, le dirán que hasta ahí llegó su mayoría de edad, porque en ese campo rige una “moral natural” y, por lo tanto, no es un ámbito donde se pueda discernir y decidir de manera libre y autónoma. En síntesis, libertad de elegir, sí, pero sobre poquitas cosas.

/La Tercera/26/abril/2011

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