Calle 13: canciones de protesta 2.0

Calle 13

En Chile, la etiqueta “canción de protesta” tiene un sabor a pasado. Hay que hacer viajar la memoria hasta finales de la década de 1960  y detenerla bruscamente el año 1973. Ponchos, barbas, lenguaje directo, crítica social. Se llamó la “nueva canción chilena”. Reapareció durante la dictadura, clandestina y camuflada con metáforas, harta poesía, bajo el rótulo de “Canto nuevo”. En los 80 asomó también en el rock chileno. Toda una tradición que no es sólo chilena sino que también está presente en otros países latinoamericanos, cada cual con su propio desarrollo.

El Festival de Viña, en su versión 2011 no pareciera ser el lugar donde se podría esperar un nuevo brote de canciones de protesta. Sin embargo, ese fue el lugar de la más reciente aparición en Chile del grupo de rock-rap (y no de reggaeton, como se encargó de aclararlo Residente, el vocalista y cara más visible del grupo) Calle 13. Cerraron una de las jornadas, apareciendo en el escenario pasadas las dos de la mañana. El público de la Quinta Vergara los esperó y más de algunos/as trasnochados/as televidentes también.

Desde el principio quedó claro que Calle 13 no se trataba sólo de música. Residente no sólo “rapeó”, también realizó una performance de crítica social. Utilizó en esta performance distintos elementos que fueron desde su cuerpo hasta su discurso, pasando por variados gestos de desacato del código festivalero. A torso desnudo, como suele aparecer en escena, rayó en su espaldad la consigna “fuerza mapuche”. Se dio el lujo de criticar la homofobia del humor del festival y los programas de farándula, rechazar el kit de antorchas y gaviotas con que suele agasajarse a los artistas en ese escenario, expresar su oposición a la construcción de centrales hidroeléctricas en Aysén. Abogó por la educación como nueva forma de revolución (no violenta) y la mayor presencia de artistas chilenos en la programación del Festival (como una manera de reafirmar esto último, Calle 13 invitó al escenario a Inti Illimani histórico, a Camila Moreno y a Chancho en piedra, gesto que también les permitió afirmar una herencia: la nueva canción, la canción urbana/alternativa y el rock-funk latino).

Con sus letras claras y directas más las acciones, discursos y gestos contestatarios ya mencionados, la canción de protesta reapareció entonces en su versión 2.0 (sin barbas ni ponchos, a torso desnudo, tatuajes varios y cabeza rapada). No debe extrañarnos que aparezca en el escenario de la Quinta Vergara, pues Calle 13 apuesta a desenvolverse en la industria cultural/cultura de masas. Aguijonearla desde adentro, utilizar sus medios para difundir un mensaje que la critica.

¿Tienen efectividad los recursos utilizados por este grupo para comunicar un contenido “anti-sistema”? No faltan las voces escépticas que señalan que es el mismo sistema el que tolera (y hasta produce) este tipo de expresiones, como válvula de escape de un “malestar” que de no contar con estos canales podría expresarse de maneras más radicales y resistentes a la mercantilización. ¿Tienen razón los/as escépticos/as?  En un plano teórico, tal vez sí, pero a nivel de la experiencia vivida y de los procesos de construcción de subjetividad e identidad, cómo no pensar que algún efecto tiene el escuchar en un escenario de la cultura hegemónica una voz divergente, que algo pasa cuando coreamos un estribillo que nos recuerda que hay cosas que no se pueden comprar (en medio de la cultura del consumo sin fin). Que algo se mueve, aunque sea milimétricamente, cuando la crítica se asocia a la fiesta colectiva, al placer del baile, a algo con tintes de carnaval. En suma, digámoslo, a pasarlo bien, cuestión esta última que Calle 13 también incorpora en su propuesta.

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